No hay duda de que hubo fraude en las elecciones venezolanas. Era obvio que ese iba a ser el resultado. Maduro y su banda no tenían opción diferente a robarse las elecciones y quedarse en el poder como sea, porque saben que el día que salgan del Palacio de Miraflores y se acerquen a cualquier puerto fronterizo del planeta, les caerá la justicia internacional y serán apresados para que purguen sus crímenes.
Por eso, a duras penas, dejaron entrar como observador internacional al reconocido Centro Carter, pero impidieron que se acercaran otras voces que habrían denunciado la farsa de unas elecciones adulteradas. La estrategia apuntaba a que entre menos ojos estuvieren presenciando ese asalto, mejor para la revolución bolivariana. Esa misma razón pesó para que no dejaran participar como veedores a otras personas procedentes de Europa y América, algunas respetables, pero muchos otros lagartos, como la inefable y oportunista Martha Lucía Ramírez, ahora con ropaje de defensora de la democracia que jamás ha vestido.
Resultaron premonitorias las entrevistas de Diosdado Cabello, el número dos del chavismo, y el ministro de defensa, el general Vladimir Padrino López, justamente en la antesala de que se conocieran los resultados amañados. Amenazaron con usar la fuerza contra el pueblo venezolano si no se arrodillaban ante el tirano, que es lo que vienen cumpliendo a sangre y fuego, después de que el “bravo pueblo que el yugo lanzó” salió a las calles a defender el triunfo. Las detenciones y desapariciones de opositores crecen sin que la justicia haga nada porque está cooptada por el régimen. Los venezolanos perdieron hasta el miedo de morir y ser encarcelados, y por eso no los vencerán, ni siquiera porque Rusia y China apoyen al déspota.
Es indignante que haya quienes sostengan que el camino para solucionar esta tragedia venezolana sea la de aceptar los resultados del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, y luego sentarse a negociar con Maduro. Esa es, en últimas, la propuesta cínica y cómplice de Petro, además laudatoria de Chávez, con la cual confirmó que está del lado de la dictadura. No es decente dialogar con quien se propone detener a los líderes de la oposición, María Corina Machado y Edmundo González. No pueden avalarse las cuentas del CNE, ni encomendársele el reconteo de los sufragios porque ese organismo está podrido. Tampoco es viable sentarse a negociar nada con Maduro porque es un embaucador, pues ya le puso conejo a los Estados Unidos, a quienes les incumplió el pacto de Barbados, con el que consiguió la liberación del cuestionado Alex Saab y el descongelamiento de recursos económicos bajo la promesa de que convocaría a elecciones libres. Menos puede confiarse en el desprestigiado y chavista Tribunal Supremo al que a última hora Maduro ha acudido desesperado para que, valiéndose de un recurso de amparo o tutela, le avalen su satrapía, a través de una providencia prevaricadora en la que brillará todo menos la justicia.
Aquí hemos asistido a un vergonzoso festín de hipocresía de los alfiles del Centro Democrático, quienes por fin comprendieron que perpetuarse en el poder atenta contra la democracia y, también por cuenta de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe e Iván Duque, quienes ahora se rasgan las vestiduras cuestionando el atraco venezolano, cuando cada uno de ellos tiene rabo de paja en temas electorales:
— Pastrana es hijo de Misael, cuya elección el 19 de abril de 1970 aún hoy es cuestionada; de no haber ocurrido lo que sucedió en aquella ocasión, no habría surgido el M-19, por decir lo menos, ni el delfín Andrés habría sido mandatario.
— Uribe, para conseguir su reelección, dejó a varios de sus segundos condenados y encarcelados; luego no pudo reelegirse por segunda vez porque la Corte Constitucional se lo impidió.
— Duque nunca dijo nada cuando, repartiendo notarías, su patrón y mentor se quedó en el poder.
Después del pueblo venezolano el gran sacrificado será Colombia, aunque Petro -contertulio íntimo y consejero de Maduro- se haga el de la vista gorda con lo que se viene. No es solo la migración desordenada, sino que siga siendo Venezuela refugio de todas las organizaciones insurgentes, como el ELN. Mientras Venezuela arda, nunca habrá paz en Colombia.
Adenda. Inaceptable que la Fiscalía sostenga que el magistrado Carlos Urán no salió vivo del Palacio de Justicia y que fue asesinado allí.
No hay duda de que hubo fraude en las elecciones venezolanas. Era obvio que ese iba a ser el resultado. Maduro y su banda no tenían opción diferente a robarse las elecciones y quedarse en el poder como sea, porque saben que el día que salgan del Palacio de Miraflores y se acerquen a cualquier puerto fronterizo del planeta, les caerá la justicia internacional y serán apresados para que purguen sus crímenes.
Por eso, a duras penas, dejaron entrar como observador internacional al reconocido Centro Carter, pero impidieron que se acercaran otras voces que habrían denunciado la farsa de unas elecciones adulteradas. La estrategia apuntaba a que entre menos ojos estuvieren presenciando ese asalto, mejor para la revolución bolivariana. Esa misma razón pesó para que no dejaran participar como veedores a otras personas procedentes de Europa y América, algunas respetables, pero muchos otros lagartos, como la inefable y oportunista Martha Lucía Ramírez, ahora con ropaje de defensora de la democracia que jamás ha vestido.
Resultaron premonitorias las entrevistas de Diosdado Cabello, el número dos del chavismo, y el ministro de defensa, el general Vladimir Padrino López, justamente en la antesala de que se conocieran los resultados amañados. Amenazaron con usar la fuerza contra el pueblo venezolano si no se arrodillaban ante el tirano, que es lo que vienen cumpliendo a sangre y fuego, después de que el “bravo pueblo que el yugo lanzó” salió a las calles a defender el triunfo. Las detenciones y desapariciones de opositores crecen sin que la justicia haga nada porque está cooptada por el régimen. Los venezolanos perdieron hasta el miedo de morir y ser encarcelados, y por eso no los vencerán, ni siquiera porque Rusia y China apoyen al déspota.
Es indignante que haya quienes sostengan que el camino para solucionar esta tragedia venezolana sea la de aceptar los resultados del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, y luego sentarse a negociar con Maduro. Esa es, en últimas, la propuesta cínica y cómplice de Petro, además laudatoria de Chávez, con la cual confirmó que está del lado de la dictadura. No es decente dialogar con quien se propone detener a los líderes de la oposición, María Corina Machado y Edmundo González. No pueden avalarse las cuentas del CNE, ni encomendársele el reconteo de los sufragios porque ese organismo está podrido. Tampoco es viable sentarse a negociar nada con Maduro porque es un embaucador, pues ya le puso conejo a los Estados Unidos, a quienes les incumplió el pacto de Barbados, con el que consiguió la liberación del cuestionado Alex Saab y el descongelamiento de recursos económicos bajo la promesa de que convocaría a elecciones libres. Menos puede confiarse en el desprestigiado y chavista Tribunal Supremo al que a última hora Maduro ha acudido desesperado para que, valiéndose de un recurso de amparo o tutela, le avalen su satrapía, a través de una providencia prevaricadora en la que brillará todo menos la justicia.
Aquí hemos asistido a un vergonzoso festín de hipocresía de los alfiles del Centro Democrático, quienes por fin comprendieron que perpetuarse en el poder atenta contra la democracia y, también por cuenta de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe e Iván Duque, quienes ahora se rasgan las vestiduras cuestionando el atraco venezolano, cuando cada uno de ellos tiene rabo de paja en temas electorales:
— Pastrana es hijo de Misael, cuya elección el 19 de abril de 1970 aún hoy es cuestionada; de no haber ocurrido lo que sucedió en aquella ocasión, no habría surgido el M-19, por decir lo menos, ni el delfín Andrés habría sido mandatario.
— Uribe, para conseguir su reelección, dejó a varios de sus segundos condenados y encarcelados; luego no pudo reelegirse por segunda vez porque la Corte Constitucional se lo impidió.
— Duque nunca dijo nada cuando, repartiendo notarías, su patrón y mentor se quedó en el poder.
Después del pueblo venezolano el gran sacrificado será Colombia, aunque Petro -contertulio íntimo y consejero de Maduro- se haga el de la vista gorda con lo que se viene. No es solo la migración desordenada, sino que siga siendo Venezuela refugio de todas las organizaciones insurgentes, como el ELN. Mientras Venezuela arda, nunca habrá paz en Colombia.
Adenda. Inaceptable que la Fiscalía sostenga que el magistrado Carlos Urán no salió vivo del Palacio de Justicia y que fue asesinado allí.