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                                                                                                                                Centenario de la huelga de señoritas

                                                                                                                                Ya se había establecido, desde los albores del siglo XX, el llamado modelo empresarial antioqueño, que, dentro de una complejidad de aspectos, estaba aliado con la Iglesia. Se ejercía desde las élites una estricta vigilancia y control de los trabajadores con diversos mecanismos que iban desde catequesis, patronatos, misas campales… y la conservación de la virtud (consistente en obedecer). Había dietas y censuras. El catolicismo —con el beneplácito de los nuevos industriales de Medellín— estableció qué podía leer o ver o pensar un trabajador, en tiempos en que ya el cine era una opción en la que, pese a todo, unos y otros se igualarían en el espectáculo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cuatrocientas trabajadoras (la fábrica también tenía unos 100 obreros) se alzaron contra la tiranía del empresario Emilio Restrepo Callejas, alias Paila, del que ya, años antes, se había quejado Carlos E. Restrepo, por su soberbia y autoritarismo. Y no solo contra el gerente-administrador, sino contra varios capataces, que las chantajeaban y acosaban. En el memorial que presentaron, las muchachas (algunas entraban desde muy niñas, a veces para poder ganar plata para el vestido de la primera comunión) exigían, además, que les permitieran trabajar calzadas.

                                                                                                                                Entonces se laboraba de sol a sol, en una larga jornada en la que, según el régimen interno, se cobraban multas a las trabajadoras por diversos motivos, entre ellos el llegar tarde. Había discriminación salarial. Las señoritas ganaban menos que los obreros. En su memorial (entonces no se hablaba de pliego de peticiones) incluyeron rebaja de la jornada y aumento del pago. En la huelga y sus previos sobresalió, como una suerte de Juana de Arco (así la calificaron varios cronistas de época), la bellanita Betsabé Espinal, de 24 años.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Betsabé era en esos momentos supremos la justicia hecha mujer que surgía del antro pavoroso de todas las injusticias”, decía el reportero Tintorero, del periódico El Luchador. Las “doncellas en rebelión” se erigieron en paradigma de la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores (hombres y mujeres). No se trató de una liza de género, sino de una combativa manifestación que rompió los controles del modelo empresarial y lo desnudó en su condición de explotador. En el Valle de Aburrá, el porcentaje de mano de obra femenina de las fábricas era, en 1920, del 80 %.

                                                                                                                                La huelga duró 21 días y recibió la solidaridad de la prensa, los trabajadores, parte de la Iglesia y el pueblo en general. Las huestes femeninas ganaron la batalla, que se tornó en hito histórico. Betsabé y sus muchachas lograron que la jornada laboral se redujera a diez horas, que tuvieran tiempo para almorzar y tomar el algo, alza de salarios del 40 % y poder trabajar calzadas; echaron a pique el represivo sistema de multas y, sobre todo, obtuvieron los despidos de los acosadores Jesús Monsalve, Teodulo Velásquez y Manuel J. Velásquez, que, por sus maniobras, habían “arrojado a los abismos pavorosos de la prostitución a varias de las obreras”.

                                                                                                                                Después de la huelga Betsabé Espinal entró en una suerte de limbo. Poco o nada se supo de sus actividades tras liderar un movimiento excepcional. Murió en 1932, en Medellín, en las afueras de su casa cercana al cementerio de San Lorenzo, electrocutada por “alambres de luz”. Ya había ganado la luz de la historia.

                                                                                                                                Ya se había establecido, desde los albores del siglo XX, el llamado modelo empresarial antioqueño, que, dentro de una complejidad de aspectos, estaba aliado con la Iglesia. Se ejercía desde las élites una estricta vigilancia y control de los trabajadores con diversos mecanismos que iban desde catequesis, patronatos, misas campales… y la conservación de la virtud (consistente en obedecer). Había dietas y censuras. El catolicismo —con el beneplácito de los nuevos industriales de Medellín— estableció qué podía leer o ver o pensar un trabajador, en tiempos en que ya el cine era una opción en la que, pese a todo, unos y otros se igualarían en el espectáculo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cuatrocientas trabajadoras (la fábrica también tenía unos 100 obreros) se alzaron contra la tiranía del empresario Emilio Restrepo Callejas, alias Paila, del que ya, años antes, se había quejado Carlos E. Restrepo, por su soberbia y autoritarismo. Y no solo contra el gerente-administrador, sino contra varios capataces, que las chantajeaban y acosaban. En el memorial que presentaron, las muchachas (algunas entraban desde muy niñas, a veces para poder ganar plata para el vestido de la primera comunión) exigían, además, que les permitieran trabajar calzadas.

                                                                                                                                Entonces se laboraba de sol a sol, en una larga jornada en la que, según el régimen interno, se cobraban multas a las trabajadoras por diversos motivos, entre ellos el llegar tarde. Había discriminación salarial. Las señoritas ganaban menos que los obreros. En su memorial (entonces no se hablaba de pliego de peticiones) incluyeron rebaja de la jornada y aumento del pago. En la huelga y sus previos sobresalió, como una suerte de Juana de Arco (así la calificaron varios cronistas de época), la bellanita Betsabé Espinal, de 24 años.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Betsabé era en esos momentos supremos la justicia hecha mujer que surgía del antro pavoroso de todas las injusticias”, decía el reportero Tintorero, del periódico El Luchador. Las “doncellas en rebelión” se erigieron en paradigma de la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores (hombres y mujeres). No se trató de una liza de género, sino de una combativa manifestación que rompió los controles del modelo empresarial y lo desnudó en su condición de explotador. En el Valle de Aburrá, el porcentaje de mano de obra femenina de las fábricas era, en 1920, del 80 %.

                                                                                                                                La huelga duró 21 días y recibió la solidaridad de la prensa, los trabajadores, parte de la Iglesia y el pueblo en general. Las huestes femeninas ganaron la batalla, que se tornó en hito histórico. Betsabé y sus muchachas lograron que la jornada laboral se redujera a diez horas, que tuvieran tiempo para almorzar y tomar el algo, alza de salarios del 40 % y poder trabajar calzadas; echaron a pique el represivo sistema de multas y, sobre todo, obtuvieron los despidos de los acosadores Jesús Monsalve, Teodulo Velásquez y Manuel J. Velásquez, que, por sus maniobras, habían “arrojado a los abismos pavorosos de la prostitución a varias de las obreras”.

                                                                                                                                Después de la huelga Betsabé Espinal entró en una suerte de limbo. Poco o nada se supo de sus actividades tras liderar un movimiento excepcional. Murió en 1932, en Medellín, en las afueras de su casa cercana al cementerio de San Lorenzo, electrocutada por “alambres de luz”. Ya había ganado la luz de la historia.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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