La artista empírica, activista y trabajadora del cuidado Luz Dary Velásquez plantea esta obra donde la mujer está en el centro, reconectándose con la sabiduría y el cuidado de la madre la naturaleza, visibilizando lo colectivo y también la sangre derramada de lideresas que reclaman sus derechos.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes.
Colectivo ¡Re-Imaginemos!
A propósito del Día Internacional de la Mujer, queremos hablar sobre género, cuidado y desigualdad. El cuidado es una actividad que ha estado culturalmente asociada a lo femenino y a la idea de la maternidad y el amor incondicional. Durante las últimas tres décadas hemos empezado a cuestionar este entendimiento, logrando abrir debates sobre las desigualdades que se desprenden de la invisibilización del valor social y económico que tienen las labores del cuidado, y de la sobrecarga que en ello asumimos las mujeres. Sin embargo, en Colombia, a pesar de importantes avances, las cifras demuestran que las mujeres y personas feminizadas siguen siendo las responsables de las actividades domésticas y del hogar, y de las labores de cuidado –de menores, de adultos mayores o personas dependientes, tanto en el hogar propio, como por fuera de este–. Esto implica que las mujeres tenemos menos horas para participar en actividades productivas –y, por ende, tenemos menor autonomía económica– y también, menos horas para el ocio, el descanso, y el autocuidado. De las desigualdades en el cuidado, se desprenden, por tanto, más desigualdades.
Desigualdades en el cuidado
El cuidado nos remite a reconocer que como seres humanos dependemos unxs de otrxs. El cuidado implica proteger, conservar, compartir, vocación de servicio, amor por lxs demás y por nosotras mismas. Sin embargo, la labor de cuidarnos ha estado desigualmente cargada sobre las mujeres y personas feminizadas. De acuerdo con las cifras del DANE previas a la pandemia, las mujeres colombianas realizamos el 72 % del trabajo de cuidado no remunerado, dedicando 6 horas y 50 minutos diarios a estas actividades, mientras que los hombres dedican en promedio solo 3 horas y 13 minutos. Esta situación se agudizó con la pandemia, incrementando la dedicación de las mujeres a 8 horas diarias, mientras que, en el caso de los hombres, la dedicación en horas se redujo. Estas desigualdades son aún más pronunciadas en hogares estrato 1 y 2 y también en los hogares rurales.
Además de las desigualdades en el trabajo de cuidado realizado dentro del hogar, existen también desigualdades en el trabajo de cuidado remunerado (servicio doméstico). Si bien algunas mujeres (principalmente aquellas con mayores ingresos) logran dedicar menos tiempo a las labores de cuidado en su hogar, en la mayoría de los casos, esto es posible en la medida en que estas labores pasan a ser realizadas por otras mujeres: niñeras y trabajadoras domésticas contratadas. Trabajadoras que, en su mayoría, tienen bajos ingresos y además se enfrentan a condiciones de vulnerabilidad al ser indígenas, negras y afrocolombianas, migrantes o víctimas del conflicto armado. Estas trabajadoras enfrentan además condiciones laborales precarias. Las cifras del DANE muestran que, de las trabajadoras del servicio doméstico, el 60 % gana menos de un salario mínimo, el 88,6 % trabaja con contrato verbal, y solo el 17 % está afiliada al sistema de seguridad social.
Tanto la asociación del cuidado a lo femenino (comúnmente leído como inferior) como la precarización del trabajo en este sector han contribuido a que no se reconozca el valor social y económico del cuidado. Luz Dary, quien se desempeña actualmente como trabajadora doméstica, nos relata cómo en su infancia le preocupaba la discriminación que conllevaba ejercer esta labor, cuando su madre era también trabajadora doméstica. Como lo relata Luz Dary, las mujeres que trabajan en actividades de cuidado remunerado están expuestas a la discriminación, el maltrato físico y psicológico, y en algunos casos, al abuso sexual. Ana, quien llegó al trabajo doméstico a raíz de una crisis económica familiar, también afirma que al comienzo no se sentía cómoda ejerciendo este trabajo debido a estereotipos de género y clase que contribuyen a la desvalorización del trabajo doméstico.
Re-imaginar el cuidado como trabajo
Estas concepciones negativas han ido cambiando a través de los años, y hoy, Ana y Luz Dary hacen parte de una comunidad que busca re-imaginar el trabajo del cuidado y reducir las desigualdades que se desprenden de éste. Para ambas, tener la oportunidad de involucrarse y participar en organizaciones gremiales como Sintrahin, en el caso de Ana, y Sintraimagra, en el caso de Luz Dary, ha sido una experiencia a través de la cual han resignificado su labor como cuidadoras y trabajadoras domésticas. En palabras de Ana: “los sindicatos y las organizaciones nos han enseñado a defendernos, a formarnos, a visibilizar la labor, a trabajar porque el cuidado sea reconocido, desde nuestros mismos hogares, nuestras mismas familias”.
El espacio de movilización y organización que encontraron en el sindicato no solo ha contribuido a valorar su labor y a luchar por la defensa de sus derechos como trabajadoras, sino que también se ha convertido en un espacio de cuidado personal y colectivo en el cual se sienten parte de una familia donde son reconocidas por lo que son. Como lo afirma Luz Dary, con los años ha cambiado el miedo por el coraje, y se siente comprometida con seguir luchando desde el sindicato por mejorar la calidad del empleo de las trabajadoras domésticas y garantizar su acceso a procesos formativos que les brinden herramientas para defenderse ante injusticias y darse valor a ellas mismas. “Estoy haciendo mi parte y la parte de mi madre”, dice Luz Dary, recordándonos que su lucha es heredada y es intergeneracional.
No obstante, aunque ha habido algunos avances en la repartición desigual del trabajo de cuidado al interior de las familias, y en el reconocimiento de la economía del cuidado (Ley 1413 de 2020), aún hay muchas luchas por dar. Un ejemplo de ello es, como lo manifiesta Ana, que las trabajadoras domésticas no han sido convocadas a hacer parte de espacios públicos de discusión como la Mesa Intersectorial de Economía del Cuidado. Otro reto que persiste es la escasez de lideresas, en parte debido a que las trabajadoras del cuidado remunerado no tienen tiempo ni para capacitarse ni para organizarse, y en parte, debido al temor de realizar actividades para exigir derechos y de involucrarse en sindicatos, al ser algo “mal visto” por sus empleadorxs.
Re-imaginar el cuidado como defensa de la vida
Manteniendo una noción amplia del cuidado, analizamos las intersecciones entre el cuidado y las desigualdades de género en un sentido más amplio. Yoko, coordinadora de la Red Comunitaria Trans, nos compartió su experiencia como lideresa comunitaria para “cuidar y preservar la vida de otras”. La experiencia de vida de muchas mujeres transgénero en Colombia está marcada por crecer en hogares en condición de pobreza, por ser expulsadas de éstos a una edad temprana debido a su expresión de género y orientación sexual, y por estar expuestas a un ciclo de violencias y pobreza que se agrava con el pasar de los años por la falta de redes de apoyo y cuidado. Esta situación ha llevado a que en Latinoamérica la expectativa de vida de las mujeres transgénero sea de 35 años, representando una problemática de salud pública y una preocupante violación a los derechos humanos.
Yoko recuerda el caso de una mujer transgénero que trabajó en su salón de belleza, quien después de luchar contra el VIH murió sola, sin ningún apoyo del Estado ni de su comunidad. Enfrentada a esta realidad, Yoko emprendió un camino de liderazgo comunitario, en el cual su principal misión ha sido el cuidado de la vida frente a la violencia. Enfatizando la situación precaria que enfrentan las mujeres transgénero trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe, la Red Comunitaria Trans se ha convertido en un espacio de cuidado que busca acoger a aquellas personas que no solo se encuentran desprotegidas por la discriminación, la pobreza y la falta de acceso a sistemas de salud y educación, sino también por las violencias.
Haciendo eco a las palabras de Luz Dary, Yoko afirma que, en la rabia producida por estas desigualdades, la Red ha encontrado una razón y una motivación para organizarse y generar una fuente de cuidado comunitario, que en sus casi diez años de operación ha proporcionado apoyo psicológico, económico y jurídico a mujeres transgénero, trabajadoras sexuales y habitantes del barrio Santa Fe (incluyendo habitantes de calle, usuarios de drogas, portadores de VIH), aportando también espacios educativos, artísticos y de movilización social. “La nuestra es una rabia organizada. Porque se puede cuidar desde la rabia”, afirma Yoko. Así vemos cómo es posible extender la noción de cuidado a lo comunitario, y re-valorar el rol del cuidado en la vida de todxs, especialmente de quienes se enfrentan a más desigualdades en su vida diaria.
El cuidado: más igual y más colectivo
Motivadas a re-imaginar caminos para reducir las desigualdades que enfrentamos las mujeres en las labores del cuidado no remunerado, remunerado y comunitario, planteamos que una de las necesidades apremiantes es la formalización masiva del trabajo doméstico. También es importante abrir oportunidades de acceso a la educación y a la formación profesional, tanto a las trabajadoras del cuidado como a las trabajadoras sexuales. Esto es necesario no solo como un espacio para el crecimiento personal, sino también de empoderamiento y para permitir su organización y participación social para conocer y demandar sus derechos como ciudadanas y trabajadoras, y para aumentar los espacios necesarios de visibilización y politización del cuidado y del cuidado mutuo. En esta labor de visibilización del cuidado, el trabajo de organizaciones sociales y de cada una de las mujeres en nuestros hogares es fundamental.
Las actividades de cuidado, sobre todo cuando recaen tan desigualmente sobre ciertos sectores de la población, implican una función física y una carga emocional, con profundos impactos en el cuerpo y en la salud mental. Pero también representan un motivo para unión y para la lucha, que significan resistirse a dinámicas de la vida moderna basadas en el individualismo y la indiferencia. El cuidado implica pensar en el otrx, establecer relaciones, preservar el bienestar, y proteger la vida, haciéndolo como una responsabilidad compartida, de todos.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
Síguenos en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos para leer nuestras columnas semanales, oír nuestro podcast y conocer las piezas artísticas que elaboramos semana a semana.
Coautoras: Melissa Chacón, psicóloga y candidata a PhD en Estudios de Género; Ana Salamanca, trabajadora del cuidado y lideresa social; Isabela Marín, politóloga valle caucana, investigadora en temas de conflicto, género y paz; Yoko Ruiz, activista y coordinadora Red Comunitaria Trans; Luz Dary Velásquez, artista paisa y trabajadora del cuidado.
Editora: Allison Benson, Economista y PhD en Desarrollo Internacional
La artista empírica, activista y trabajadora del cuidado Luz Dary Velásquez plantea esta obra donde la mujer está en el centro, reconectándose con la sabiduría y el cuidado de la madre la naturaleza, visibilizando lo colectivo y también la sangre derramada de lideresas que reclaman sus derechos.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes.
Colectivo ¡Re-Imaginemos!
A propósito del Día Internacional de la Mujer, queremos hablar sobre género, cuidado y desigualdad. El cuidado es una actividad que ha estado culturalmente asociada a lo femenino y a la idea de la maternidad y el amor incondicional. Durante las últimas tres décadas hemos empezado a cuestionar este entendimiento, logrando abrir debates sobre las desigualdades que se desprenden de la invisibilización del valor social y económico que tienen las labores del cuidado, y de la sobrecarga que en ello asumimos las mujeres. Sin embargo, en Colombia, a pesar de importantes avances, las cifras demuestran que las mujeres y personas feminizadas siguen siendo las responsables de las actividades domésticas y del hogar, y de las labores de cuidado –de menores, de adultos mayores o personas dependientes, tanto en el hogar propio, como por fuera de este–. Esto implica que las mujeres tenemos menos horas para participar en actividades productivas –y, por ende, tenemos menor autonomía económica– y también, menos horas para el ocio, el descanso, y el autocuidado. De las desigualdades en el cuidado, se desprenden, por tanto, más desigualdades.
Desigualdades en el cuidado
El cuidado nos remite a reconocer que como seres humanos dependemos unxs de otrxs. El cuidado implica proteger, conservar, compartir, vocación de servicio, amor por lxs demás y por nosotras mismas. Sin embargo, la labor de cuidarnos ha estado desigualmente cargada sobre las mujeres y personas feminizadas. De acuerdo con las cifras del DANE previas a la pandemia, las mujeres colombianas realizamos el 72 % del trabajo de cuidado no remunerado, dedicando 6 horas y 50 minutos diarios a estas actividades, mientras que los hombres dedican en promedio solo 3 horas y 13 minutos. Esta situación se agudizó con la pandemia, incrementando la dedicación de las mujeres a 8 horas diarias, mientras que, en el caso de los hombres, la dedicación en horas se redujo. Estas desigualdades son aún más pronunciadas en hogares estrato 1 y 2 y también en los hogares rurales.
Además de las desigualdades en el trabajo de cuidado realizado dentro del hogar, existen también desigualdades en el trabajo de cuidado remunerado (servicio doméstico). Si bien algunas mujeres (principalmente aquellas con mayores ingresos) logran dedicar menos tiempo a las labores de cuidado en su hogar, en la mayoría de los casos, esto es posible en la medida en que estas labores pasan a ser realizadas por otras mujeres: niñeras y trabajadoras domésticas contratadas. Trabajadoras que, en su mayoría, tienen bajos ingresos y además se enfrentan a condiciones de vulnerabilidad al ser indígenas, negras y afrocolombianas, migrantes o víctimas del conflicto armado. Estas trabajadoras enfrentan además condiciones laborales precarias. Las cifras del DANE muestran que, de las trabajadoras del servicio doméstico, el 60 % gana menos de un salario mínimo, el 88,6 % trabaja con contrato verbal, y solo el 17 % está afiliada al sistema de seguridad social.
Tanto la asociación del cuidado a lo femenino (comúnmente leído como inferior) como la precarización del trabajo en este sector han contribuido a que no se reconozca el valor social y económico del cuidado. Luz Dary, quien se desempeña actualmente como trabajadora doméstica, nos relata cómo en su infancia le preocupaba la discriminación que conllevaba ejercer esta labor, cuando su madre era también trabajadora doméstica. Como lo relata Luz Dary, las mujeres que trabajan en actividades de cuidado remunerado están expuestas a la discriminación, el maltrato físico y psicológico, y en algunos casos, al abuso sexual. Ana, quien llegó al trabajo doméstico a raíz de una crisis económica familiar, también afirma que al comienzo no se sentía cómoda ejerciendo este trabajo debido a estereotipos de género y clase que contribuyen a la desvalorización del trabajo doméstico.
Re-imaginar el cuidado como trabajo
Estas concepciones negativas han ido cambiando a través de los años, y hoy, Ana y Luz Dary hacen parte de una comunidad que busca re-imaginar el trabajo del cuidado y reducir las desigualdades que se desprenden de éste. Para ambas, tener la oportunidad de involucrarse y participar en organizaciones gremiales como Sintrahin, en el caso de Ana, y Sintraimagra, en el caso de Luz Dary, ha sido una experiencia a través de la cual han resignificado su labor como cuidadoras y trabajadoras domésticas. En palabras de Ana: “los sindicatos y las organizaciones nos han enseñado a defendernos, a formarnos, a visibilizar la labor, a trabajar porque el cuidado sea reconocido, desde nuestros mismos hogares, nuestras mismas familias”.
El espacio de movilización y organización que encontraron en el sindicato no solo ha contribuido a valorar su labor y a luchar por la defensa de sus derechos como trabajadoras, sino que también se ha convertido en un espacio de cuidado personal y colectivo en el cual se sienten parte de una familia donde son reconocidas por lo que son. Como lo afirma Luz Dary, con los años ha cambiado el miedo por el coraje, y se siente comprometida con seguir luchando desde el sindicato por mejorar la calidad del empleo de las trabajadoras domésticas y garantizar su acceso a procesos formativos que les brinden herramientas para defenderse ante injusticias y darse valor a ellas mismas. “Estoy haciendo mi parte y la parte de mi madre”, dice Luz Dary, recordándonos que su lucha es heredada y es intergeneracional.
No obstante, aunque ha habido algunos avances en la repartición desigual del trabajo de cuidado al interior de las familias, y en el reconocimiento de la economía del cuidado (Ley 1413 de 2020), aún hay muchas luchas por dar. Un ejemplo de ello es, como lo manifiesta Ana, que las trabajadoras domésticas no han sido convocadas a hacer parte de espacios públicos de discusión como la Mesa Intersectorial de Economía del Cuidado. Otro reto que persiste es la escasez de lideresas, en parte debido a que las trabajadoras del cuidado remunerado no tienen tiempo ni para capacitarse ni para organizarse, y en parte, debido al temor de realizar actividades para exigir derechos y de involucrarse en sindicatos, al ser algo “mal visto” por sus empleadorxs.
Re-imaginar el cuidado como defensa de la vida
Manteniendo una noción amplia del cuidado, analizamos las intersecciones entre el cuidado y las desigualdades de género en un sentido más amplio. Yoko, coordinadora de la Red Comunitaria Trans, nos compartió su experiencia como lideresa comunitaria para “cuidar y preservar la vida de otras”. La experiencia de vida de muchas mujeres transgénero en Colombia está marcada por crecer en hogares en condición de pobreza, por ser expulsadas de éstos a una edad temprana debido a su expresión de género y orientación sexual, y por estar expuestas a un ciclo de violencias y pobreza que se agrava con el pasar de los años por la falta de redes de apoyo y cuidado. Esta situación ha llevado a que en Latinoamérica la expectativa de vida de las mujeres transgénero sea de 35 años, representando una problemática de salud pública y una preocupante violación a los derechos humanos.
Yoko recuerda el caso de una mujer transgénero que trabajó en su salón de belleza, quien después de luchar contra el VIH murió sola, sin ningún apoyo del Estado ni de su comunidad. Enfrentada a esta realidad, Yoko emprendió un camino de liderazgo comunitario, en el cual su principal misión ha sido el cuidado de la vida frente a la violencia. Enfatizando la situación precaria que enfrentan las mujeres transgénero trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe, la Red Comunitaria Trans se ha convertido en un espacio de cuidado que busca acoger a aquellas personas que no solo se encuentran desprotegidas por la discriminación, la pobreza y la falta de acceso a sistemas de salud y educación, sino también por las violencias.
Haciendo eco a las palabras de Luz Dary, Yoko afirma que, en la rabia producida por estas desigualdades, la Red ha encontrado una razón y una motivación para organizarse y generar una fuente de cuidado comunitario, que en sus casi diez años de operación ha proporcionado apoyo psicológico, económico y jurídico a mujeres transgénero, trabajadoras sexuales y habitantes del barrio Santa Fe (incluyendo habitantes de calle, usuarios de drogas, portadores de VIH), aportando también espacios educativos, artísticos y de movilización social. “La nuestra es una rabia organizada. Porque se puede cuidar desde la rabia”, afirma Yoko. Así vemos cómo es posible extender la noción de cuidado a lo comunitario, y re-valorar el rol del cuidado en la vida de todxs, especialmente de quienes se enfrentan a más desigualdades en su vida diaria.
El cuidado: más igual y más colectivo
Motivadas a re-imaginar caminos para reducir las desigualdades que enfrentamos las mujeres en las labores del cuidado no remunerado, remunerado y comunitario, planteamos que una de las necesidades apremiantes es la formalización masiva del trabajo doméstico. También es importante abrir oportunidades de acceso a la educación y a la formación profesional, tanto a las trabajadoras del cuidado como a las trabajadoras sexuales. Esto es necesario no solo como un espacio para el crecimiento personal, sino también de empoderamiento y para permitir su organización y participación social para conocer y demandar sus derechos como ciudadanas y trabajadoras, y para aumentar los espacios necesarios de visibilización y politización del cuidado y del cuidado mutuo. En esta labor de visibilización del cuidado, el trabajo de organizaciones sociales y de cada una de las mujeres en nuestros hogares es fundamental.
Las actividades de cuidado, sobre todo cuando recaen tan desigualmente sobre ciertos sectores de la población, implican una función física y una carga emocional, con profundos impactos en el cuerpo y en la salud mental. Pero también representan un motivo para unión y para la lucha, que significan resistirse a dinámicas de la vida moderna basadas en el individualismo y la indiferencia. El cuidado implica pensar en el otrx, establecer relaciones, preservar el bienestar, y proteger la vida, haciéndolo como una responsabilidad compartida, de todos.
Este escrito hace parte de una serie de 30 columnas reflexionando sobre 30 diferentes formas de desigualdad en Colombia que publicamos semanalmente los lunes. Las columnas fueron escritas a partir de un proceso de diálogo entre 150 jóvenes académicos, artistas, activistas, víctimas y demás personas de diferentes perfiles y saberes. Este proyecto se llama Re-imaginemos, y es una carta abierta invitándonos a hablar, cuestionar y reimaginar las desigualdades.
Síguenos en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos para leer nuestras columnas semanales, oír nuestro podcast y conocer las piezas artísticas que elaboramos semana a semana.
Coautoras: Melissa Chacón, psicóloga y candidata a PhD en Estudios de Género; Ana Salamanca, trabajadora del cuidado y lideresa social; Isabela Marín, politóloga valle caucana, investigadora en temas de conflicto, género y paz; Yoko Ruiz, activista y coordinadora Red Comunitaria Trans; Luz Dary Velásquez, artista paisa y trabajadora del cuidado.
Editora: Allison Benson, Economista y PhD en Desarrollo Internacional