Netflix entrega la miniserie La chica del Vaticano, documental sobre la desaparición de la adolescente Emanuela Orlandi el miércoles 22 de junio de 1983. La jovencita era hija de una familia muy creyente que vivía en el Vaticano, donde su padre trabajaba como oficinista, la cual estaba integrada por cuatro hermanas mujeres y un varón. Luego de estas cuatro décadas la familia Orlandi ya no vive en el Vaticano, porque tiene pésima opinión de los jerarcas de la Iglesia, incluidos dos pontífices, como necesariamente le pasa a todo aquel que termina de ver los cuatro capítulos de la serie.
El documental desarrolla las diferentes hipótesis sobre los motivos de ese misterioso secuestro y se presentan de manera tal que cada una convence al espectador. En efecto, durante mucho tiempo se creía que esa desaparición era un chantaje a Juan Pablo II para que no se entrometiera en el bloque soviético y en particular en Polonia, entonces sacudida con el estallido del movimiento obrero Solidaridad. Esta versión apareció alimentada con misteriosas llamadas anónimas de personas que supuestamente tenían a Emanuela. En esa primera fase hasta el papa Juan Pablo II abogó en una de sus homilías en la plaza de San Pedro para que los captores liberaran a la joven. Todo esto ocurrió dos años después del atentado al papa polaco, y por eso la historia giró al supuesto pedido de los secuestradores que devolverían a Emanuela a cambio de que se excarcelara a Ali Agca, el turco que disparó a Juan Pablo II. Este no fue excarcelado sino muchos años después cuando cumplió buena parte de su condena. El temprano pedido de clemencia del papa Wojtyla generó la sospecha de que el Vaticano sabía quién retenía a la joven Orlandi, por lo que a la compleja maraña para entonces tejida se asoció el lavado de activos del Banco Ambrosiano y su desplome. Entonces aparecieron en la trama del secuestro de Emanuela la mafia y hasta el supuesto suicidio de Ricardo Calvi, el “banquero de Dios”, colgado de un puente en Londres.
Pero se produjeron dos hechos que, al menos hasta ahora, le han trazado un rumbo distinto aunque creíble a esta tenebrosa historia. Lo primero es que el papa Francisco visitó a la familia Orlandi y cuando el hermano de la secuestrada le expresó que tenían esperanza de que su hermana regresara el pontífice le respondió: “Emanuela está en el cielo”, y se lo volvió a repetir. La familia debió creer que se trataba de una simple consolación, pero su sorpresa fue mayúscula cuando una compañera de colegio de Emanuela, que había guardado silencio durante 37 años, informó —sin revelar su identidad— que dos días antes de la desaparición su amiga le había contado que había sido víctima de abuso sexual por una persona muy importante del Vaticano. Entonces allí cobraron sentido algunas historias que en el pasado referían que Emanuela había sido entregada por sus captores a un prelado en el mismo Vaticano o trasladada a otra capital europea, y quedaron sin piso las demás versiones que involucraban a Rusia, Polonia, Turquía y hasta los Estados Unidos.
Cuando la familia Orlandi conoció el relato de la amiga de Emanuela, comprendió que si el papa Francisco había asegurado que la joven estaba en el cielo, tenía que saber que estaba muerta pero nunca informó a su familia. Ese silencio inexplicable es un crimen para con esa familia que hoy, 40 años después de haberse iniciado esta tragedia, lo único que reclama son los restos de su hija.
Alguien en el Vaticano abusó sexualmente de una joven de 15 años, al parecer un cardenal, y de todo eso estuvieron enterados los pontífices quienes terminaron convertidos en los encubridores del escándalo más grande que haya sacudido a la Iglesia católica.
Salen mal librados Juan Pablo II y Francisco. El fantasma de la pedofilia deambula entre los tesoros del Vaticano, que se negó a dar explicaciones. Ni siquiera el papa Francisco, que asumió la cruzada de denunciar a los pedófilos, honró su palabra y sus deberes cristianos. Todos los caminos de este delito conducen a los cómodos y santificados salones papales. ¡Que entre el diablo y escoja!
Adenda. Magnífico La voz del poder, libro colectivo de RTVC dirigido por Jaime Silva y María Margarita López, con la colaboración del profesor Alonso Valencia Llano, entre otros; incunable valioso para la historia del país.
Netflix entrega la miniserie La chica del Vaticano, documental sobre la desaparición de la adolescente Emanuela Orlandi el miércoles 22 de junio de 1983. La jovencita era hija de una familia muy creyente que vivía en el Vaticano, donde su padre trabajaba como oficinista, la cual estaba integrada por cuatro hermanas mujeres y un varón. Luego de estas cuatro décadas la familia Orlandi ya no vive en el Vaticano, porque tiene pésima opinión de los jerarcas de la Iglesia, incluidos dos pontífices, como necesariamente le pasa a todo aquel que termina de ver los cuatro capítulos de la serie.
El documental desarrolla las diferentes hipótesis sobre los motivos de ese misterioso secuestro y se presentan de manera tal que cada una convence al espectador. En efecto, durante mucho tiempo se creía que esa desaparición era un chantaje a Juan Pablo II para que no se entrometiera en el bloque soviético y en particular en Polonia, entonces sacudida con el estallido del movimiento obrero Solidaridad. Esta versión apareció alimentada con misteriosas llamadas anónimas de personas que supuestamente tenían a Emanuela. En esa primera fase hasta el papa Juan Pablo II abogó en una de sus homilías en la plaza de San Pedro para que los captores liberaran a la joven. Todo esto ocurrió dos años después del atentado al papa polaco, y por eso la historia giró al supuesto pedido de los secuestradores que devolverían a Emanuela a cambio de que se excarcelara a Ali Agca, el turco que disparó a Juan Pablo II. Este no fue excarcelado sino muchos años después cuando cumplió buena parte de su condena. El temprano pedido de clemencia del papa Wojtyla generó la sospecha de que el Vaticano sabía quién retenía a la joven Orlandi, por lo que a la compleja maraña para entonces tejida se asoció el lavado de activos del Banco Ambrosiano y su desplome. Entonces aparecieron en la trama del secuestro de Emanuela la mafia y hasta el supuesto suicidio de Ricardo Calvi, el “banquero de Dios”, colgado de un puente en Londres.
Pero se produjeron dos hechos que, al menos hasta ahora, le han trazado un rumbo distinto aunque creíble a esta tenebrosa historia. Lo primero es que el papa Francisco visitó a la familia Orlandi y cuando el hermano de la secuestrada le expresó que tenían esperanza de que su hermana regresara el pontífice le respondió: “Emanuela está en el cielo”, y se lo volvió a repetir. La familia debió creer que se trataba de una simple consolación, pero su sorpresa fue mayúscula cuando una compañera de colegio de Emanuela, que había guardado silencio durante 37 años, informó —sin revelar su identidad— que dos días antes de la desaparición su amiga le había contado que había sido víctima de abuso sexual por una persona muy importante del Vaticano. Entonces allí cobraron sentido algunas historias que en el pasado referían que Emanuela había sido entregada por sus captores a un prelado en el mismo Vaticano o trasladada a otra capital europea, y quedaron sin piso las demás versiones que involucraban a Rusia, Polonia, Turquía y hasta los Estados Unidos.
Cuando la familia Orlandi conoció el relato de la amiga de Emanuela, comprendió que si el papa Francisco había asegurado que la joven estaba en el cielo, tenía que saber que estaba muerta pero nunca informó a su familia. Ese silencio inexplicable es un crimen para con esa familia que hoy, 40 años después de haberse iniciado esta tragedia, lo único que reclama son los restos de su hija.
Alguien en el Vaticano abusó sexualmente de una joven de 15 años, al parecer un cardenal, y de todo eso estuvieron enterados los pontífices quienes terminaron convertidos en los encubridores del escándalo más grande que haya sacudido a la Iglesia católica.
Salen mal librados Juan Pablo II y Francisco. El fantasma de la pedofilia deambula entre los tesoros del Vaticano, que se negó a dar explicaciones. Ni siquiera el papa Francisco, que asumió la cruzada de denunciar a los pedófilos, honró su palabra y sus deberes cristianos. Todos los caminos de este delito conducen a los cómodos y santificados salones papales. ¡Que entre el diablo y escoja!
Adenda. Magnífico La voz del poder, libro colectivo de RTVC dirigido por Jaime Silva y María Margarita López, con la colaboración del profesor Alonso Valencia Llano, entre otros; incunable valioso para la historia del país.