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Cuando llegué de Buga al Externado, iniciando la década del 70, muy pronto conocí al ya famoso doctor Goyeneche, personaje legendario que se sentía presidenciable y en todas las elecciones del Frente Nacional se inscribía como candidato y agenciaba los más disparatados programas.
Oriundo de Boyacá, el maestro doctor Goyeneche fue una genial invención de los universitarios contestatarios y burleteros de la Nacional, de origen humilde, que había sufrido algún trastorno mental que lo condujo al delirio de creer que podía ser mandatario de sus compatriotas. El prestigio de Goyeneche se extendió al Externado, donde también fue célebre como en la Libre, y por eso los estudiantes recibíamos con simpatía al ilustre estadista del que no pudieron gozar en otras universidades encopetadas y de dedito parado en las que no cabía el destartalado y mal vestido doctor Goyeneche pues solo permitían a Dios el ingreso.
La lógica de Goyeneche quedó plasmada en los programas excéntricos que ofrecía a su potencial electorado, tales como pavimentar el rio Magdalena para convertirlo en una gran autopista al servicio del transporte; poner techo en Bogotá para protegerla de las lluvias; bombardear las nubes que amenazaran la ciudad; echarle anís a los ríos para convertirlos en aguardiente; construir las carreteras en bajada para ahorrar combustible; transformar la chicha en champaña; acabar con la pobreza escogiendo diariamente a un desposeído para colmarlo de regalos, y otras propuestas inverosímiles.
Goyeneche nunca llegó al poder, pero hubo quienes sí votaron por él hasta que en 1974 anunció su retiro de la actividad política, que consistió en deambular por la plaza de Bolívar y la Plazoleta del Rosario, vendiendo hojas sueltas que contenían sus programas que comprábamos los estudiantes con la esperanza de que nos incluyera en sus gabinetes ministeriales y gobernaciones al llegar a la Presidencia. Era una manera de enriquecer los sueños dorados de ese ser bueno que se irritaba con facilidad pero que, sin proponérselo, le prestó un gran servicio al país.
En efecto, en los tiempos del doctor Goyeneche quienes aspiraban a la primera magistratura de la Nación eran figuras cimeras probadas en el parlamento, en el servicio público, en la docencia, en el periodismo y en el humanismo, que no tenían urgencia de aspirar a esa dignidad porque sus compatriotas se encargaban de lanzarlos. Candidatizarse entonces era una empresa solemne a la que nadie se atrevía por el temor de exponerse a la sorna. El único que tuvo licencia para oficiar como candidato vitalicio fue Goyeneche, cuya figura amable y bonachona le permitió ser aspirante a la Presidencia sin ninguna opción, pero curiosamente siendo respetado por todos. La vejez lo fue venciendo y sus últimos años los pasaba parado en el separador de la calle 26 frente a su amada Universidad Nacional con un tablero de plástico colgado en su pecho en el que escribía y divulgaba sus programas, mientras sus exministros y exgobernadores, que fuimos muchos, lo saludábamos y aliviábamos con gratitud sus necesidades, hasta que, como Gaudí, murió atropellado por un conductor imprudente.
Muchos deploramos la partida trágica de Goyeneche, quien con su audacia se apropió de las extravagancias e impidió que unos lunáticos se lanzaran a la Presidencia porque ese privilegio de protagonizar lo absurdo y ser aplaudido solamente le fue permitido a él.
Esta democracia hereditaria no ha reemplazado a Goyeneche, y eso explica que ese espacio que él llenó con humor y dignidad hoy esté invadido de oportunistas que, sin méritos, sin programas, sin experiencia ni reconocimiento colectivo, se asomen desde el gobierno y los partidos a todos los balcones reclamando el favor popular de ser elegidos. La lista es interminable.
Si Goyeneche viviera no se habrían atrevido tantos ambiciosos y mediocres a autoproclamarse candidatos, como hoy, porque en esa competencia amable gobernada por la sátira inofensiva a los políticos y al poder no había quien pudiera ganarle al doctor Goyeneche, el inmortal boyacense que vivirá por siempre en las memorias de quienes le conocimos en los años fogosos de su imaginaria vida pública que concluyó en la más asfixiante pobreza.
Adenda. Solo un parlamentario abusivo y despreciable es capaz de ofender a las madres de Soacha echando las botas de las víctimas de los falsos positivos a un canasto de basura. Semejante intolerancia de Miguel Polo Polo debe ser sancionada.