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Una cosa son los tiempos y los ritmos de los acuerdos de paz, sus fast tracks, las objeciones de la Corte, de sus defensores y detractores. Otra, relacionada con la anterior, aunque con dinámicas diferentes, son los tiempos en los lugares en los que la violencia, durante décadas, ha golpeado a sus habitantes. Distintos actores han tenido que lidiar con múltiples formas de violencia y sus secuelas en muchas regiones del país. Dentro de ellos, los maestros, desde hace mucho rato, han enfrentado situaciones de lo que ahora en las capitales llamamos el “posconflicto” como etapa posterior al ejercicio de la violencia de múltiples fuentes.
Niños desplazados de otros lugares, hijos de víctimas, también de victimarios, han transitado por las instituciones educativas. Violencia de la guerrilla, los grupos paramilitares y del narcotráfico, también del Estado, y violencia que se replica en el seno de los hogares; violencia contra maestros y rectores. Decirles a los docentes, especialmente a aquellos de zonas rurales de municipios como Arauquita, San Juan de Nepomuceno en Montes de María, en los pueblos en límites entre Cauca y Valle, en el Caquetá, que la paz “empieza” con la firma de los acuerdos, resulta un poco absurdo para ellos.
Ha hecho carrera en estos días la idea de María Montessori: las guerras las culminan los políticos; sin embargo, son los maestros quienes construyen la paz.
Si en los centros urbanos campea la polarización, sin que necesariamente quienes son sus voceros hayan conocido el conflicto en forma directa, imaginemos lo que significa la violencia para docentes que, entre sus propios estudiantes, cuenten con hijos de campesinos asesinados y con hijos de probables perpetradores, para sólo poner un ejemplo.
Que los tiempos de posconflicto sean diferentes para los docentes de las zonas de violencia explica que se hayan presentado, en los últimos años, mas de 500 proyectos de paz por parte de docentes al Premio Compartir al Maestro. Se trata de propuestas nacidas en las experiencias del aula, con varios denominadores comunes: cómo poner a hablar a chicos hijos de víctimas, cómo recuperar la memoria y, finalmente, cómo construir valores de paz en contextos culturales dterminados. En ámbitos sin violencia sonaría inocuo que una propuesta de danza o teatro tuviese la magia de generar diálogos por la vía del arte sobre temas tan traumáticos como la desaparición del padre o la migración forzosa.
La situación colombiana, independiente de si el acuerdo con las Farc se realiza a plenitud, parece ser siempre de posconflicto. Aún si se logra cumplir con los acuerdos y los exguerrilleros se integran a la sociedad y a la política sin armas de manera tranquila, nuevos actores armados están tomando a pasos de gigante zonas en las que reinan los vacíos de poder. Nuevas formas de paramilitarismo obligan a los docentes a transitar lo que ya conocen: proteger a los niños colombianos, educarlos.