Desigualdad, agua y justicia climática en Seaflower
Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.
El Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, también conocido como la reserva de biósfera “Seaflower”, es, incluyendo su Maritorio (el territorio del mar), el departamento más grande de Colombia. Ubicada en el mar Caribe, Seaflower, como otras islas caribes, tiene su propia cultura, tradiciones, arquitectura, lengua y creencias religiosas. Estos saberes y culturas tradicionales han ido cambiando a lo largo del tiempo, influenciados por un proceso de “colombianización” que ha traído consigo costumbres y creencias del continente que poco tienen que ver con los saberes propios del mar o de los raizales (el grupo étnico afrocaribe que habita las islas). La “colombianización”, como un proyecto de asimilación cultural, ha traído consigo una ruptura de saberes que habían permitido a los raizales convivir con los retos climáticos y de alimentación propios de una zona insular. Tanto los saberes raizales como los pobladores raizales son hoy una minoría (solo 20 de cada 100 habitantes es raizal). Estos cambios han traído consigo desigualdades, que se traducen en un costo de vida cada vez más alto, en la pérdida de soberanía alimentaria, en la escasez del agua y en una vulnerabilidad cada vez mayor al cambio climático.
La historia de la “colombianización” se relaciona con la implementación del modelo de “Puerto Libre” y de “integración” que se acentuó en los años 50, promoviendo, entre otros, la importación de alimentos y productos desde los puertos de Estados Unidos, Cartagena y Barranquilla, y más tarde desde los aeropuertos de Bogotá y Medellín. Islas que se abastecían de alimentos propios de la zona, empezaron a cambiar su dieta por pollo, frutas enlatadas, cola de cerdo y otros alimentos importados, ultra procesados, de alto costo y de bajo valor nutricional. Hoy en día menos del 1 % de los alimentos que se consumen en las islas son producidos por la agricultura local, y según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (ENSIN), Seaflower es el departamento del país con los más altos niveles de obesidad, 6 de cada 10 isleños adultos lo sufre.
Como si esto fuera poco, tras el fallo de La Haya en 2012, las islas perdieron 75 mil kilómetros cuadrados de aguas, incluyendo importantes áreas de pesca ancestral, afectando aún más la soberanía alimentaria de los isleños. “Yo recuerdo que en Providencia decíamos, tenemos tanta agua que nunca se va a acabar, tanto cangrejo negro, tanta langosta, que nunca se van a acabar. Pero de repente todo se volvió escaso, el agua, los alimentos, los productos pesqueros”, señala Marcela Ampudia, gestora social y secretaria de Agricultura de Providencia.
Otro cambio que ha vivido Seaflower es la migración descontrolada y el turismo de masas. El turismo afecta la capacidad de los ecosistemas insulares, generando una lucha por el acceso al agua potable y por el uso del suelo, acaparando el agua y la tierra para el turismo y la urbanización extranjera. Por ejemplo, se estima que los turistas en San Andrés consumen tres veces más agua que los residentes, y diferentes estudios concuerdan con que los impactos ambientales del turismo son mayores que los beneficios sociales que este trae a las islas. El estudio de Newball & Livingston (2017) muestra que el índice de la huella ecológica (IHE) del turismo isleño podría situarse en 2.9, mientras que en el resto de Colombia es de 1,6.
A estas preocupaciones se suman las realidades que trae el cambio climático a las islas. Como lo ha señalado el IDEAM (2014), San Andrés es el departamento de Colombia más vulnerable frente al cambio climático, estimando que a 2040 haya un aumentos de 1,4 grados Celsius en la temperatura y una disminución de cerca del 33 % de las precipitaciones. Como lo resalta Tomás Guerrero, coordinador de asuntos hídricos de Coralina (corporación ambiental del archipiélago reserva biósfera) “esto es muy preocupante, dado que los agricultores y la población dependen en buena medida de la recolección de aguas lluvias a través de la recolección en techos y del almacenamiento en tanques o depósitos subterráneos (cisternas)”. Estos son retos que no dan espera para ser solucionados.
Propuestas de cambio y adaptación en Seaflower
Ser una región insular implica tener soluciones diferentes, un ordenamiento territorial particular y una respuesta particular a los retos que trae el cambio climático. A diferencia del continente, donde las inundaciones y deslizamientos son los fenómenos naturales de atención, para las islas, como lo aprendimos en 2020, lo son los huracanes, el aumento en la temperatura y en el nivel del mar.
La gran lección que deja el proceso de reconstrucción tras el huracán IOTA, sobre todo en Providencia, es que las soluciones, las casas y los sistemas de agua no pueden traerse solo desde el centro, sino que tiene que haber un proceso de diálogo con las comunidades y, muy importante, un reconocimiento de los conocimientos ancestrales de los isleños. Como lo señala Marcela, ”hay que innovar, hay que usar nuevas tecnologías, pero sin olvidarnos de esas tácticas, esos insumos, esas herramientas que por muchos años nos han dado el suelo y el mar que tenemos los isleños”.
Un ejemplo de la diversidad de saberes que se requieren para construir equidad en las islas lo podemos ver con el caso del agua. Se necesita tecnología de punta que permita desalinizar el agua, pero también se necesita apoyar a los isleños para que puedan construir las tradicionales cisternas, que cumplen una labor importante de recolección de agua-lluvia para el consumo humano.
Debe haber un respeto a la gestión colectiva y concertada, reconociendo, como nos lo recuerda Catalina Toro, profesora de la Universidad Nacional, experta en conflictos socioambientales en las islas, que “existen saberes ancestrales anclados en el territorio, que permiten marcar un norte propio, acorde a las necesidades insulares”. Se necesita también que las islas definan un proyecto colectivo que los invite a moverse juntos hacia adelante, como en su momento pasó cuando se declaró Seaflower como reserva de la biósfera.
La transformación de las islas y la construcción de equidad también necesitan vincular a los niños y jóvenes para que valoren y defiendan su conocimiento ancestral agroecológico, gastronómico, pesquero, arquitectónico, y sus saberes propios. ¿Cómo convertir a los jóvenes isleños en actores sociales activos, conocedores de su propio entorno y en líderes con empatía social y ambiental? Parte de la respuesta está en crear espacios para empoderar y conectar a los jóvenes. Heidy Taylor, gestora cultural, trabaja precisamente en estos procesos a través de talleres de escritura creativa, enseñándoles a los niños a “verse como seres sociales, que viven en comunidad, que sus acciones repercuten en su entorno, en sus familias y en sus ecosistemas”.
Finalmente, las soluciones para las islas requieren trascender de su realidad local, para aprender y colaborar con otros territorios isleños y ciudades costeras en Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Jamaica, quienes, además de compartir una lengua y cultura común, reclaman soluciones similares en temas de justicia climática y alimentaria.
Quizás la cultura, y los procesos de resistencia a través del arte nos ayuden a todos los colombianos a conocer mejor a las islas, a los isleños, a su maritorio; y también, a conocer las desigualdades que viven, y que ponen en riesgo la supervivencia de Seaflower. Como una muestra de ello, les compartimos el video RESISTANS, la música como resistencia. Conócelo aquí.
Coautores: Tomás Guerrero, coordinador de asuntos hídricos de Coralina (corporación ambiental del archipiélago reserva biósfera); Catalina Toro, Profesora Universidad Nacional, experta en conflicto socioambientales en el Caribe; Marcela Ampudia, Gestora social y Secretaria de Agricultura y Pesca, Providencia. Heidy Taylor, gestora cultural en San Andrés y Providencia.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos
Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en los 32 departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.
El Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, también conocido como la reserva de biósfera “Seaflower”, es, incluyendo su Maritorio (el territorio del mar), el departamento más grande de Colombia. Ubicada en el mar Caribe, Seaflower, como otras islas caribes, tiene su propia cultura, tradiciones, arquitectura, lengua y creencias religiosas. Estos saberes y culturas tradicionales han ido cambiando a lo largo del tiempo, influenciados por un proceso de “colombianización” que ha traído consigo costumbres y creencias del continente que poco tienen que ver con los saberes propios del mar o de los raizales (el grupo étnico afrocaribe que habita las islas). La “colombianización”, como un proyecto de asimilación cultural, ha traído consigo una ruptura de saberes que habían permitido a los raizales convivir con los retos climáticos y de alimentación propios de una zona insular. Tanto los saberes raizales como los pobladores raizales son hoy una minoría (solo 20 de cada 100 habitantes es raizal). Estos cambios han traído consigo desigualdades, que se traducen en un costo de vida cada vez más alto, en la pérdida de soberanía alimentaria, en la escasez del agua y en una vulnerabilidad cada vez mayor al cambio climático.
La historia de la “colombianización” se relaciona con la implementación del modelo de “Puerto Libre” y de “integración” que se acentuó en los años 50, promoviendo, entre otros, la importación de alimentos y productos desde los puertos de Estados Unidos, Cartagena y Barranquilla, y más tarde desde los aeropuertos de Bogotá y Medellín. Islas que se abastecían de alimentos propios de la zona, empezaron a cambiar su dieta por pollo, frutas enlatadas, cola de cerdo y otros alimentos importados, ultra procesados, de alto costo y de bajo valor nutricional. Hoy en día menos del 1 % de los alimentos que se consumen en las islas son producidos por la agricultura local, y según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (ENSIN), Seaflower es el departamento del país con los más altos niveles de obesidad, 6 de cada 10 isleños adultos lo sufre.
Como si esto fuera poco, tras el fallo de La Haya en 2012, las islas perdieron 75 mil kilómetros cuadrados de aguas, incluyendo importantes áreas de pesca ancestral, afectando aún más la soberanía alimentaria de los isleños. “Yo recuerdo que en Providencia decíamos, tenemos tanta agua que nunca se va a acabar, tanto cangrejo negro, tanta langosta, que nunca se van a acabar. Pero de repente todo se volvió escaso, el agua, los alimentos, los productos pesqueros”, señala Marcela Ampudia, gestora social y secretaria de Agricultura de Providencia.
Otro cambio que ha vivido Seaflower es la migración descontrolada y el turismo de masas. El turismo afecta la capacidad de los ecosistemas insulares, generando una lucha por el acceso al agua potable y por el uso del suelo, acaparando el agua y la tierra para el turismo y la urbanización extranjera. Por ejemplo, se estima que los turistas en San Andrés consumen tres veces más agua que los residentes, y diferentes estudios concuerdan con que los impactos ambientales del turismo son mayores que los beneficios sociales que este trae a las islas. El estudio de Newball & Livingston (2017) muestra que el índice de la huella ecológica (IHE) del turismo isleño podría situarse en 2.9, mientras que en el resto de Colombia es de 1,6.
A estas preocupaciones se suman las realidades que trae el cambio climático a las islas. Como lo ha señalado el IDEAM (2014), San Andrés es el departamento de Colombia más vulnerable frente al cambio climático, estimando que a 2040 haya un aumentos de 1,4 grados Celsius en la temperatura y una disminución de cerca del 33 % de las precipitaciones. Como lo resalta Tomás Guerrero, coordinador de asuntos hídricos de Coralina (corporación ambiental del archipiélago reserva biósfera) “esto es muy preocupante, dado que los agricultores y la población dependen en buena medida de la recolección de aguas lluvias a través de la recolección en techos y del almacenamiento en tanques o depósitos subterráneos (cisternas)”. Estos son retos que no dan espera para ser solucionados.
Propuestas de cambio y adaptación en Seaflower
Ser una región insular implica tener soluciones diferentes, un ordenamiento territorial particular y una respuesta particular a los retos que trae el cambio climático. A diferencia del continente, donde las inundaciones y deslizamientos son los fenómenos naturales de atención, para las islas, como lo aprendimos en 2020, lo son los huracanes, el aumento en la temperatura y en el nivel del mar.
La gran lección que deja el proceso de reconstrucción tras el huracán IOTA, sobre todo en Providencia, es que las soluciones, las casas y los sistemas de agua no pueden traerse solo desde el centro, sino que tiene que haber un proceso de diálogo con las comunidades y, muy importante, un reconocimiento de los conocimientos ancestrales de los isleños. Como lo señala Marcela, ”hay que innovar, hay que usar nuevas tecnologías, pero sin olvidarnos de esas tácticas, esos insumos, esas herramientas que por muchos años nos han dado el suelo y el mar que tenemos los isleños”.
Un ejemplo de la diversidad de saberes que se requieren para construir equidad en las islas lo podemos ver con el caso del agua. Se necesita tecnología de punta que permita desalinizar el agua, pero también se necesita apoyar a los isleños para que puedan construir las tradicionales cisternas, que cumplen una labor importante de recolección de agua-lluvia para el consumo humano.
Debe haber un respeto a la gestión colectiva y concertada, reconociendo, como nos lo recuerda Catalina Toro, profesora de la Universidad Nacional, experta en conflictos socioambientales en las islas, que “existen saberes ancestrales anclados en el territorio, que permiten marcar un norte propio, acorde a las necesidades insulares”. Se necesita también que las islas definan un proyecto colectivo que los invite a moverse juntos hacia adelante, como en su momento pasó cuando se declaró Seaflower como reserva de la biósfera.
La transformación de las islas y la construcción de equidad también necesitan vincular a los niños y jóvenes para que valoren y defiendan su conocimiento ancestral agroecológico, gastronómico, pesquero, arquitectónico, y sus saberes propios. ¿Cómo convertir a los jóvenes isleños en actores sociales activos, conocedores de su propio entorno y en líderes con empatía social y ambiental? Parte de la respuesta está en crear espacios para empoderar y conectar a los jóvenes. Heidy Taylor, gestora cultural, trabaja precisamente en estos procesos a través de talleres de escritura creativa, enseñándoles a los niños a “verse como seres sociales, que viven en comunidad, que sus acciones repercuten en su entorno, en sus familias y en sus ecosistemas”.
Finalmente, las soluciones para las islas requieren trascender de su realidad local, para aprender y colaborar con otros territorios isleños y ciudades costeras en Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Jamaica, quienes, además de compartir una lengua y cultura común, reclaman soluciones similares en temas de justicia climática y alimentaria.
Quizás la cultura, y los procesos de resistencia a través del arte nos ayuden a todos los colombianos a conocer mejor a las islas, a los isleños, a su maritorio; y también, a conocer las desigualdades que viven, y que ponen en riesgo la supervivencia de Seaflower. Como una muestra de ello, les compartimos el video RESISTANS, la música como resistencia. Conócelo aquí.
Coautores: Tomás Guerrero, coordinador de asuntos hídricos de Coralina (corporación ambiental del archipiélago reserva biósfera); Catalina Toro, Profesora Universidad Nacional, experta en conflicto socioambientales en el Caribe; Marcela Ampudia, Gestora social y Secretaria de Agricultura y Pesca, Providencia. Heidy Taylor, gestora cultural en San Andrés y Providencia.
Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Reimaginemos