En vez de una besamenta, se armó la tángana con el beso robado (¿o sería consentido, o con sentido, o sin sentido?) de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, a la futbolista, campeona del mundo, Jenni Hermoso. En medio del escándalo universal, algunos recordaron a los Churumbeles de España con su célebre canción que, en un apartado, dice así: “El beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma”, y a ella se le puede dar un beso en la mano, o de hermano, y así “la besará cuando quiera”, “pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera”.
Y el beso de cataclismo del españolete, puso a recordar otros besos, menos primitivos, que eran prohibidos por diversas censuras, tanto eclesiásticas como políticas, como fueron los besos de película. Hubo que volver a mirar, tal vez para dejar escapar varios lagrimones, la secuencia final de Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, una de las más emocionantes (por no decir lacrimosas) de todos los tiempos, con la actuación estelar de Jacques Perrin. Una belleza. Una sucesión maravillosa de besos brujos, besos cálidos, besos apasionados… Besos censurados.
Nos volvimos a acordar de un sinónimo de beso, menos romántico, menos poético, como es “ósculo”, propio de crucigrameros. Y de otra modalidad, más oscura todavía, que no vamos a mencionar, porque no huele ni sabe bien. Sin embargo, los besos de cine volvieron a la memoria, como el ejecutado con maestría entre Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca (como la actriz era más alta que el actor, a este le tuvieron que poner unas “alzas” gruesas para aumentarle la estatura), o aquel beso adúltero entre Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad.
No han faltado los recuerdos sobre el beso de Judas en el Huerto de Getsemaní con el cual entregó al Cristo, o el beso de la mujer araña. La trifulca armada por Rubiales y Hermoso, que ya va poniendo en evidencia debates, tendencias, rifirrafes entre feministas y machistas, nos motivó a releer el cuento epistolar El beso, de Guy de Maupassant, en el que la tía Collette envía una cartita a su sobrina, abandonada por el marido, quizá porque aquella se excedía en besuqueos. “El beso es nuestra arma más poderosa; pero guardémonos de embotar su filo”, le recuerda la tía.
Besos van y vienen por estos días. Y se abren los álbumes con “piquitos”, algunos ya muy color nostalgia, como el acaecido entre Maradona y Caniggia, durante un partido Boca-River; y la metida de lengua de Madonna a las bocas de Britney Spears y Christina Aguilera. No se olvidó aquel beso de Cortina de Hierro y vodka, en los finales de la Guerra Fría, entre Leonid Brezhnev y Erich Honecker, ni tampoco el realizado entre Vivien Leigh y Clark Gable en Lo que el viento se llevó.
Y mientras se define si sancionan a fondo al dirigente besuqueador español, vuelven a escena antiguos besos escultóricos y pictóricos como el de Rodin, el de Klimt, y el muy fotográfico del Día de la Victoria sobre Japón, en Times Square, entre un marinero estadounidense y una muchacha, después de los estallidos de dos bombas atómicas. A los que nos gusta el tango, pusimos a sonar a Libertad Lamarque y sus “Besos brujos”: “Déjame, no quiero que me beses / Por tu culpa estoy viviendo la tortura de mis penas”. No creo que Jenni la futbolista quiera escuchar por estas jornadas el bolero “Bésame mucho”, de Consuelito Velásquez.
Hay besos con babas del diablo y besos con cosquillitas. El Kamasutra habla de las treinta clases de besos humanos, entre los que destacan el palpitante, el broche, el superior, el inclinado, el ejercido con presión y el beso para encender la llama. Este último pudo haber sido el de Rubiales, que prendió la mecha y ahora figura en todo el mundo como un abusador, sexista, misógino, aprovechado de su condición de dirigente deportivo y otras sindicaciones. A quienes gustan de guachafitas y burlas dicen que le hubiera ido mejor con María Antonia, la que, según la canción colombiana, tiene una venta de besos de amor al otro lado del río.
Rubiales va cuesta abajo en su rodada. Violó, además, normas del protocolo de la Real Federación de Fútbol, que él dirigía, sobre violencia sexual, como “excesivo e inadecuado acercamiento en el contacto corporal, abrazos, apretones, etc. Tocamiento de ciertas partes del cuerpo, pellizcos y cachetes, atraer con el cuerpo un abrazo en el intento de besarles o besar a la fuerza”. El tipejo este, ahora en el ojo del huracán, abusó de su poder. Tal vez le hubiera ido menos mal de haber leído a Maupassant y si le hubiera hecho caso a lo que dice la tía Collette: “Un beso torpe puede ocasionar un gran daño”.
En España, bendita tierra, según los Churumbeles, las damas no besan por frivolidad. Y Rubiales debía saber que “un beso de amor no se lo dan a cualquiera”.
En vez de una besamenta, se armó la tángana con el beso robado (¿o sería consentido, o con sentido, o sin sentido?) de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, a la futbolista, campeona del mundo, Jenni Hermoso. En medio del escándalo universal, algunos recordaron a los Churumbeles de España con su célebre canción que, en un apartado, dice así: “El beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma”, y a ella se le puede dar un beso en la mano, o de hermano, y así “la besará cuando quiera”, “pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera”.
Y el beso de cataclismo del españolete, puso a recordar otros besos, menos primitivos, que eran prohibidos por diversas censuras, tanto eclesiásticas como políticas, como fueron los besos de película. Hubo que volver a mirar, tal vez para dejar escapar varios lagrimones, la secuencia final de Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, una de las más emocionantes (por no decir lacrimosas) de todos los tiempos, con la actuación estelar de Jacques Perrin. Una belleza. Una sucesión maravillosa de besos brujos, besos cálidos, besos apasionados… Besos censurados.
Nos volvimos a acordar de un sinónimo de beso, menos romántico, menos poético, como es “ósculo”, propio de crucigrameros. Y de otra modalidad, más oscura todavía, que no vamos a mencionar, porque no huele ni sabe bien. Sin embargo, los besos de cine volvieron a la memoria, como el ejecutado con maestría entre Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca (como la actriz era más alta que el actor, a este le tuvieron que poner unas “alzas” gruesas para aumentarle la estatura), o aquel beso adúltero entre Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad.
No han faltado los recuerdos sobre el beso de Judas en el Huerto de Getsemaní con el cual entregó al Cristo, o el beso de la mujer araña. La trifulca armada por Rubiales y Hermoso, que ya va poniendo en evidencia debates, tendencias, rifirrafes entre feministas y machistas, nos motivó a releer el cuento epistolar El beso, de Guy de Maupassant, en el que la tía Collette envía una cartita a su sobrina, abandonada por el marido, quizá porque aquella se excedía en besuqueos. “El beso es nuestra arma más poderosa; pero guardémonos de embotar su filo”, le recuerda la tía.
Besos van y vienen por estos días. Y se abren los álbumes con “piquitos”, algunos ya muy color nostalgia, como el acaecido entre Maradona y Caniggia, durante un partido Boca-River; y la metida de lengua de Madonna a las bocas de Britney Spears y Christina Aguilera. No se olvidó aquel beso de Cortina de Hierro y vodka, en los finales de la Guerra Fría, entre Leonid Brezhnev y Erich Honecker, ni tampoco el realizado entre Vivien Leigh y Clark Gable en Lo que el viento se llevó.
Y mientras se define si sancionan a fondo al dirigente besuqueador español, vuelven a escena antiguos besos escultóricos y pictóricos como el de Rodin, el de Klimt, y el muy fotográfico del Día de la Victoria sobre Japón, en Times Square, entre un marinero estadounidense y una muchacha, después de los estallidos de dos bombas atómicas. A los que nos gusta el tango, pusimos a sonar a Libertad Lamarque y sus “Besos brujos”: “Déjame, no quiero que me beses / Por tu culpa estoy viviendo la tortura de mis penas”. No creo que Jenni la futbolista quiera escuchar por estas jornadas el bolero “Bésame mucho”, de Consuelito Velásquez.
Hay besos con babas del diablo y besos con cosquillitas. El Kamasutra habla de las treinta clases de besos humanos, entre los que destacan el palpitante, el broche, el superior, el inclinado, el ejercido con presión y el beso para encender la llama. Este último pudo haber sido el de Rubiales, que prendió la mecha y ahora figura en todo el mundo como un abusador, sexista, misógino, aprovechado de su condición de dirigente deportivo y otras sindicaciones. A quienes gustan de guachafitas y burlas dicen que le hubiera ido mejor con María Antonia, la que, según la canción colombiana, tiene una venta de besos de amor al otro lado del río.
Rubiales va cuesta abajo en su rodada. Violó, además, normas del protocolo de la Real Federación de Fútbol, que él dirigía, sobre violencia sexual, como “excesivo e inadecuado acercamiento en el contacto corporal, abrazos, apretones, etc. Tocamiento de ciertas partes del cuerpo, pellizcos y cachetes, atraer con el cuerpo un abrazo en el intento de besarles o besar a la fuerza”. El tipejo este, ahora en el ojo del huracán, abusó de su poder. Tal vez le hubiera ido menos mal de haber leído a Maupassant y si le hubiera hecho caso a lo que dice la tía Collette: “Un beso torpe puede ocasionar un gran daño”.
En España, bendita tierra, según los Churumbeles, las damas no besan por frivolidad. Y Rubiales debía saber que “un beso de amor no se lo dan a cualquiera”.