Si Petro creyó que con su amenazante diatriba del pasado martes y las marchas convocadas por el Gobierno todo le iba a salir bien, le fallaron sus cálculos. El resultado fue un fiasco, comparable con el dramático descenso en las encuestas de un presidente que apenas seis meses después de iniciado su mandato histórico del cambio ya registra menos del 45 % en imagen favorable.
Las caminatas en todo el país apoyando a Petro fueron lánguidas por lo general, contrastadas con las que al día siguiente sacudieron plazas difíciles de llenar, como en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla, para solo mencionar unas pocas. Las imágenes que vimos de la Plaza de Armas eran un poco menos que risibles. Estaban casi todos los ministros con la excepción de Alejandro Gaviria, quien haría bien en retirarse antes de que lo manden al lugar adecuado, como va a terminar ocurriendo con José Antonio Ocampo y Cecilia López. Un buen día de estos —y no parece estar lejano— Petro oye las voces resentidas de su guardia pretoriana y los convierte otra vez en exministros de un cuatrienio donde brillaron, pero se volvieron incómodos e insoportables para el mandatario que necesita y quiere mandar sin que nadie se le atraviese o le lleve la contraria, porque fue él quien ganó las elecciones.
El discurso de Petro ni siquiera fue bueno. Lleno de lugares comunes, tampoco fue una arenga emotiva de un auténtico izquierdista, no solo porque confirmó que jamás lo ha sido sino porque nada sustancial dejó en quienes nos sentamos a oír ese extenuante y deplorable acto. Vainazos en tono de jaculatorias nada originales contra la oligarquía, los ricos, los poderosos, los dos banqueros —al tercero, que ya sabemos quién es, no lo tocó— y un reguero de hostilidades contra todo aquel que no esté de acuerdo así sea con una sola de sus ideas. El mensaje quedó claro: hay que sustituir el odio de los plutócratas de antaño por los rencores guardados del Pacto Histórico de hogaño. En eso está consistiendo el cambio, es decir, a los que antes fueron odiados les llegó por fin la hora de odiar al resto de los mortales.
La presencia de la ya renombrada primera dama y su pequeña hija bostezando —con razón— nos quedamos sin entenderla. Me pregunto si ya se creyeron el cuento de que la señora de marras podría competir en el 2026 —como cualquier Rosario Murillo, la dictadora del dictador de Nicaragua— para ser elegida presidenta en reemplazo de su cónyuge. A propósito, a todas estas, a Francia Márquez, la arisca vicepresidenta, no la dejaron subir al balcón, pero de ella se sabe que cada vez se le siente más ausente de la Casa de Nariño aunque sí muy activa y ostentosa en la carretera de Cali a Dapa, zona templada donde, por cierto, se “vive sabroso”. Esto es apenas el inicio de una campaña cuidadosamente diseñada que sabemos cómo comenzó pero no cómo terminará.
Un detalle adicional. El presidente ironizó hablando de que algunos lo llaman dictador, pero no dijo una sola palabra para justificar el cúmulo de facultades extraordinarias con las que está a punto de ser adornado de aprobarse el esperpento del Plan Nacional de Desarrollo, que se suman a las que le permitirán regular y controlar la prestación de servicios públicos. La ciencia política está por reinventarse una genial tipología de gobernantes que pueden y les gusta gobernar sin Congreso y sin críticos, pero que quieren seguir siendo reconocidos como demócratas.
El 10 septiembre de 1885 Rafael Núñez, también desde el balcón presidencial, anunció: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir, sus páginas manchadas han sido quemadas entre las llamas de La Humareda”. Este grito de falsa victoria nos representó sobrevivir bajo la retardataria Constitución de 1886 y la oprobiosa Hegemonía Conservadora de 45 años. Veremos qué nos depara este nuevo balconazo.
Adenda No 1. No he olvidado lo que otros canallas parece que sí, pero que ahora les reitero: van a tener que asesinarme si creen que con amenazas me silenciarán.
Adenda No 2. Hicieron bien los goditos en remover de la presidencia de su partido al impresentable Carlos Andrés Trujillo por Efraín Cepeda, un caballero de la política.
Adenda No 3. Álvaro Uribe y Néstor Humberto Martínez definitivamente coincidieron en su impresionante puntería para nombrar encumbrados funcionarios que resultaron delincuentes.
Si Petro creyó que con su amenazante diatriba del pasado martes y las marchas convocadas por el Gobierno todo le iba a salir bien, le fallaron sus cálculos. El resultado fue un fiasco, comparable con el dramático descenso en las encuestas de un presidente que apenas seis meses después de iniciado su mandato histórico del cambio ya registra menos del 45 % en imagen favorable.
Las caminatas en todo el país apoyando a Petro fueron lánguidas por lo general, contrastadas con las que al día siguiente sacudieron plazas difíciles de llenar, como en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla, para solo mencionar unas pocas. Las imágenes que vimos de la Plaza de Armas eran un poco menos que risibles. Estaban casi todos los ministros con la excepción de Alejandro Gaviria, quien haría bien en retirarse antes de que lo manden al lugar adecuado, como va a terminar ocurriendo con José Antonio Ocampo y Cecilia López. Un buen día de estos —y no parece estar lejano— Petro oye las voces resentidas de su guardia pretoriana y los convierte otra vez en exministros de un cuatrienio donde brillaron, pero se volvieron incómodos e insoportables para el mandatario que necesita y quiere mandar sin que nadie se le atraviese o le lleve la contraria, porque fue él quien ganó las elecciones.
El discurso de Petro ni siquiera fue bueno. Lleno de lugares comunes, tampoco fue una arenga emotiva de un auténtico izquierdista, no solo porque confirmó que jamás lo ha sido sino porque nada sustancial dejó en quienes nos sentamos a oír ese extenuante y deplorable acto. Vainazos en tono de jaculatorias nada originales contra la oligarquía, los ricos, los poderosos, los dos banqueros —al tercero, que ya sabemos quién es, no lo tocó— y un reguero de hostilidades contra todo aquel que no esté de acuerdo así sea con una sola de sus ideas. El mensaje quedó claro: hay que sustituir el odio de los plutócratas de antaño por los rencores guardados del Pacto Histórico de hogaño. En eso está consistiendo el cambio, es decir, a los que antes fueron odiados les llegó por fin la hora de odiar al resto de los mortales.
La presencia de la ya renombrada primera dama y su pequeña hija bostezando —con razón— nos quedamos sin entenderla. Me pregunto si ya se creyeron el cuento de que la señora de marras podría competir en el 2026 —como cualquier Rosario Murillo, la dictadora del dictador de Nicaragua— para ser elegida presidenta en reemplazo de su cónyuge. A propósito, a todas estas, a Francia Márquez, la arisca vicepresidenta, no la dejaron subir al balcón, pero de ella se sabe que cada vez se le siente más ausente de la Casa de Nariño aunque sí muy activa y ostentosa en la carretera de Cali a Dapa, zona templada donde, por cierto, se “vive sabroso”. Esto es apenas el inicio de una campaña cuidadosamente diseñada que sabemos cómo comenzó pero no cómo terminará.
Un detalle adicional. El presidente ironizó hablando de que algunos lo llaman dictador, pero no dijo una sola palabra para justificar el cúmulo de facultades extraordinarias con las que está a punto de ser adornado de aprobarse el esperpento del Plan Nacional de Desarrollo, que se suman a las que le permitirán regular y controlar la prestación de servicios públicos. La ciencia política está por reinventarse una genial tipología de gobernantes que pueden y les gusta gobernar sin Congreso y sin críticos, pero que quieren seguir siendo reconocidos como demócratas.
El 10 septiembre de 1885 Rafael Núñez, también desde el balcón presidencial, anunció: “La Constitución de Rionegro ha dejado de existir, sus páginas manchadas han sido quemadas entre las llamas de La Humareda”. Este grito de falsa victoria nos representó sobrevivir bajo la retardataria Constitución de 1886 y la oprobiosa Hegemonía Conservadora de 45 años. Veremos qué nos depara este nuevo balconazo.
Adenda No 1. No he olvidado lo que otros canallas parece que sí, pero que ahora les reitero: van a tener que asesinarme si creen que con amenazas me silenciarán.
Adenda No 2. Hicieron bien los goditos en remover de la presidencia de su partido al impresentable Carlos Andrés Trujillo por Efraín Cepeda, un caballero de la política.
Adenda No 3. Álvaro Uribe y Néstor Humberto Martínez definitivamente coincidieron en su impresionante puntería para nombrar encumbrados funcionarios que resultaron delincuentes.