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                                                                                                                                En ese río olímpico mataron a los argelinos

                                                                                                                                “En ese mismo río donde la policía francesa asesinó a decenas de argelinos se realizó la ceremonia inaugural”: Reinaldo Spitaletta
                                                                                                                                Foto: EFE - MOHAMMED BADRA

                                                                                                                                En esas mismas aguas, siempre distintas, en las que se arrojó para siempre el inspector Javert, persistente perseguidor de Jean Valjean en Los Miserables; en esa corriente eterna a la que desde el puente Mirabeau se tiró el poeta Paul Celan, el de la “negra leche del alba”, la policía francesa lanzó a ese mismo río de la historia, el Sena, a centenares de argelinos en la terrible Masacre de París, en octubre de 1961.

                                                                                                                                La novedosa inauguración de los Juegos Olímpicos de París, sobre las aguas del Sena, removió la historia de otra ruindad de parte de la metrópoli francesa contra su oprimida colonia de Argelia, que desde la década de los cincuenta (en realidad, desde mucho antes) se atrevió a levantarse contra los colonizadores, en una heroica gesta de liberación nacional, que mantuvo en vilo al mundo en los tiempos de la Guerra Fría.

                                                                                                                                Durante ciento treinta y dos años, Francia mantuvo bajo su coyunda colonialista al pueblo argelino, que solo pudo declarar su independencia en 1962, después de padecer toda clase de agravios, saqueos, torturas, persecuciones y maltratos a granel. Durante la prolongada liza por sacudirse de la opresión francesa, murieron más de un millón y medio de nativos de ese país norafricano, en una acción destructiva y criminal que ha sido catalogada como un genocidio.

                                                                                                                                Y mientras sobre el Sena pasaban barcas y flores y banderas y una extensa e intensa revista acuática de las delegaciones participantes en los Olímpicos, vista por todo el mundo, algunos “aguafiestas” recordaron los días de terror del otoño de 1961, cuando miles de argelinos se pronunciaron en la capital francesa contra la ocupación de su país, en una manifestación pacífica que fue sometida a toda suerte de brutalidades de parte de la oficialidad gala. El historiador Jean-Luc Einaudi, en su investigación titulada La batalla de París, aseguró que hubo entre 200 y 393 manifestantes asesinados por la policía, en una masacre que se mantuvo oculta y bajo un prolongado silencio estatal durante largo tiempo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Después de toda esa barbarie de los “civilizados” policías franceses contra la “plaga” argelina, y pese a ser tantos los muertos, y a que los cadáveres aparecían en otros pueblos por donde el río discurre, solo un grafiti, como una memoria de la ignominia, se escribió a orillas del histórico Sena: “Aquí ahogamos a los argelinos”. La masacre se cubrió de olvidos por mucho tiempo.

                                                                                                                                Sin embargo, al año siguiente de la misma, en 1962, el Frente de Liberación Nacional de Argelia logró la independencia del país. Había, claro, pasado mucha agua bajo los puentes del Sena, y también muchos cadáveres de sus compatriotas, y la “Batalla de Argel” (recordar el filme del italiano Gillo Pontecorvo) había logrado sus frutos, después de tanta sangre derramada. En los cincuenta, a propósito de ese movimiento argelino y de otros aspectos políticos, rompieron relaciones Jean Paul Sartre y Albert Camus, que se deslizaron de la amistad hacia el odio. Todavía aquellos debates entre el autor de La náusea y el de El extranjero remueven fibras de la historia.

                                                                                                                                Alguien dijo, con tonalidad de humor negro, que tanto el uno como el otro, filósofos y escritores, “corren el típico riesgo del siglo XXI de convertirse en camisetas y frases hechas”, mejor dicho, en caricaturas, en mercancía de bazar en tiempos de redes sociales y otras banalidades. Ambos, en todo caso, fueron intelectuales que se la jugaron por posiciones políticas, a las que siempre estuvieron impugnando, cuestionando. Tal vez en ellos no anidó el dogmatismo ni el seguidismo acrítico y ramplón.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En ese mismo río donde la policía francesa asesinó a decenas de argelinos se realizó la ceremonia inaugural de los Olímpicos, en la que se vio a la delegación de Argelia lanzando flores a las aguas, en memoria de los mártires. Y algunos, o quién sabe cuántos sobre la tierra, se reafirmaron en que los condenados del mundo por el neocolonialismo de hoy pueden alcanzar la independencia y la libertad. Solo si persisten en la lucha, solo si no se rinden.

                                                                                                                                “En ese mismo río donde la policía francesa asesinó a decenas de argelinos se realizó la ceremonia inaugural”: Reinaldo Spitaletta
                                                                                                                                Foto: EFE - MOHAMMED BADRA

                                                                                                                                En esas mismas aguas, siempre distintas, en las que se arrojó para siempre el inspector Javert, persistente perseguidor de Jean Valjean en Los Miserables; en esa corriente eterna a la que desde el puente Mirabeau se tiró el poeta Paul Celan, el de la “negra leche del alba”, la policía francesa lanzó a ese mismo río de la historia, el Sena, a centenares de argelinos en la terrible Masacre de París, en octubre de 1961.

                                                                                                                                La novedosa inauguración de los Juegos Olímpicos de París, sobre las aguas del Sena, removió la historia de otra ruindad de parte de la metrópoli francesa contra su oprimida colonia de Argelia, que desde la década de los cincuenta (en realidad, desde mucho antes) se atrevió a levantarse contra los colonizadores, en una heroica gesta de liberación nacional, que mantuvo en vilo al mundo en los tiempos de la Guerra Fría.

                                                                                                                                Durante ciento treinta y dos años, Francia mantuvo bajo su coyunda colonialista al pueblo argelino, que solo pudo declarar su independencia en 1962, después de padecer toda clase de agravios, saqueos, torturas, persecuciones y maltratos a granel. Durante la prolongada liza por sacudirse de la opresión francesa, murieron más de un millón y medio de nativos de ese país norafricano, en una acción destructiva y criminal que ha sido catalogada como un genocidio.

                                                                                                                                Y mientras sobre el Sena pasaban barcas y flores y banderas y una extensa e intensa revista acuática de las delegaciones participantes en los Olímpicos, vista por todo el mundo, algunos “aguafiestas” recordaron los días de terror del otoño de 1961, cuando miles de argelinos se pronunciaron en la capital francesa contra la ocupación de su país, en una manifestación pacífica que fue sometida a toda suerte de brutalidades de parte de la oficialidad gala. El historiador Jean-Luc Einaudi, en su investigación titulada La batalla de París, aseguró que hubo entre 200 y 393 manifestantes asesinados por la policía, en una masacre que se mantuvo oculta y bajo un prolongado silencio estatal durante largo tiempo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Después de toda esa barbarie de los “civilizados” policías franceses contra la “plaga” argelina, y pese a ser tantos los muertos, y a que los cadáveres aparecían en otros pueblos por donde el río discurre, solo un grafiti, como una memoria de la ignominia, se escribió a orillas del histórico Sena: “Aquí ahogamos a los argelinos”. La masacre se cubrió de olvidos por mucho tiempo.

                                                                                                                                Sin embargo, al año siguiente de la misma, en 1962, el Frente de Liberación Nacional de Argelia logró la independencia del país. Había, claro, pasado mucha agua bajo los puentes del Sena, y también muchos cadáveres de sus compatriotas, y la “Batalla de Argel” (recordar el filme del italiano Gillo Pontecorvo) había logrado sus frutos, después de tanta sangre derramada. En los cincuenta, a propósito de ese movimiento argelino y de otros aspectos políticos, rompieron relaciones Jean Paul Sartre y Albert Camus, que se deslizaron de la amistad hacia el odio. Todavía aquellos debates entre el autor de La náusea y el de El extranjero remueven fibras de la historia.

                                                                                                                                Alguien dijo, con tonalidad de humor negro, que tanto el uno como el otro, filósofos y escritores, “corren el típico riesgo del siglo XXI de convertirse en camisetas y frases hechas”, mejor dicho, en caricaturas, en mercancía de bazar en tiempos de redes sociales y otras banalidades. Ambos, en todo caso, fueron intelectuales que se la jugaron por posiciones políticas, a las que siempre estuvieron impugnando, cuestionando. Tal vez en ellos no anidó el dogmatismo ni el seguidismo acrítico y ramplón.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En ese mismo río donde la policía francesa asesinó a decenas de argelinos se realizó la ceremonia inaugural de los Olímpicos, en la que se vio a la delegación de Argelia lanzando flores a las aguas, en memoria de los mártires. Y algunos, o quién sabe cuántos sobre la tierra, se reafirmaron en que los condenados del mundo por el neocolonialismo de hoy pueden alcanzar la independencia y la libertad. Solo si persisten en la lucha, solo si no se rinden.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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