El general Carlos Cortés Vargas, jefe militar y civil de la provincia de Santa Marta, frente a una multitud de no menos de 7.000 trabajadores de las bananeras de la United Fruit, conmina a los huelguistas, tras escucharse el último toque de una corneta: “Se va a hacer fuego en un minuto”. Una voz surge, corajuda, dentro de la muchedumbre: “Disparen ya, cabrones. Les regalamos el minuto que falta”.
Era el 6 de diciembre de 1928. Las tropas del Regimiento Nariño, en su mayoría soldados antioqueños, con fusiles reformados y munición austriaca, con dos ametralladoras de gran calibre y otras seis más pequeñas, de bípode, abren fuego contra los trabajadores, a los que el Estado colombiano declarará después como “cuadrilla de malhechores”.
El 12 de noviembre, los “30.000 obreros de la Zona Bananera, desatendidos por la United Fruit en sus reclamaciones, hechas a base de las leyes que los amparan, ordenaron el paro general en toda la zona”, informaba un despacho del corresponsal de El Espectador hecho desde Sevilla. Los trabajadores presentaron un pliego petitorio de nueve puntos, entre los que estaban la supresión de los comisariatos, pago semanal, habitaciones higiénicas y descanso dominical remunerado.
La compañía gringa, con un enclave colonial en el departamento del Magdalena, con el uso de métodos esclavistas y condiciones infrahumanas de trabajo para los obreros, contó con la obsequiosidad de varios gobiernos colombianos, pero, más aún, con el de Miguel Abadía Méndez. Este, ante las exigencias de reivindicaciones proletarias, militarizó la zona.
La empresa extranjera monopolizó, por muchos años, los ferrocarriles, las tierras, la navegación por los caños de Ciénaga, el transporte, las autoridades, las comunicaciones, el negocio de carnes y bastimentos, la electricidad, las exportaciones y, por supuesto, la producción bananera. Los gobiernos le rendían pleitesía a “Mamita Yunai”. Era la dueña de todo, hasta cuando los obreros se rebelaron.
Después de la pavorosa represión contra los huelguistas, ¿cuántos fueron los muertos? Lo real y cruel es que hubo una masacre. Una de las peores en América Latina (donde antes de la de Ciénaga, se presentó la de la Escuela Santa María, en Iquique, Chile, de los trabajadores del salitre, en 1907).
En el libro Bananeras, testimonio vivo de una epopeya, del historiador y periodista Gabriel Fonnegra, se leen testimonios acerca de cómo hicieron desaparecer las decenas de cadáveres. “Comenzamos entonces a recoger los muertos. Hicimos el primer viaje hasta una playa denominada Callejón Ancho, donde había unos botes. Parece que se obligó a unos pescadores de Puebloviejo a llevar los cadáveres, unos 200, hasta el buque Pichincha, de la Armada, anclado como a una milla de la costa…”, cuenta Horacio Hernández, asignado al servicio del coronel Óscar Pérez.
Después, relata que, en otros viajes, “transportamos como 300 víctimas hasta los playones de Aguacoca” y, según la misma versión, “solo dejaron nueve muertos. El coronel Óscar Pérez Villa, borracho, los señalaba a todo el que pasaba y decía: ‘Ahí tienen los nueve puntos del pliego”.
¿Cuántos fueron los muertos? Para la “verdad” oficial, solo nueve. El mismo Cortés Vargas reconoce a 47. El embajador de Estados Unidos en Colombia, Jefferson Caffery, en un reporte al Departamento de Estado sobre lo ocurrido el 5 y 6 de diciembre de 1928, dice que, según la United Fruit Company, el número de huelguistas muertos supera los mil.
La masacre se perpetró, con la complacencia y autoría del Estado colombiano que, como lo recalcaría Gaitán en sus alegatos sobre la masacre, “el Gobierno colombiano tiene la metralla homicida para el pueblo y la rodilla puesta en tierra ante el oro americano”. Para una politóloga y representante uribista la masacre de las bananeras es “un mito histórico de la narrativa comunista”.
En la literatura colombiana, además de Cien años de soledad, en la que un personaje afirma que hubo más de 3.000 muertos (otros, como los militares, dicen “en Macondo no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”), la masacre de las bananeras está presente en la extraordinaria novela La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, y en el cuento Si no fuera por la zona Caramba, de Ramón Illán Bacca, entre otras obras.
Esta semana se cumple otro aniversario de la masacre de las bananeras, ocurrida en Ciénaga entre el 5 y 6 de diciembre de 1928. Una posibilidad para seguir luchando contra el olvido, contra las mentiras y manipulaciones oficiales y homenajear la memoria de las víctimas. Los muertos en aquella masacre, nueve o 3.000, siguen clamando y reclamando justicia. Y son ejemplo imperecedero de las luchas por la dignidad y la transformación del mundo.
El general Carlos Cortés Vargas, jefe militar y civil de la provincia de Santa Marta, frente a una multitud de no menos de 7.000 trabajadores de las bananeras de la United Fruit, conmina a los huelguistas, tras escucharse el último toque de una corneta: “Se va a hacer fuego en un minuto”. Una voz surge, corajuda, dentro de la muchedumbre: “Disparen ya, cabrones. Les regalamos el minuto que falta”.
Era el 6 de diciembre de 1928. Las tropas del Regimiento Nariño, en su mayoría soldados antioqueños, con fusiles reformados y munición austriaca, con dos ametralladoras de gran calibre y otras seis más pequeñas, de bípode, abren fuego contra los trabajadores, a los que el Estado colombiano declarará después como “cuadrilla de malhechores”.
El 12 de noviembre, los “30.000 obreros de la Zona Bananera, desatendidos por la United Fruit en sus reclamaciones, hechas a base de las leyes que los amparan, ordenaron el paro general en toda la zona”, informaba un despacho del corresponsal de El Espectador hecho desde Sevilla. Los trabajadores presentaron un pliego petitorio de nueve puntos, entre los que estaban la supresión de los comisariatos, pago semanal, habitaciones higiénicas y descanso dominical remunerado.
La compañía gringa, con un enclave colonial en el departamento del Magdalena, con el uso de métodos esclavistas y condiciones infrahumanas de trabajo para los obreros, contó con la obsequiosidad de varios gobiernos colombianos, pero, más aún, con el de Miguel Abadía Méndez. Este, ante las exigencias de reivindicaciones proletarias, militarizó la zona.
La empresa extranjera monopolizó, por muchos años, los ferrocarriles, las tierras, la navegación por los caños de Ciénaga, el transporte, las autoridades, las comunicaciones, el negocio de carnes y bastimentos, la electricidad, las exportaciones y, por supuesto, la producción bananera. Los gobiernos le rendían pleitesía a “Mamita Yunai”. Era la dueña de todo, hasta cuando los obreros se rebelaron.
Después de la pavorosa represión contra los huelguistas, ¿cuántos fueron los muertos? Lo real y cruel es que hubo una masacre. Una de las peores en América Latina (donde antes de la de Ciénaga, se presentó la de la Escuela Santa María, en Iquique, Chile, de los trabajadores del salitre, en 1907).
En el libro Bananeras, testimonio vivo de una epopeya, del historiador y periodista Gabriel Fonnegra, se leen testimonios acerca de cómo hicieron desaparecer las decenas de cadáveres. “Comenzamos entonces a recoger los muertos. Hicimos el primer viaje hasta una playa denominada Callejón Ancho, donde había unos botes. Parece que se obligó a unos pescadores de Puebloviejo a llevar los cadáveres, unos 200, hasta el buque Pichincha, de la Armada, anclado como a una milla de la costa…”, cuenta Horacio Hernández, asignado al servicio del coronel Óscar Pérez.
Después, relata que, en otros viajes, “transportamos como 300 víctimas hasta los playones de Aguacoca” y, según la misma versión, “solo dejaron nueve muertos. El coronel Óscar Pérez Villa, borracho, los señalaba a todo el que pasaba y decía: ‘Ahí tienen los nueve puntos del pliego”.
¿Cuántos fueron los muertos? Para la “verdad” oficial, solo nueve. El mismo Cortés Vargas reconoce a 47. El embajador de Estados Unidos en Colombia, Jefferson Caffery, en un reporte al Departamento de Estado sobre lo ocurrido el 5 y 6 de diciembre de 1928, dice que, según la United Fruit Company, el número de huelguistas muertos supera los mil.
La masacre se perpetró, con la complacencia y autoría del Estado colombiano que, como lo recalcaría Gaitán en sus alegatos sobre la masacre, “el Gobierno colombiano tiene la metralla homicida para el pueblo y la rodilla puesta en tierra ante el oro americano”. Para una politóloga y representante uribista la masacre de las bananeras es “un mito histórico de la narrativa comunista”.
En la literatura colombiana, además de Cien años de soledad, en la que un personaje afirma que hubo más de 3.000 muertos (otros, como los militares, dicen “en Macondo no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”), la masacre de las bananeras está presente en la extraordinaria novela La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, y en el cuento Si no fuera por la zona Caramba, de Ramón Illán Bacca, entre otras obras.
Esta semana se cumple otro aniversario de la masacre de las bananeras, ocurrida en Ciénaga entre el 5 y 6 de diciembre de 1928. Una posibilidad para seguir luchando contra el olvido, contra las mentiras y manipulaciones oficiales y homenajear la memoria de las víctimas. Los muertos en aquella masacre, nueve o 3.000, siguen clamando y reclamando justicia. Y son ejemplo imperecedero de las luchas por la dignidad y la transformación del mundo.