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El Nobel de economía James Robinson dio una entrevista en Semana que se destaca por una ligereza pasmosa. La afirmación de que Colombia ha sido mal gobernada durante 200 años, en favor de unas élites, parece producto de una bodega petrista. ¿No será que el camino al desarrollo para uno de los países más pobres de América, con una geografía muy complicada, que empezó su vida independiente en la pobreza absoluta, no es tan sencillo como insinúa? La idea de que todos los gobiernos han servido a las élites sería noticia para muchos dirigentes que hicieron grandes esfuerzos para modernizar un país muy pobre y constituye una afrenta contra miles de personas que han trabajado para mejorar las condiciones de sus conciudadanos. ¿Pensaba López Pumarejo que estaba trabajando para las élites? ¿Los Lleras? ¿O en el siglo XIX, López, Murillo Toro, Aquileo Parra? ¿O Santander? ¿O se está refiriendo Robinson a los gamonales regionales, con su desaforado apetito por los recursos públicos? ¿O a los sindicatos de las empresas públicas, que capturaban las rentas monopólicas de las empresas estatales? Si es así, que lo diga claramente.
El camino al desarrollo es largo y difícil. Colombia no puede ser tan rica como los Estados Unidos blandiendo una varita mágica. Toma generaciones de formación de capital humano y físico. El estado mismo de las instituciones (acá también Robinson es displicente con las colombianas, que a pesar de sus defectos y debilidades se han fortalecido y mantenido su carácter democrático) no es un fenómeno independiente de la calidad del insumo humano. Y ningún análisis serio de las debilidades de las instituciones colombianas puede omitir el efecto devastador del narcotráfico, que las ha combatido desde hace 40 años.
Robinson nos conmina a mirar a Chile para aprender de su fortaleza institucional. Olvida que por menos de lo que ha ocurrido acá, Chile cayó en una dictadura larguísima, que su tasa de crecimiento económico en el último medio siglo es inferior a la colombiana y que también es un país con gran desigualdad económica. Y omite mencionar que, en países con instituciones fuertes como Francia, España y Japón, también hay escándalos de corrupción por temas relacionados con la financiación de la actividad política.
Las exageraciones sobre la captura del Estados por élites frívolas traen a cuento otro lugar común: el supuesto dominio de la élite bogotana sobre el poder. En realidad, esto no pasa de ser una ficción. El 26 % de los presidentes de Colombia nació en Bogotá. En el siglo XIX, solo cinco de 37 fueron bogotanos. En los siglos XX y XXI, 13 de 31 han sido bogotanos. Suena alto, pero no es una proporción muy distinta a la de bogotanos sobre habitantes urbanos en Colombia.
Como punto positivo, por lo menos Robinson se apartó de la idea de que la pobreza se combate sin crecer, aunque el ejemplo de lo que considera una política de inversión en infraestructura, construir carreteras en la selva tropical, también es curioso. El daño que hacen afirmaciones como las de Robinson consiste en que ayudan a difundir la idea de que existen recetas simplistas y fáciles para el desarrollo, que nos van a ahorrar el trabajo de generaciones, como el que se hizo todo el siglo XX y se tendrá que hacer todo el siglo XXI.