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                                                                                                                                Hedores de politiquería y del “todo vale”

                                                                                                                                Hemos sido un país de malos olores, en particular aquellos que tienen que ver con la política o, con más exactitud, la cochinísima politiquería, que campea desde tiempos inmemoriales en Colombia. Esta modalidad, que no es solo, claro, de nuestra cuerda de despropósitos, tiene vestiduras (e investiduras) de distintos colores, y atraviesa todos los puntos cardinales. Politiquería de derecha, centro, norte, sur, izquierda, semi-izquierda, semiderecha, y una cantidad casi infinita de matices.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Así, desde los ya casi extintos partidos tradicionales, conservatismo-liberalismo, hasta otros que se perfilaron como populares, al servicio de los intereses de la gente, etcétera, tienen en su ADN la apelación a la engañifa, como pasó, ya hace años, con el que entonces se denominó el “tercer partido”, en los días oscuros del Frente Nacional, llamado la Anapo, creado por el bufonesco exdictador Gustavo Rojas Pinilla. Se hablaba entonces de un “socialismo de la yuca” y otros ingredientes de sancocho.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Y de pronto, la corrupción se erigió en “virtud” de gamonales y otras especies malévolas. El “todo vale” galopó a su antojo hasta camuflarse en el palacio presidencial, en el congreso, en el resto de cuerpos colegiados, en la justicia, en los presuntos organismos de control… Y el virus se transmitió, como decíamos al principio, a los que se presentaron como una alternativa de cambio. El oportunismo, en general, es uno en el discurso y otro en la práctica. Y parece enconcharse, estar sordo a las críticas, porque también convalida aquello de “quien no está conmigo está contra mí”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y cuando decimos “más de lo mismo” es porque, pese a los discursos, a las retóricas sonoras y trajeadas de “transformación”, lo que se aprecia es la continuación de las viejas dependencias, la sumisión frente al patrón imperialista, la obediencia a los dictados de los organismos financieros internacionales… La entibación de un país sojuzgado por poderes foráneos. Pero —ojo pues— cuidadito con cuestionar al “ser supremo”, anuncian los turiferarios.

                                                                                                                                Jorge Eliécer Gaitán, que era antiimperialista, advirtió que en Colombia había sino dos fuerzas: el pueblo y la oligarquía. Esta última, que sigue campeando a sus anchas, no ha sido en esencia tocada en sus intereses, y por el contrario continúa en el poder, sin afectarse en su desdén por los humillados y despojados del país. El “todo vale” lo contaminó todo, incluidos los presuntos agentes del cambio de las estructuras y superestructuras. Pese a todo, o precisamente por ello, la utopía (o la necesidad de una revolución social) está vigente.

                                                                                                                                Hemos sido un país de malos olores, en particular aquellos que tienen que ver con la política o, con más exactitud, la cochinísima politiquería, que campea desde tiempos inmemoriales en Colombia. Esta modalidad, que no es solo, claro, de nuestra cuerda de despropósitos, tiene vestiduras (e investiduras) de distintos colores, y atraviesa todos los puntos cardinales. Politiquería de derecha, centro, norte, sur, izquierda, semi-izquierda, semiderecha, y una cantidad casi infinita de matices.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Así, desde los ya casi extintos partidos tradicionales, conservatismo-liberalismo, hasta otros que se perfilaron como populares, al servicio de los intereses de la gente, etcétera, tienen en su ADN la apelación a la engañifa, como pasó, ya hace años, con el que entonces se denominó el “tercer partido”, en los días oscuros del Frente Nacional, llamado la Anapo, creado por el bufonesco exdictador Gustavo Rojas Pinilla. Se hablaba entonces de un “socialismo de la yuca” y otros ingredientes de sancocho.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Y de pronto, la corrupción se erigió en “virtud” de gamonales y otras especies malévolas. El “todo vale” galopó a su antojo hasta camuflarse en el palacio presidencial, en el congreso, en el resto de cuerpos colegiados, en la justicia, en los presuntos organismos de control… Y el virus se transmitió, como decíamos al principio, a los que se presentaron como una alternativa de cambio. El oportunismo, en general, es uno en el discurso y otro en la práctica. Y parece enconcharse, estar sordo a las críticas, porque también convalida aquello de “quien no está conmigo está contra mí”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y cuando decimos “más de lo mismo” es porque, pese a los discursos, a las retóricas sonoras y trajeadas de “transformación”, lo que se aprecia es la continuación de las viejas dependencias, la sumisión frente al patrón imperialista, la obediencia a los dictados de los organismos financieros internacionales… La entibación de un país sojuzgado por poderes foráneos. Pero —ojo pues— cuidadito con cuestionar al “ser supremo”, anuncian los turiferarios.

                                                                                                                                Jorge Eliécer Gaitán, que era antiimperialista, advirtió que en Colombia había sino dos fuerzas: el pueblo y la oligarquía. Esta última, que sigue campeando a sus anchas, no ha sido en esencia tocada en sus intereses, y por el contrario continúa en el poder, sin afectarse en su desdén por los humillados y despojados del país. El “todo vale” lo contaminó todo, incluidos los presuntos agentes del cambio de las estructuras y superestructuras. Pese a todo, o precisamente por ello, la utopía (o la necesidad de una revolución social) está vigente.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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