El escenario del Congreso no es el más idóneo para trabajar, ni siquiera como parlamentario. Para empezar, el dueño del Capitolio es un intransigente coronel de la Policía, Jorge Moreno Cuesta, quien manda un batallón de agentes encargados de controlar el ingreso al edificio e impedir el acceso al ciudadano que ejerza su derecho de que no le tomen foto para entrar al sitio. A eso se agrega que durante las sesiones nadie oye lo que está hablando el orador de turno, porque mientras eso ocurre sus colegas hablan entre sí o atienden el cabildeo descarado de lobistas, asesores y lagartos que se mueven con sagacidad en los turbulentos pasillos del hemiciclo congresional.
Seguramente hay más cosas desagradables en el Congreso, pero nada de eso justificaba que el atorrante de Rodolfo Hernández hubiera decidido retirarse del Senado, luego de que más de 10 millones de compatriotas incurrieron en la osadía de votar por él para presidente. Sí, la cosa es así. Más que tener rabia con Hernández por marginarse del Senado, hay que sentirla con los sufragantes que con sus votos casi hacen mandatario a un idiota inútil. Los mismos que votaron por ese adefesio hoy deberían también estar furiosos consigo mismos, porque el odio a Petro los hizo cometer semejante falta imborrable contra la decencia y la democracia.
Si Hernández tiene que pedir perdón a quienes lo hicieron senador cuando lo que buscaban era hacerlo presidente, con mayor razón quienes votaron por él. Allí está el resultado del rencor y la intolerancia. Eligieron un cretino que ni siquiera sirvió para quedarse callado en el Congreso.
Lo grave y evidente es que Hernández carece de condiciones para ser senador y para ejercer cualquiera otra responsabilidad pública. Fácil resulta imaginar cómo estaría el país si este chisgarabís hubiera ganado la Presidencia. Basta imaginárselo en la Asamblea General de la ONU, comparable solo con Iván Duque hablando de los siete enanitos. Hernández se vino de paseo a Bogotá con la esperanza de amañarse hablando sandeces en el parlamento, pero muy pronto tuvo que reconocer que tampoco allí tiene cabida.
Ahora derrotado en su empeño de ejercer como congresista, el mismo Hernández anuncia que se propone repetir alcaldía en Bucaramanga, de donde salió a destiempo y sin pena ni gloria, o aspirar a la Gobernación de Santander, su terruño y el de los suyos, que con este individuo ha quedado en deuda grande e impagable con la nación.
Qué ha hecho Santander para soportar esta ingrata suerte de que sus destinos sean manejados por un hombre tan desprovisto de todo, menos de millones de pesos conseguidos a través del ejercicio supuestamente sano de la especulación comercial. Un departamento pujante, donde desde la época de la Colonia han surgido figuras cimeras de la política como Aquileo Parra, Augusto Espinosa Valderrama, su hermano Abdón, Luis Carlos Galán, Jaime García Parra, Horacio Serpa Uribe, José Manuel Arias Carrizosa, Pedro Gómez Valderrama, Alfonso Gómez Gómez, para solo mencionar desordenadamente unos pocos nombres obligados del olimpo santandereano, no se merece que su destino inmediato sea entregarle la Gobernación a Rodolfo Hernández, de quien dicho sea de paso todavía está pendiente que en la Fiscalía se resuelva un caso por corrupción en el que está involucrado. Y eso que Hernández es jefe de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.
Los santandereanos tienen derecho a un buen gobierno regional y sobre todo a contar con gentes capaces de tomar las riendas y conducir con acierto y honestidad el departamento, saqueado por una camarilla de bandidos que, a pesar de que la justicia ha dado buena cuenta de ellos, siguen sin sanción social. Están a tiempo de ponerse a salvo de la tragedia de vestir de gobernador a este patanzuelo. Eso será posible si no se les ocurre ungir a personajes desgastados y siniestros como Alejandro Ordóñez o al aprendiz de caudillo y seguidor de Rodolfo Hernández, el malogrado Horacio José Serpa.
Pase lo que pase en el futuro de Hernández, en todo caso su renuncia al Senado no absuelve a los 10 millones de cómplices que casi le ponen la banda presidencial.
Adenda. Cara dura, cínico, vividor e indigno el exministro de Salud Fernando Ruiz, rogando para que el Gobierno defendiera su inmerecida candidatura a director de la Organización Panamericana de la Salud.
El escenario del Congreso no es el más idóneo para trabajar, ni siquiera como parlamentario. Para empezar, el dueño del Capitolio es un intransigente coronel de la Policía, Jorge Moreno Cuesta, quien manda un batallón de agentes encargados de controlar el ingreso al edificio e impedir el acceso al ciudadano que ejerza su derecho de que no le tomen foto para entrar al sitio. A eso se agrega que durante las sesiones nadie oye lo que está hablando el orador de turno, porque mientras eso ocurre sus colegas hablan entre sí o atienden el cabildeo descarado de lobistas, asesores y lagartos que se mueven con sagacidad en los turbulentos pasillos del hemiciclo congresional.
Seguramente hay más cosas desagradables en el Congreso, pero nada de eso justificaba que el atorrante de Rodolfo Hernández hubiera decidido retirarse del Senado, luego de que más de 10 millones de compatriotas incurrieron en la osadía de votar por él para presidente. Sí, la cosa es así. Más que tener rabia con Hernández por marginarse del Senado, hay que sentirla con los sufragantes que con sus votos casi hacen mandatario a un idiota inútil. Los mismos que votaron por ese adefesio hoy deberían también estar furiosos consigo mismos, porque el odio a Petro los hizo cometer semejante falta imborrable contra la decencia y la democracia.
Si Hernández tiene que pedir perdón a quienes lo hicieron senador cuando lo que buscaban era hacerlo presidente, con mayor razón quienes votaron por él. Allí está el resultado del rencor y la intolerancia. Eligieron un cretino que ni siquiera sirvió para quedarse callado en el Congreso.
Lo grave y evidente es que Hernández carece de condiciones para ser senador y para ejercer cualquiera otra responsabilidad pública. Fácil resulta imaginar cómo estaría el país si este chisgarabís hubiera ganado la Presidencia. Basta imaginárselo en la Asamblea General de la ONU, comparable solo con Iván Duque hablando de los siete enanitos. Hernández se vino de paseo a Bogotá con la esperanza de amañarse hablando sandeces en el parlamento, pero muy pronto tuvo que reconocer que tampoco allí tiene cabida.
Ahora derrotado en su empeño de ejercer como congresista, el mismo Hernández anuncia que se propone repetir alcaldía en Bucaramanga, de donde salió a destiempo y sin pena ni gloria, o aspirar a la Gobernación de Santander, su terruño y el de los suyos, que con este individuo ha quedado en deuda grande e impagable con la nación.
Qué ha hecho Santander para soportar esta ingrata suerte de que sus destinos sean manejados por un hombre tan desprovisto de todo, menos de millones de pesos conseguidos a través del ejercicio supuestamente sano de la especulación comercial. Un departamento pujante, donde desde la época de la Colonia han surgido figuras cimeras de la política como Aquileo Parra, Augusto Espinosa Valderrama, su hermano Abdón, Luis Carlos Galán, Jaime García Parra, Horacio Serpa Uribe, José Manuel Arias Carrizosa, Pedro Gómez Valderrama, Alfonso Gómez Gómez, para solo mencionar desordenadamente unos pocos nombres obligados del olimpo santandereano, no se merece que su destino inmediato sea entregarle la Gobernación a Rodolfo Hernández, de quien dicho sea de paso todavía está pendiente que en la Fiscalía se resuelva un caso por corrupción en el que está involucrado. Y eso que Hernández es jefe de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.
Los santandereanos tienen derecho a un buen gobierno regional y sobre todo a contar con gentes capaces de tomar las riendas y conducir con acierto y honestidad el departamento, saqueado por una camarilla de bandidos que, a pesar de que la justicia ha dado buena cuenta de ellos, siguen sin sanción social. Están a tiempo de ponerse a salvo de la tragedia de vestir de gobernador a este patanzuelo. Eso será posible si no se les ocurre ungir a personajes desgastados y siniestros como Alejandro Ordóñez o al aprendiz de caudillo y seguidor de Rodolfo Hernández, el malogrado Horacio José Serpa.
Pase lo que pase en el futuro de Hernández, en todo caso su renuncia al Senado no absuelve a los 10 millones de cómplices que casi le ponen la banda presidencial.
Adenda. Cara dura, cínico, vividor e indigno el exministro de Salud Fernando Ruiz, rogando para que el Gobierno defendiera su inmerecida candidatura a director de la Organización Panamericana de la Salud.