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Desaprovechó el subpresidente Duque la ocasión para empezar a vencer la polarización. No pudo, en esta hora de emergencia, unir a los colombianos en torno a un propósito obvio: defendernos y derrotar el coronavirus. En vez de mostrarse grande y ajeno a las nimiedades, se le vio celoso de que alcaldes y gobernadores hicieran lo que él no propuso, y a la manera de “L’État c’est moi”, de Luis XIV, reclamó la autoridad que nadie le estaba desconociendo, expidiendo un decreto groseramente ilegal. Duque está pensando más en recuperar en las encuestas unos punticos por cuenta del manejo de esta situación inesperada y peligrosa, que en resolver un problema que sigue creciendo. La exigencia de que toda decisión regional sobre el coronavirus pase por su oficina, o por las de varios ministros que no dan pie con bola, no tiene ninguna lógica pero sí vanidad y soberbia. ¡Qué forma de gobernar! Ni rajan ni prestan el hacha.
Hoy estamos acuartelados gracias a la sensatez de Claudia López, porque al Gobierno Nacional ni siquiera se le ocurrió cerrar El Dorado y en cambio trasladó sus faltas a Opaín, la empresa operadora del aeropuerto que injustamente quedó expuesta por la desidia oficial. A Duque le resulta imposible darse a entender, pues también su intervención en la cumbre de Prosur dio lugar a que el canciller uruguayo interpretara que el mandatario colombiano estaba ofreciendo nuestro principal aeropuerto como escala para que los latinoamericanos pasaran por Bogotá. Aquí no se entiende lo que manda Duque, pero en el exterior tampoco lo que ofrece.
Pero Duque no está solo, ya aparecieron los dirigentes gremiales. Algunos se parquearon en las escalinatas de la Casa de Nari, donde pudieran ser entrevistados y dar instrucciones al aprendiz de mandatario. La estrategia también les dio resultado en esta ocasión, porque el Gobierno no los ha olvidado. Hay que excluir, por supuesto, algunos grupos que con generosidad están aportando importantes recursos para mejorar el servicio de salud, y es justo destacar la postura de Arturo Calle consignada en la sentida, patriótica y prudente carta abierta que dirigió a sus compatriotas.
Parodiando lo que dice el escritor Gustavo López en su extraordinaria novela Los dormidos y los muertos —de lectura obligada— sobre lo que pasaba bajo la dictadura de Rojas Pinilla, el país se está manejando “a punta de negligencia y desaliño”. El decreto de la emergencia económica para poner en “detención domiciliaria” a los mayores de 70 años, cuando en el Gobierno hay quienes ya cruzaron esa severa edad, o para restablecer el servicio de agua a quienes lo tenían cortado, cuando ya estaba restablecido, confirma el caos. No se atrevieron a decretar una moratoria que favoreciera a millones de deudores, sino asegurarle al hambriento sector bancario que sus arcas estarán a salvo.
Duque arrancó reiterando que su Gobierno no hablaría con Maduro, pero obviamente ha terminado sentado con los funcionarios del dictador venezolano, porque es con estos con quienes debe dialogar para organizar alguna medida coherente en la frontera frente al coronavirus, no vaya y le pase lo mismo que con el exótico pedido de repatriación de Aida Merlano.
Marta Lucía también desperdició la oportunidad de quedarse callada, pues para darles gusto a los poderosos señores que supone la harán presidenta criticó las medidas que calificó de precipitadas pero que, sin embargo, luego su jefe sí acogió previo decreto de la emergencia económica. Entre otras, ojalá esta aventura de la emergencia económica caiga pulverizada en la Corte Constitucional, aunque no me hago ilusiones porque allá, salvo muy pocos magistrados, tampoco hay con quién.
Y esto apenas está empezando.
Adenda No 1. Conocido el audio de la sucia conversación de alias Ñeñe Hernández y Caya Daza, que no deja duda de en qué estaban y cuya existencia negaban tozudamente los uribistas, ¿cuál será la próxima coartada y el siguiente paso del fiscal Barbosa, quien hizo parte de la campaña presidencial de Duque y de su gobierno?
Adenda No 2. Deplorable el cierre “temporal” de la magnífica revista Arcadia. Nuevamente la equivocada administración alcabalera de la revista Semana ultraja y decepciona a sus lectores y ofende la cultura.