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Desigualdades, sueños y oportunidades: Una mirada desde el Quindío

Colectivo ¡Re-Imaginemos!
23 de enero de 2024 - 01:19 a. m.

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Este artículo hace parte de una serie de 32 columnas que exploran la desigualdad en cada uno de los departamentos de Colombia. Los escritos son el resultado de un proceso de diálogo entre académicos, artistas y activistas de cada rincón de nuestro país. Para conocer más sobre las publicaciones semanales del proyecto Diálogos Territoriales sobre Desigualdad y sobre nuestro centro de investigación comunitaria, síguenos en IG @reimaginemos.colombia o X @reimaginemos.

En el Quindío toman forma diferentes expresiones de la desigualdad. Expresiones que, al final, son un espejo de lo que sucede a lo largo y ancho de nuestro país. Brechas regionales, fracturas entre lo rural y urbano, entre hombres y mujeres, entre clases sociales, y también, entre sueños y posibilidades. Desigualdad en el Quindío es soñar ser artista y no saber si se puede. Es soñar ser lideresa y enfrentarse al desarraigo. Es soñar ser académico y no encontrar trabajo.

¿De dónde vienen estas desigualdades?

Existen varias causas que explican las desigualdades del Quindío y de otros departamentos de Colombia. Una de ellas son las limitaciones en el acceso a servicios públicos de calidad. En el Quindío, el departamento más pequeño del país, toma horas llegar a un centro poblado. No hay buenas carreteras, ni centros de acopio, ni crédito suficiente para comercializar los productos que se producen. Estas carencias han llevado a muchos quindianos a vender su tierra y sus fincas cafeteras, quedando, en muchos casos, en manos extranjeras.

Así como hay servicios rurales insuficientes, los servicios de educación también son escasos. Hay veredas donde literalmente no hay escuelas; y en otras, no hay escuelas con pedagogías transformadoras, educación que te hable de lo que conoces, y que te forme no para ser operario, sino para ser artista, lideresa, o académica. Como lo menciona Juan Manuel Aristizábal, quien ha sido docente en la Universidad del Quindío, en este departamento, incluso para las y los jóvenes que sí logran educarse, no hay suficiente trabajo: “es muy triste para mí ver a mis estudiantes terminar su carrera, querer verlos llevar ese título con altura. Pero el departamento del Quindío se queda corto en oportunidades para ofrecer empleos dignos, empleos de alto valor”.

A las desigualdades que vienen del acceso limitado a servicios sociales se suman aquellas que vienen de nuestra propia cultura. De las brechas de género y la forma como operan las familias. En muchos casos, ante la realidad transversal del padre ausente, las familias son sostenidas por mujeres, que no consiguen ni tierra, ni trabajo. Como lo señala Lucy López, artista quindiana que trabaja en temas de género y territorio, “nosotras las mujeres estamos construyendo una sociedad, echándonos sobre los hombros esa carga tan pesada, pero sin tener las herramientas para hacerlo”.

Otras desigualdades vienen de una relación quebrada con el territorio. Por ejemplo, del Quindío se habla como una región cafetera, turística y atractiva. Pero este mismo territorio expulsa a sus jóvenes, cansados de no ver posibilidades de un proyecto de vida digno. La globalización y los cambios económicos separan a los jóvenes del campo de su relación con la tierra como fuente de identidad y de sentido.

¿Qué puede aprender de esta realidad una persona privilegiada y de una ciudad? Primero, a cuestionar las obviedades. No es obvio tener una escuela en tu vereda. No es obvio que tengas carreteras para sacar tus productos al mercado. Y no es obvio que, si trabajas duro, la vida te pagará el esfuerzo. Lo segundo que se puede aprender es que existen soluciones para transformar estas desigualdades, y que muchas de estas vienen, de hecho, del mismo territorio.

¿Cuáles son las soluciones?

La pregunta por las soluciones pasa por debates de corto y de largo plazo. En el corto plazo, es clave apuntarle a cosas concretas y tangibles: infraestructura (puentes, carreteras, acopios), implementación de leyes que ya están escritas (como la de paz y la de tierras), y muy importante, colegios. Como lo resalta Javier Corredor, profesor de la Universidad Nacional, es necesario garantizar que haya colegios en todas las veredas “la Escuela Nueva que atienda varios grados no es una inversión tan costosa como la pérdida de que la gente sienta que el Estado no le da nada. Al final evitar esa fractura le dice todo a la gente. Para una persona de la vereda, que exista una profesora cambia vidas”.

En el largo plazo, la pregunta sobre las soluciones pasa por cómo fortalecer al Estado para que pueda llevar a cabo estas transformaciones y proteger de verdad el derecho a la educación, a la tierra o al agua. Esta transformación pasa por la tensión entre lo local y lo nacional. Se necesita descentralización para responder a las necesidades territoriales; pero también se necesita construir instituciones nacionales que puedan empujar transformaciones en todas las regiones, incluso en aquellas en las que las dinámicas políticas locales no siempre lo permiten.

Es importante incorporar al sector privado en las transformaciones sociales y, también, en un proceso para transformarse a sí mismo. Necesitamos empresas que creen nuevos mercados laborales, que provean oportunidades de movilidad social para los jóvenes y que partan de las potencialidades propias de cada territorio.

Y, por último, las soluciones requieren transformaciones culturales. Una de las que más necesitamos es transformar nuestra relación con la tierra. Debemos pensar en cómo construir una apuesta por la agroecología. Una apuesta para habitar el territorio, para recuperar la soberanía alimentaria, para quedarse y prosperar en el campo.

Jóvenes líderes como Daniela Aristizábal ya están avanzando en estas transformaciones desde la organización social y la reconexión con el territorio: “con el mercado campesino invitamos a los jóvenes de Calarcá a parchar en fincas. Nos dimos cuenta de que son jóvenes que no quieren estar en Calarcá, porque no conocen el municipio. No conocen sus veredas, sus aguas, sus familias. Entonces hay desarraigo y un desconocimiento que acentúa aún más ese desarraigo”.

El arte es una herramienta clave para avanzar en las transformaciones culturales que tanto necesitamos. Pero para ello es necesario des-urbanizarlo y des-elitizarlo, para acercarlo de nuevo a lo popular y a las periferias, y alimentar a través de él la dignidad y el arraigo. Como lo señala Lucy “El arte es un lenguaje, y ese lenguaje nos tiene que servir para hacer visibles los problemas. El arte no es para adornar. El arte es un lenguaje que debemos usar para la transformación social”.

¿Es posible hablar como iguales en un país desigual? Tal vez sí, pero para ello hay que hacer preguntas y escuchar. Un proceso que toma tiempo y que nos hace hablar de fuerzas innombrables. Esto fue lo que aprendimos en el proceso de los Diálogos Territoriales sobre Desigualdad. Esto y mucho más, tanto que no cabe aquí, o que no se puede o no se debe decir.

Para avanzar en el proceso de escucha y reflexión, la artista Lucy López nos comparte el video performance Territorio Desigual. Para unos, territorio liso, para otros, escarpado. Nos movemos al azar, pero ¿es realmente azar?

Coautores: Javier Alejandro Corredor; Profesor Universidad Nacional de Colombia (@CorredorJavierA), Daniela Aristizábal Gómez; líderesa juvenil, mujer Comfenalco; Juan Manuel Aristizábal; Economista e investigador quindiano; Lucy López, artista y educadora popular.

Editora: @Allison_Benson_. Investigadora y Directora de Desimaginemos

 

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