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En abril se actualizaron las cifras de pobreza y desigualdad en Colombia, y el resultado es alarmante: 3,5 millones de personas cayeron en la pobreza, y la desigualdad saltó a niveles superiores a los de hace una década. Colombia es de nuevo un país pobre, con 72,9 % de los hogares viviendo en pobreza o vulnerabilidad (ingresos menores a $2 millones al mes); el 25,4 % de los hogares constituyendo la clase media y solo el 1,7 % la clase alta, con ingresos del hogar superiores a los 10 millones mensuales. La crisis COVID nos ha afianzado como uno de los países más desiguales del mundo, con unos niveles de desigualdad excesivos que nos salen caros a todos, pues no solo generan un menor crecimiento económico, sino que también generan otras desigualdades y además, aumentan la violencia y la polarización política.
Por eso, desde ¡Re-imaginemos!, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades de ingresos. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes académicos, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes[1] #10, en el cual participamos: Melba Gómez, trabajadora del campo, madre y beneficiaria del subsidio Ingreso Solidario; Carolina Parra, ingeniera y contribuyente directa del Impuesto Solidario; Guillermo Sinisterra, economista y profesor de la Universidad Javeriana; Laura Hincapié, economista y asesora de Prosperidad Social; y Ángela Navarro, artista plástica y profesional en estudios socioculturales.
Iniciamos contando las historias de Melba y Carolina. Melba es desplazada. Ella y sus dos hijos viven en la zona rural del Valle del Cauca, donde trabajaba recogiendo café antes de que sus empleadores dejaran de contratarla tras la crisis del COVID-19. Desde que comenzó el confinamiento tuvo que dejar a su hijo de 14 años donde sus padres, pues es el único lugar donde tiene señal para conectarse a las clases virtuales del colegio. Su otro hijo, de 7 años, está con ella y estudia a través de talleres impresos que le envía la escuela de su vereda.
Carolina es ingeniera, vive en Bogotá y desde hace varios años trabaja con una entidad del gobierno. Pudo conservar su trabajo durante la pandemia, y trabajando desde casa, tuvo la oportunidad de pasar más tiempo con su pequeña hija que entró al jardín de manera virtual. Su día a día puede ser muy desgastante, sobre todo cuando tiene simultáneamente reuniones en el trabajo, clase en el jardín y turno en la casa para hacer el almuerzo.
(Aquí puede ver algo más sobre qué es ¡Re-Imaginemos!)
Mientras Melba pertenece al 64 % de la población colombiana que gana un salario mínimo o menos, Carolina pertenece al 2 % más rico de la población. Ambas son madres, ambas son trabajadoras, ambas quieren salir adelante, pero sus oportunidades reales de hacerlo, son muy diferentes, en buena parte, por las desigualdades en sus ingresos.
Desigualdades de ingresos: ¿necesarias o desmedidas?
Aunque sea paradójico, que exista cierto nivel de desigualdad de ingresos es necesario para incentivar la creatividad y para diferenciar los diferentes niveles de capacitación, habilidades y experiencia con los que cuentan las diferentes personas. Sin embargo, los niveles excesivos de desigualdad que vemos actualmente en el país y en el mundo, traen consecuencias nocivas para todos. Entre las consecuencias que se han documentado ampliamente desde la academia, se encuentran el bajo crecimiento económico, una mayor incidencia de enfermedades de salud pública como la desnutrición o la obesidad, la tensión social y una mayor ocurrencia de delitos. Como lo argumenta el reconocido economista James K Galbraith, los países más igualitarios tienden a tener menor desempleo de largo plazo y mayores tasas de progreso tecnológico y de crecimiento de la productividad. Es decir, menores niveles de desigualdad, generan mayor progreso para todos.
Reducir la desigualdad traería no solo beneficios económicos, sino también sociales, al permitir reducir muchas otras formas de desigualdad que se derivan de la desigualdad de ingresos, entre ellas, las desigualdades en educación, salud, pensión, género, e incluso, las desigualdades políticas, pues la concentración de la riqueza permite usar el dinero como instrumento de poder y exclusión.
En últimas, podríamos plantear que sería aceptable que existan ciertos niveles de desigualdad de ingresos, siempre y cuando todas las personas pudieran tener ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas y acceder a un mínimo de oportunidades. Como lo menciona Carolina, “que todos tengamos la oportunidad de ser...porque al final, todos tenemos las mismas necesidades físicas”, idea que complementa Melba afirmando que “todos queremos sacar a la familia adelante, dar a los hijos un techo, un futuro…que todos tengan al menos igualdad en el estudio, porque en el dinero es muy difícil, pero al menos en la educación”.
¿Posibles soluciones?
Entre las principales soluciones para reducir la desigualdad de ingresos están las reformas tributarias que permitan, aunque suene obvio, cobrar impuestos a los que más tienen, para poder darle un apoyo a los que menos tienen. La educación también es clave, al permitir la movilidad social. Otra solución estructural, de largo plazo y sostenible, es lo que se denomina “inclusión productiva”, políticas que permitan que las personas con menores ingresos tengan la capacidad de generar un ingreso suficiente y estable a partir de su trabajo propio y del establecimiento de negocios.
Más recientemente han cobrado fuerza alternativas para reducir la desigualdad de ingresos que tienen que ver con la renta básica (un monto mínimo transferido por el gobierno que permita que todo hogar pueda satisfacer sus necesidades básicas como alimentación, alojamiento, servicios [2]). Estas rentas permitirán que quienes lo reciben, se acerquen hacia ese mínimo básico al que deberíamos tener acceso todos. Esta es la solución más inmediata para reducir la creciente desigualdad.
(También puede leer: 30 razones por las cuales estamos hablando sobre desigualdades en Colombia)
En Colombia, lo más cercano que tenemos a una renta básica es el programa Ingreso Solidario, que surgió en la pandemia COVID. Esta es una transferencia monetaria de $160.000 mensuales entregada a los hogares más pobres que no estuvieran ya recibiendo otras transferencias monetarias del Estado. Un análisis publicado por el DANE mostró que esta y las demás transferencias monetarias otorgadas ayudaron a los hogares más pobres a mitigar la caída de ingresos asociada a la pandemia en un 11,8 % y 20 % en zonas rurales.
Como ya lo comentamos, Melba fue una de las beneficiarias del Ingreso Solidario. Antes de la pandemia y a pesar de su situación de desplazamiento, Melba nunca había recibido una ayuda monetaria del gobierno. Y aunque $160 mil pesos al mes para apoyar los ingresos de un hogar conformado por tres personas no parecen mucho, para Melba esto representa casi la mitad del ingreso que recibía recogiendo café; es decir, Ingreso Solidario ayudó a Melba a reemplazar el 50 % de sus ingresos mensuales.
Para financiar inicialmente este programa, el Gobierno creó el Impuesto Solidario, que equivalía a un descuento del 15% del salario, durante 3 meses, a los empleados públicos que ganaran más de 10 millones. Una de las personas a quienes se les redujo el salario para financiar este impuesto, fue Carolina, quien nos comenta que esto le cayó como un baldado de agua fría: “yo estoy de acuerdo con el impuesto solo si verdaderamente llega a la población que lo necesita, pero desafortunadamente esto no siempre pasa, por la corrupción”.
Precisamente, la falta de transparencia en la asignación de los beneficiaros es una de las críticas que se hace a este tipo de programas. Otra de las críticas comunes, es la posibilidad de generar “incentivos perversos”, refiriéndose a que las personas que reciben transferencias del gobierno, podrían preferir no buscar trabajo para así poder mantener el beneficio. No obstante, la evaluación de impacto del Ingreso Solidario, realizada por el BID y el DNP, encontró todo lo contrario: la asignación de beneficiarios se hizo de manera clara y transparente, y los hogares receptores de la ayuda estaban incluso más preocupados por conseguir trabajo que aquellos que no recibieron la transferencia. Es decir, las principales críticas a este tipo de soluciones, no parecen ser válidas.
En últimas, siempre habrá críticas a las posibles alternativas para reducir las desigualdades, no habrá soluciones perfectas, y seguramente transitar hacia caminos menos desiguales requerirá de una mezcla de soluciones. Aún así, tenemos que movernos hacia la implementación de alternativas que nos permitan reducir los excesivos niveles de desigualdad que no deberíamos aceptar como sociedad. En el tránsito a estos caminos todos tenemos algo que aportar, permitiendo que se abran espacios para acercarnos como colombianas y colombianos en un proyecto común sobre cómo construir más equidad.
¿Y tú, qué Re-imaginas?
Cuéntanos en reimaginemos.co, en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
Como intervención artística de la discusión de desigualdades de ingresos, realizamos un video en el cual reflexionamos sobre las cosas que nos unen a todos, pues pensamos que reconocernos en el otro es un primer paso para construir la empatía que necesitamos para re-imaginar la desigualdad. ¡Mira el video en este link!
Coautores: Laura Hincapié; Guillermo Sinisterra; Melba Gómez; Carolina Parra; Angela Navarro.
Editora: @Allison_Benson_
[1] Hemos adaptado la práctica de diálogo de saberes, común entre comunidades indígenas y afrodescendientes, como una herramienta metodológica que permite “reflexividad sobre procesos, acciones, historias y territorialidades que condicionan, potenciando u obstaculizando, el quehacer de personas, grupos o entidades”. Alfredo Ghiso (2000). Potenciando la diversidad: Diálogo de saberes, una práctica hermenéutica colectiva. Colombia Utopía Siglo. 21. 43-54.
[2] Rubros definidos en el cálculo de la línea de pobreza