Qué papel tan lánguido jugó el magistrado Carlos Bernal Pulido, quien anunció su retiro intempestivo de la Corte Constitucional para atender compromisos académicos en el exterior. No dejó una sola providencia para mostrar de su lánguido periplo.
Bernal Pulido contaba con conocimientos, pero no con las suficientes horas de vuelo para ser togado en el tribunal constitucional. Pudo llegar a tan alta dignidad sobre los hombros del rector del Externado de Colombia, Juan Carlos Henao, quien se lo inventó como candidato a magistrado entre otras cosas para cerrarle el paso a otro destacado jurista que sí habría hecho un papel estelar y digno. Juan Manuel Santos, experto en designar mal, se tragó el anzuelo y metió en la terna a Bernal, para entonces apenas un jovencito arrogante, vanidoso, pero bien hablado y dueño de la verdad.
Solamente a un arribista y trepador incorregible como Juan Carlos Henao se le podía ocurrir habilitar a Bernal como magistrado, no propiamente pensando en un demócrata que defendiera el proceso de paz o la justicia transicional, sino en contar con alguien cercano en la Corte a quien hablarle al oído. Por estos tiempos los mandamases de ciertas universidades se gastan su tiempo y prestigio en promover candidatos o en vetar a quienes no son de su agrado, y de ello ha quedado memoria, por ejemplo, en la integración por el Consejo de Estado de la última terna para la Corte Constitucional.
Fue culpa de Santos haberse dejado convencer de ternar a Bernal Pulido, cuando tenía otros magníficos candidatos, pero definitivamente lo suyo no es acertar en los nombres. Por eso propició a Néstor Humberto Martínez como fiscal, y ya se sabe lo que hizo contra la paz; lo mismo con Juan Carlos Pinzón, el quintacolumnista que como ministro de Defensa todos los días disparaba contra el proceso de paz. Con esos antecedentes, les quedaba fácil a quienes estuvieron remando por Bernal que Santos lo ternara para la Corte Constitucional, donde resultó un total fiasco.
A Bernal lo conocíamos en el estrecho círculo de los externadistas, donde había ganado prestigio como profesor en el exterior. De su ideología nada se sabía, pero todo hacía suponer que alguien tan supuestamente culto e informado estaba a salvo de fanatismos religiosos o tendencias fascistas. Engañó a todos. Cuando Bernal ya estaba en la terna y en plena campaña para la Corte Constitucional, empezó a salir muy sonriente en fotos con José Obdulio y Uribe, y esa fue la primera señal de lo que luego se desencadenó. En efecto, muy pronto nos enteramos de que ese jovencito no era un genio, sino un militante ultraderechista, además pastor de una congregación religiosa y un intolerante sin límite. Entonces ya no hubo cómo enmendar semejante yerro.
Eso sí, apenas iniciada su gestión en la Corte Constitucional, Bernal se distanció de su padrino, sin que se sepa claramente la razón, pero hay versiones nada tranquilizadoras de que ese portazo no fue la traición que los áulicos de su benefactor se empeñan en propalar. En cuanto pudo, claro, ya salido del clóset de su fanatismo religioso, seguir en el Externado no le lucía, y se retiró para convertirse al día siguiente en profesor de la Sabana, centro académico al que no solo se incorporó, sino que se volvió agente promotor de sus cursos. Bernal salió de donde se sentía como mosco en leche y del sitio en el que probablemente alguien pretendía presionarlo o cobrarle el favor, y llegó donde es obvio que se sentiría cómodo cumpliéndole a su fe religiosa.
Por supuesto que los externadistas no somos Henao, Bernal ni las camarillas. El Externado es una institución llena de fuerza y dignidad que trasciende a pesar de las personas y sus fracasos.
Ojalá que la lección haya quedado aprendida. No se puede seguir improvisando con el nombramiento en las altas cortes, pero sobre todo en la Corte Constitucional. Hay que llevar allá juristas y humanistas, no guaqueros de la jurisprudencia ansiosos de figuración pública o buscadores de oportunidades laborales o negocios. Tampoco hay que promover esa cochada de lagarticos que apenas salen de sus cargos se vuelven candidatos para todo mientras litigan detrás de las barandas.
Adenda. La elección de procurador general de la Nación va por camino peligroso.
Qué papel tan lánguido jugó el magistrado Carlos Bernal Pulido, quien anunció su retiro intempestivo de la Corte Constitucional para atender compromisos académicos en el exterior. No dejó una sola providencia para mostrar de su lánguido periplo.
Bernal Pulido contaba con conocimientos, pero no con las suficientes horas de vuelo para ser togado en el tribunal constitucional. Pudo llegar a tan alta dignidad sobre los hombros del rector del Externado de Colombia, Juan Carlos Henao, quien se lo inventó como candidato a magistrado entre otras cosas para cerrarle el paso a otro destacado jurista que sí habría hecho un papel estelar y digno. Juan Manuel Santos, experto en designar mal, se tragó el anzuelo y metió en la terna a Bernal, para entonces apenas un jovencito arrogante, vanidoso, pero bien hablado y dueño de la verdad.
Solamente a un arribista y trepador incorregible como Juan Carlos Henao se le podía ocurrir habilitar a Bernal como magistrado, no propiamente pensando en un demócrata que defendiera el proceso de paz o la justicia transicional, sino en contar con alguien cercano en la Corte a quien hablarle al oído. Por estos tiempos los mandamases de ciertas universidades se gastan su tiempo y prestigio en promover candidatos o en vetar a quienes no son de su agrado, y de ello ha quedado memoria, por ejemplo, en la integración por el Consejo de Estado de la última terna para la Corte Constitucional.
Fue culpa de Santos haberse dejado convencer de ternar a Bernal Pulido, cuando tenía otros magníficos candidatos, pero definitivamente lo suyo no es acertar en los nombres. Por eso propició a Néstor Humberto Martínez como fiscal, y ya se sabe lo que hizo contra la paz; lo mismo con Juan Carlos Pinzón, el quintacolumnista que como ministro de Defensa todos los días disparaba contra el proceso de paz. Con esos antecedentes, les quedaba fácil a quienes estuvieron remando por Bernal que Santos lo ternara para la Corte Constitucional, donde resultó un total fiasco.
A Bernal lo conocíamos en el estrecho círculo de los externadistas, donde había ganado prestigio como profesor en el exterior. De su ideología nada se sabía, pero todo hacía suponer que alguien tan supuestamente culto e informado estaba a salvo de fanatismos religiosos o tendencias fascistas. Engañó a todos. Cuando Bernal ya estaba en la terna y en plena campaña para la Corte Constitucional, empezó a salir muy sonriente en fotos con José Obdulio y Uribe, y esa fue la primera señal de lo que luego se desencadenó. En efecto, muy pronto nos enteramos de que ese jovencito no era un genio, sino un militante ultraderechista, además pastor de una congregación religiosa y un intolerante sin límite. Entonces ya no hubo cómo enmendar semejante yerro.
Eso sí, apenas iniciada su gestión en la Corte Constitucional, Bernal se distanció de su padrino, sin que se sepa claramente la razón, pero hay versiones nada tranquilizadoras de que ese portazo no fue la traición que los áulicos de su benefactor se empeñan en propalar. En cuanto pudo, claro, ya salido del clóset de su fanatismo religioso, seguir en el Externado no le lucía, y se retiró para convertirse al día siguiente en profesor de la Sabana, centro académico al que no solo se incorporó, sino que se volvió agente promotor de sus cursos. Bernal salió de donde se sentía como mosco en leche y del sitio en el que probablemente alguien pretendía presionarlo o cobrarle el favor, y llegó donde es obvio que se sentiría cómodo cumpliéndole a su fe religiosa.
Por supuesto que los externadistas no somos Henao, Bernal ni las camarillas. El Externado es una institución llena de fuerza y dignidad que trasciende a pesar de las personas y sus fracasos.
Ojalá que la lección haya quedado aprendida. No se puede seguir improvisando con el nombramiento en las altas cortes, pero sobre todo en la Corte Constitucional. Hay que llevar allá juristas y humanistas, no guaqueros de la jurisprudencia ansiosos de figuración pública o buscadores de oportunidades laborales o negocios. Tampoco hay que promover esa cochada de lagarticos que apenas salen de sus cargos se vuelven candidatos para todo mientras litigan detrás de las barandas.
Adenda. La elección de procurador general de la Nación va por camino peligroso.