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Un accidente le puede suceder a cualquiera, eso todos lo sabemos. Un resbalón en la ducha, un carro que no vimos venir, un rayo que cae sobre alguien que corre bajo la lluvia. Lo imprevisible. En esos casos podemos hablar de azar, de destino, de mala suerte. También es verdad que a veces contribuimos a los accidentes por falta de cuidado: subirnos a una escalera sin asegurarnos de que está bien apoyada, salir de prisa y sin fijarnos, lanzarnos a atravesar la calle cuando el semáforo está en amarillo. Pero ¿y si el descuido es de un tercero que no ha tomado las suficientes precauciones, que ha actuado irresponsablemente, podemos seguir llamando a eso un accidente?
Eso es lo que nos estamos preguntando muchos después de saber que a Samantha Álvarez, de cinco años, la mató un vidrio de entre 170 y 180 kilos que se desprendió de una vitrina del almacén Gef en el Centro Comercial Gran Estación, cuando pasaba por allí acompañada de su madre, que se salvó de milagro. El vidrio que la aplastó quedó intacto, es decir, se desprendió de sus goznes, y al tratar de levantarlo para liberar a la niña, se reventó en mil pedazos. Las investigaciones preliminares hablan de una remodelación que llevó a retirar los zócalos que lo sostenían, haciendo que la estructura quedara a merced de unos tacos que cedieron por el peso. No es difícil concluir que detrás del “accidente” hubo una cadena de errores, y que todos los eslabones fallaron. No vale decir lo siento, no vale tampoco indemnizar. Unos padres que estaban en una ciudad ajena debieron regresar a su país con su hijita entre un ataúd, todavía incrédulos y con un dolor que cambió sus vidas para siempre.
Ese mismo día, en Girardot, un árbol de Navidad que hacía parte de la decoración del Parque Simón Bolívar se derrumbó mientras el sitio estaba lleno de gente y mató al agente de policía, Kevin Andrés Navas, de apenas 19 años. Y un puente peatonal que estaba siendo instalado en la carretera que conecta a Facatativá con Bogotá colapsó porque falló una de sus columnas, por fortuna sin víctimas fatales. Pero, por supuesto, que pudo haberlas. La alcaldía de Girardot promete “apoyo jurídico” para la familia de Kevin. Pero ¿qué chambonada hubo detrás de la construcción del árbol? ¿Quién se hace responsable de la muerte de un joven que tenía la vida por delante?
Mañana estos serán apenas datos en un país donde la gente está expuesta a todo tipo de peligros por descuido, desde caer en una acera por el desprendimiento de una baldosa hasta morir entre un ascensor atropellado por un toro que se escapó de un camión o en el abismo a donde fue a parar el bus sin frenos. Detrás de todos esos “accidentes” podemos encontrar ausencia de control de las autoridades, y falta de rigor profesional, de responsabilidad y de aprecio por la vida. Son los mismos factores que hacen que Colombia sea el quinto país del mundo con mayores probabilidades de morir en las carreteras, ya sea por mal mantenimiento de las mismas, por exceso de velocidad, por irrespetar las señales de tránsito, por manejar borracho o por falta de mantenimiento. El desamparo ciudadano se sintetiza en ese estúpido letrero que vemos en las obras cada tanto: transite bajo su propia responsabilidad.
