Otra vez Petro alborota su enfermiza obsesión de los supuestos golpe de Estado y su asesinato, delitos que ni siquiera ha denunciado a la Fiscalía. En ese dislate lo acompañan varios de sus subalternos, unos más furiosos que otros, pero todos agresivos.
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Otra vez Petro alborota su enfermiza obsesión de los supuestos golpe de Estado y su asesinato, delitos que ni siquiera ha denunciado a la Fiscalía. En ese dislate lo acompañan varios de sus subalternos, unos más furiosos que otros, pero todos agresivos.
Nuestro mandatario no está preocupado porque lo tumben o lo maten, sino por la expectativa de que el CNE le impute cargos, al extremo de que, con un lenguaje ordinario impropio en un jefe de Estado, ha calificado las providencias judiciales, una de ellas de la Corte Constitucional, como “chambonadas”. Es una grosería mayor que la de dejar metidos a los togados de la Corte Suprema de Justicia en Quibdó, incluido su presidente, el apasionado pastranista, doctor Gerson Chaverra.
Sin duda Petro tiene motivos para preocuparse por el CNE, pero no porque sus opositores o críticos estén conspirando para sacarlo de la Casa de Nariño o liquidarlo, sino porque el enredo de la financiación de su campaña electoral crece cada día. En efecto, casi que hoy tiene características de hecho notorio que la campaña presidencial violó los topes legales de financiación. Las evidencias que columnistas tan certeros como Daniel Coronell y otros medios de comunicación han divulgado confirman la sospecha. El problema se ha tratado de manejar por el Gobierno con artificios de procesalismo a ultranza, alegando que el CNE no puede investigar las cuentas de la campaña del candidato ganador, lo que es insostenible legal y éticamente.
Esta tesis puede conducir al exabrupto de que las únicas cuentas revisables por el CNE son las del perdedor, todo para respetar el fuero presidencial del vencedor. No, el Estado de derecho tiene establecido en garantía y pureza de todo proceso electoral, que no hay cifras de ninguna financiación electoral que estén vedadas al ojo escrutador del CNE, no importa de quién se trate.
Siendo ello así, es un disparate y una irresponsabilidad que Petro y sus amigos crean que el solo hecho de rastrear sus cuestionadas cuentas de campaña es el anuncio de rebelión o de un magnicidio. No se juega con una ruptura institucional. Menos aún cuando no parece posible que la complaciente e ineficaz Comisión de Absoluciones de la Cámara promueva un juicio en contra de Petro para acusarlo ante un Senado siempre acobardado y alimentado por la burocracia oficial. Petro es suficientemente zorro en política como para ignorar que hay más probabilidad de que Duque y sus secuaces respondan por Pegasus que a él lo destituyan en el Congreso. Eso no lo permitiría porque por algo se parece al sátrapa de Maduro.
Si a Petro le mortifica que en Ecopetrol terminen tumbado a su gerente de campaña, pues debería resignarse, porque Ricardo Roa no tiene cómo salir bien librado, como tampoco el otro Ricardo –Bonilla–, el desapacible y cuestionado ministro de Hacienda. Lo urgente no es defender al presidente de Ecopetrol sino buscarle un reemplazo que no ponga en riesgo la estabilidad de la empresa más importante del país.
Ya veremos con qué sale el CNE, porque se conocen rumores alarmantes de que algunos de sus miembros están, si no atemorizados, al menos aquerenciados indebidamente. Todo puede suceder en esa corporación, cuyo origen politizado no otorga credenciales de credibilidad.
No le falta razón a Petro en su queja de que uno de sus investigadores sea Álvaro Prada, quien no debería estar en esa corporación cuando respecto de él hay una acusación penal por intento de soborno a testigos para favorecer a su jefe. Vergonzoso que alguien con semejante cruz pueda administrar justicia. A Prada le está pasando lo mismo que a ciertos togados, inclusive de altas cortes, que jamás acceden a declararse impedidos a pesar de sus inhabilidades, odios y malquerencias con algún sujeto procesal. Eso es venganza, no justicia. El más alto magistrado de la Nación no puede convertir las pesquisas a sus deplorables balances de campaña en una revolución en su contra. En todo caso, es curioso que ante la eventualidad de que Petro tuviere que dejar el poder, crea que el llamado a sucederle sería el presidente del Senado, Efraín Cepeda, y no su vicepresidenta. ¡Pobre Francia!
Adenda No 1. De luto estarán los fachos criollos que en su momento pedían para Colombia un Fujimori y hoy a Milei o a Bukele.
Adenda No 2. Al vicecanciller Jorge Rojas se le fueron las luces alabando al sátrapa Maduro en nombre de todos los colombianos.