No hay creatividad sin curiosidad.
Los niños llegan al mundo con una inmensa capacidad de asombro y los adultos nos encargamos de suprimirla a través del tedioso recorrido por el sistema educativo. Y, pecado capital, el desinterés general en aprovechar la disposición de la primera infancia hacia las preguntas, por una parte, y la omisión del uso divertido de las ciencias, naturales y sociales, como poderoso medio para alimentar la curiosidad y el asombro, por otra.
En El mundo de Sofía (1991), la obra del sueco Gaarder, se habla del predistigitador que, de un sombrero vacío, saca un conejo. Nosotros somos ese conejo. ¿Podremos atrevernos a mirar al mago en los ojos, a mirar fuera de la copa del sombrero, a explorar el misterio? ¿O nos hundimos en la piel y el cuerpo del conejo, sin preguntarnos nada? El destino de la mayoría es el del recorrido por la vida sin curiosidad.
El sistema educativo vigente, sustentado en una estructura jerarquizada en la que, de un lado, está el que sabe, el profesor, y del otro, los que no, tiende a ser profundamente aburrido. Estudiar para la nota suele ser el hilo conductor del esfuerzo de los alumnos. Colaboración y trabajo en equipo, iniciativa, creatividad, formas atractivas de abordar los temas, no son promovidos en las instituciones educativas en cualquiera de los tramos de la educación formal.
Sin embargo, el mundo cambia, particularmente alrededor de las nuevas formas de comunicación que, pareciera, los sistemas educativos no han comprendido. Jane McGonigal* afirma que un joven norteamericano promedio de 21 años ha pasado, al menos, 10.000 horas jugando en línea, en interacción con otros. Esa cifra es igual al numero de horas entre el 5º y el 11º grado, o el equivalente aproximado a las horas dedicadas a una licenciatura y un magister juntos.
Surgen varias preguntas: ¿No podrían nuevas formas de enseñanza en la educación básica y la preescolar capturar una parte de esas horas? ¿O, mejor, convertir la enseñanza en algo parecido a los juegos en línea, interesantes y colaborativos? ¿Por qué son tan aburridas las asignaturas en las escuelas?
La ciencia, enseñada en forma divertida, es el mejor camino para que niños pequeños (y, por supuesto, los mayores) alimenten su curiosidad por descubrir el mundo. Para los maestros, el tema no radica en saber mucho de física, sino en la forma en que promuevan que los niños quieran aprender física y se esfuercen para ello. O historia.
Por supuesto que la ciencia responde a muchos para qué (tecnología). Sin ello, careceríamos del avión y los dispositivos digitales. Sin embargo, la enseñanza debería hacer énfasis en mantener viva la pregunta de por qué (ciencia). Preguntas que deben llevar a más preguntas, manteniendo viva la necesidad de descubrir el mundo.
Niños y jóvenes que preguntan leen más y escriben mejor.
* Diseñadora de juegos, EE. UU. (http://bit.ly/1WTqHAZ)
No hay creatividad sin curiosidad.
Los niños llegan al mundo con una inmensa capacidad de asombro y los adultos nos encargamos de suprimirla a través del tedioso recorrido por el sistema educativo. Y, pecado capital, el desinterés general en aprovechar la disposición de la primera infancia hacia las preguntas, por una parte, y la omisión del uso divertido de las ciencias, naturales y sociales, como poderoso medio para alimentar la curiosidad y el asombro, por otra.
En El mundo de Sofía (1991), la obra del sueco Gaarder, se habla del predistigitador que, de un sombrero vacío, saca un conejo. Nosotros somos ese conejo. ¿Podremos atrevernos a mirar al mago en los ojos, a mirar fuera de la copa del sombrero, a explorar el misterio? ¿O nos hundimos en la piel y el cuerpo del conejo, sin preguntarnos nada? El destino de la mayoría es el del recorrido por la vida sin curiosidad.
El sistema educativo vigente, sustentado en una estructura jerarquizada en la que, de un lado, está el que sabe, el profesor, y del otro, los que no, tiende a ser profundamente aburrido. Estudiar para la nota suele ser el hilo conductor del esfuerzo de los alumnos. Colaboración y trabajo en equipo, iniciativa, creatividad, formas atractivas de abordar los temas, no son promovidos en las instituciones educativas en cualquiera de los tramos de la educación formal.
Sin embargo, el mundo cambia, particularmente alrededor de las nuevas formas de comunicación que, pareciera, los sistemas educativos no han comprendido. Jane McGonigal* afirma que un joven norteamericano promedio de 21 años ha pasado, al menos, 10.000 horas jugando en línea, en interacción con otros. Esa cifra es igual al numero de horas entre el 5º y el 11º grado, o el equivalente aproximado a las horas dedicadas a una licenciatura y un magister juntos.
Surgen varias preguntas: ¿No podrían nuevas formas de enseñanza en la educación básica y la preescolar capturar una parte de esas horas? ¿O, mejor, convertir la enseñanza en algo parecido a los juegos en línea, interesantes y colaborativos? ¿Por qué son tan aburridas las asignaturas en las escuelas?
La ciencia, enseñada en forma divertida, es el mejor camino para que niños pequeños (y, por supuesto, los mayores) alimenten su curiosidad por descubrir el mundo. Para los maestros, el tema no radica en saber mucho de física, sino en la forma en que promuevan que los niños quieran aprender física y se esfuercen para ello. O historia.
Por supuesto que la ciencia responde a muchos para qué (tecnología). Sin ello, careceríamos del avión y los dispositivos digitales. Sin embargo, la enseñanza debería hacer énfasis en mantener viva la pregunta de por qué (ciencia). Preguntas que deben llevar a más preguntas, manteniendo viva la necesidad de descubrir el mundo.
Niños y jóvenes que preguntan leen más y escriben mejor.
* Diseñadora de juegos, EE. UU. (http://bit.ly/1WTqHAZ)