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                                                                                                                                El maestro desobediente

                                                                                                                                Ser maestro en Colombia, uno de los países más inequitativos de América Latina, está conectado con el desprecio del establecimiento por los que en un rol histórico están llamados a sacar al país del subdesarrollo mental.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Manjarrés, que así se apellidaba el maestro, era un hombre que vivía a la enemiga, en una sociedad de medianías y aguas tibias. “Decir lo que sentía y pensaba fue la inmunda práctica de Manjarrés”, un profesor de quinta categoría, con un salario de cuarenta pesos, que vivió empeñado en escribir y enseñar una teoría del conocimiento.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y así, el sistema, con sus tácticas de humillación y despotismo contra quien no se adapta ni se doblega, fue quitándole la pugnacidad al maestro. Y sus ganas de vivir. Su teoría del conocimiento quedó postergada para siempre. Pero para la memoria quedó su actitud de instigador, de propulsor del otro para que piense por sí mismo, y para que no sienta vergüenza de lo propio, de su entorno. Ni de luchar por sus derechos.

                                                                                                                                Hablar de educación y magisterio es asunto espinoso. Pero jamás anodino ni farandulero. Y en estas sociedades, dominadas por el mercado, el consumo y la digestión light, cuando se cree que el maestro debe propender por sacar mano de obra calificada para la productividad y nada calificada para el pensamiento, entonces aparecen las discordancias. Para los heraldos del sistema, el maestro debe ser obediente, resignado, nada cuestionador. Que no enseñe a sus alumnos a tener preguntas, sino a que aprendan la condición de ser ovejas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Puede ser una verdad de Perogrullo, pero hay que volver sobre ella: el maestro es un ser esencial en la organización y desarrollo de un país, y hay que pagarle bien. Reconocerlo. Mirarlo como lo que es: alguien muy importante para la humanidad. Por eso, y por otras razones, más que aumentar los presupuestos para la guerra, hay que abundar en los de la educación. Y en este caso el dinero es público, y no se podrá poner como condición (como quiere el sistema) que los maestros (y los estudiantes) sean dóciles y obedientes. 

                                                                                                                                Ser maestro en Colombia, uno de los países más inequitativos de América Latina, está conectado con el desprecio del establecimiento por los que en un rol histórico están llamados a sacar al país del subdesarrollo mental.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Manjarrés, que así se apellidaba el maestro, era un hombre que vivía a la enemiga, en una sociedad de medianías y aguas tibias. “Decir lo que sentía y pensaba fue la inmunda práctica de Manjarrés”, un profesor de quinta categoría, con un salario de cuarenta pesos, que vivió empeñado en escribir y enseñar una teoría del conocimiento.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y así, el sistema, con sus tácticas de humillación y despotismo contra quien no se adapta ni se doblega, fue quitándole la pugnacidad al maestro. Y sus ganas de vivir. Su teoría del conocimiento quedó postergada para siempre. Pero para la memoria quedó su actitud de instigador, de propulsor del otro para que piense por sí mismo, y para que no sienta vergüenza de lo propio, de su entorno. Ni de luchar por sus derechos.

                                                                                                                                Hablar de educación y magisterio es asunto espinoso. Pero jamás anodino ni farandulero. Y en estas sociedades, dominadas por el mercado, el consumo y la digestión light, cuando se cree que el maestro debe propender por sacar mano de obra calificada para la productividad y nada calificada para el pensamiento, entonces aparecen las discordancias. Para los heraldos del sistema, el maestro debe ser obediente, resignado, nada cuestionador. Que no enseñe a sus alumnos a tener preguntas, sino a que aprendan la condición de ser ovejas.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Puede ser una verdad de Perogrullo, pero hay que volver sobre ella: el maestro es un ser esencial en la organización y desarrollo de un país, y hay que pagarle bien. Reconocerlo. Mirarlo como lo que es: alguien muy importante para la humanidad. Por eso, y por otras razones, más que aumentar los presupuestos para la guerra, hay que abundar en los de la educación. Y en este caso el dinero es público, y no se podrá poner como condición (como quiere el sistema) que los maestros (y los estudiantes) sean dóciles y obedientes. 

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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