No me lo contaron ni lo vi en los sesgados y tremendistas noticieros de televisión. Fui uno más de los miles de caminantes que participaron de la marcha en rechazo al subpresidente Iván Duque y su nefasto gobierno. Se escribió una página de dignidad. Mientras el régimen se dedicó a disuadir con falacias a quienes tenían el propósito de participar en la gigantesca manifestación, las gentes no tragaron entero y a pesar de las advertencias y de la inclemente lluvia, al menos en Bogotá, en todos los rincones hubo protestas. Aquí en la capital todo iba en orden hasta que la policía hostigó a los manifestantes, para desalojar a sangre y fuego la Plaza de Bolívar.
Veremos si Duque por fin entiende que quien lo quiere derrocar no es Maduro, Evo o los bolcheviques, sino Uribe y los anarco-uribistas que lo han llevado a semejante descrédito y rechazo nacional. O Duque corta relaciones con sus aliados o toma el control de su partido, porque son sus amigos quienes han puesto a tambalear a este subpresidente experto en lugares comunes. Ese fuego amigo hizo metástasis en la Casa de Nari, donde incurren en faltas tan garrafales como contratar al censurador Juan Pablo Bieri como asesor de comunicaciones de la Presidencia con una jugosa remuneración, decisión que tuvo que ser adoptada o conocida por María Paula Correa, una funcionaria de menor entidad a la que Duque habilitó como una especie de primera ministra que todo lo decide y en nada acierta. Tal es el desorden que ni siquiera hay concordia entre inquilinos de la casa de gobierno, pues se sabe que no solo manosean a quien con ostensible abuso llaman “Iván” o “Ivo”, sino que a la manera de las cocineras viven del chisme, el rumor y la conseja. Se odian entre todos, y así no solo no se puede gobernar sino ni siquiera vivir.
El tragicómico episodio de la grabación de una conversación entre el embajador Francisco Santos y la nueva canciller, Claudia Blum, mientras sostenían una reunión supuestamente privada en un hotel en Washington, es otra muestra de lo que es este cuatrienio inútil. Produce pena ajena ese diálogo en el que el inefable Pachito denigra de su propio Gobierno, de sus colegas, del Departamento de Estado y hasta mete en problemas al embajador de Singapur, quien debe de estar dándose contra las paredes por haberle hecho algún comentario desprevenido a ese bocón e imprudente embajador colombiano. Al momento de escribir esta columna no se sabe si el llamado de Duque a Santos para que regrese inmediatamente a Bogotá tiene por objeto removerlo del cargo, como lo aconseja la sola decencia pública, pero aunque no lo remuevan —cosa de la que son capaces— ya Colombia no tendrá embajador mientras Pacho esté en Washington, porque nadie querrá hablar con un tipo chismoso e hipócrita.
Pero si son deplorables las explicaciones que dio Pacho al impublicable diálogo con la canciller Blum —a quien, dicho sea de paso, también indujo en imprudencias—, son peores las defensas babosas de sus amigotes tratando de convertir en secreta una conversación sobre aspectos de interés público y en ilegal su filtración, cuando en el pasado utilizaron los mismos mecanismos que hoy les parecen impresentables. A nadie sensato se le puede ocurrir hablar de temas de Estado en un hotel, así sea en un reservado, pues se sabe que el precio de vivir en Washington es estar expuesto a no tener privacidad, porque ese es el epicentro de las intrigas de la política mundial.
Después de las multitudinarias movilizaciones ya no habrá excusa para que este Gobierno no entienda que lo que quedó plasmado en todas las calles el histórico 21 de noviembre fue el más grande reclamo colectivo que se haya hecho a un gobernante. El problema ya no es ni siquiera que los colombianos no estén de acuerdo con el subpresidente, sino que no le creen nada y están hartos de su desgobierno. Y si, a juzgar por su lánguida alocución en la que aplaudió a una fuerza pública que agredió sin piedad a hombres y mujeres, la marcha no conmueve a Duque, que le ponga atención al espontáneo cacerolazo que en la noche del jueves se presentó en varias ciudades, el cual debe inquietarlo tan seriamente como lo que sigue sucediendo luego del paro.
Adenda. Titular de una noticia: “Alcalde de Cali: inteligencia nos falló”, pero desde antes de posesionarse.
No me lo contaron ni lo vi en los sesgados y tremendistas noticieros de televisión. Fui uno más de los miles de caminantes que participaron de la marcha en rechazo al subpresidente Iván Duque y su nefasto gobierno. Se escribió una página de dignidad. Mientras el régimen se dedicó a disuadir con falacias a quienes tenían el propósito de participar en la gigantesca manifestación, las gentes no tragaron entero y a pesar de las advertencias y de la inclemente lluvia, al menos en Bogotá, en todos los rincones hubo protestas. Aquí en la capital todo iba en orden hasta que la policía hostigó a los manifestantes, para desalojar a sangre y fuego la Plaza de Bolívar.
Veremos si Duque por fin entiende que quien lo quiere derrocar no es Maduro, Evo o los bolcheviques, sino Uribe y los anarco-uribistas que lo han llevado a semejante descrédito y rechazo nacional. O Duque corta relaciones con sus aliados o toma el control de su partido, porque son sus amigos quienes han puesto a tambalear a este subpresidente experto en lugares comunes. Ese fuego amigo hizo metástasis en la Casa de Nari, donde incurren en faltas tan garrafales como contratar al censurador Juan Pablo Bieri como asesor de comunicaciones de la Presidencia con una jugosa remuneración, decisión que tuvo que ser adoptada o conocida por María Paula Correa, una funcionaria de menor entidad a la que Duque habilitó como una especie de primera ministra que todo lo decide y en nada acierta. Tal es el desorden que ni siquiera hay concordia entre inquilinos de la casa de gobierno, pues se sabe que no solo manosean a quien con ostensible abuso llaman “Iván” o “Ivo”, sino que a la manera de las cocineras viven del chisme, el rumor y la conseja. Se odian entre todos, y así no solo no se puede gobernar sino ni siquiera vivir.
El tragicómico episodio de la grabación de una conversación entre el embajador Francisco Santos y la nueva canciller, Claudia Blum, mientras sostenían una reunión supuestamente privada en un hotel en Washington, es otra muestra de lo que es este cuatrienio inútil. Produce pena ajena ese diálogo en el que el inefable Pachito denigra de su propio Gobierno, de sus colegas, del Departamento de Estado y hasta mete en problemas al embajador de Singapur, quien debe de estar dándose contra las paredes por haberle hecho algún comentario desprevenido a ese bocón e imprudente embajador colombiano. Al momento de escribir esta columna no se sabe si el llamado de Duque a Santos para que regrese inmediatamente a Bogotá tiene por objeto removerlo del cargo, como lo aconseja la sola decencia pública, pero aunque no lo remuevan —cosa de la que son capaces— ya Colombia no tendrá embajador mientras Pacho esté en Washington, porque nadie querrá hablar con un tipo chismoso e hipócrita.
Pero si son deplorables las explicaciones que dio Pacho al impublicable diálogo con la canciller Blum —a quien, dicho sea de paso, también indujo en imprudencias—, son peores las defensas babosas de sus amigotes tratando de convertir en secreta una conversación sobre aspectos de interés público y en ilegal su filtración, cuando en el pasado utilizaron los mismos mecanismos que hoy les parecen impresentables. A nadie sensato se le puede ocurrir hablar de temas de Estado en un hotel, así sea en un reservado, pues se sabe que el precio de vivir en Washington es estar expuesto a no tener privacidad, porque ese es el epicentro de las intrigas de la política mundial.
Después de las multitudinarias movilizaciones ya no habrá excusa para que este Gobierno no entienda que lo que quedó plasmado en todas las calles el histórico 21 de noviembre fue el más grande reclamo colectivo que se haya hecho a un gobernante. El problema ya no es ni siquiera que los colombianos no estén de acuerdo con el subpresidente, sino que no le creen nada y están hartos de su desgobierno. Y si, a juzgar por su lánguida alocución en la que aplaudió a una fuerza pública que agredió sin piedad a hombres y mujeres, la marcha no conmueve a Duque, que le ponga atención al espontáneo cacerolazo que en la noche del jueves se presentó en varias ciudades, el cual debe inquietarlo tan seriamente como lo que sigue sucediendo luego del paro.
Adenda. Titular de una noticia: “Alcalde de Cali: inteligencia nos falló”, pero desde antes de posesionarse.