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A Lola Vélez (María Dolores Vélez Sierra), que de joven era rubia y espigada, por su belleza sin par y sin mediar ningún concurso la coronaron reina los conductores de Bello, pueblo natal de la muchacha librepensadora que se convertiría en una pintora excepcional de Antioquia. A la señorita Lola, dilecta discípula del muralista mexicano Diego Rivera, como también lo había sido de los maestros Pedro Nel Gómez y Rafael Sáenz, le armaron un escándalo los pacatos godos bellanitas cuando pintó una sensual chica de aquel pueblo de obreros y la bautizó como la Tongolele de Bello.
Lola Vélez, que cuando estudiaba becada en México, no solo aprendía de técnicas del mural, la acuarela y preparación de lienzos, sino que participaba en deliciosas bohemias con Frida Kahlo y Chavela Vargas, tenía una afinidad amorosa con los obreros de Fabricato, a muchos de los cuales les enseñó a apreciar la pintura.
Nacida en Bello en 1925, Lola habitaba cerca de la choza de Marco Fidel Suárez, en una casona de 3.600 metros cuadrados, con patio central, jardines, pájaros, árboles frutales, murales y una vasta colección pictórica de su autoría y de otros artistas. Ella, que tras sus estudios en la Escuela La Esmeralda y en la Escuela de Restauración de Chorobusco, en México, con la tutela de Rivera, encontró su propia identidad, se caracterizó por sus colores (existe el color Lola Vélez, así como hay, por ejemplo, el amarillo Van Gogh).
Bello es una ciudad con una vasta historia. Allí comenzó a forjarse el modelo empresarial antioqueño de las textileras en los albores del siglo XX. Fue la sede de la primera huelga en Colombia, la de cuatrocientas señoritas de la Fábrica de Tejidos de Bello, encabezadas por Betsabé Espinal, en 1920. El Ferrocarril de Antioquia construyó sus talleres, atractivos no solo por su arquitectura, sino por ser un laboratorio de las más modernas técnicas ferroviarias y mecánicas.
Bello, denominada Ciudad de Artistas, vivió tiempos de pavor cuando el narcotraficante Pablo Escobar formó allí su principal “ejército privado” con la temible banda criminal La Ramada, en la década de los 80 (la década del terror la denominó una investigación del Centro de Historia de Bello), digo que esta población tuvo en medio de sus desdichas sociales a Lola Vélez como un símbolo cultural de alta sensibilidad y paradigma de creación artística.
Cuando murió la destacada pintora, en el miércoles santo de 2005, se creyó que a su casona, un bien de interés cultural, la erigirían como un museo, un centro de actividades artísticas y educativas. No ocurrió así. Bello ha tenido en su historia una camada de administradores corruptos, bandidescos y politiqueros, que la han convertido en una ciudad de miedo, con presencias indeseables de organizaciones criminales y otras desgracias.
La talentosa señorita Lola, que en la historia del arte en Antioquia es una figura cumbre, como también lo fueron Débora Arango, Jesusita Vallejo, Dora Ramírez, María Villa, entre otras pintoras, ha sido aporreada en su memoria y legado. Ya su casona había sufrido los primeros embates del cacicazgo de politicastros bellanitas, cuando, en los 70, derribaron parte de la misma para un “ensanche”. Tras la muerte de la artista, y cuando maestros, fundaciones, organizaciones sociales, acciones comunales, historiadores, poetas, músicos, brujos y hasta médiums clamaban porque la casa se transformara en museo, la municipalidad hizo caso omiso a todas las peticiones y hoy ya no existe.
La tumbaron. Solo quedó flotando sobre las ruinas del caserón la desvergonzada demagogia oficial. Por lo menos cuatro alcaldías tuvieron la posibilidad de pasar a la historia como amantes y protectoras de la cultura y el arte, como preservadoras del patrimonio histórico, pero nada. Se sabe que solo estaban y están interesados en arrasar lo poco que va quedando como referente de memoria cultural. Los nuevos bárbaros.
Lola Vélez nunca apeló al desechable y facilongo expediente del escándalo para hacerse publicidades frívolas, ni permitió que los diversos poderes la hicieran caer en espejismos comercialoides. Era una artista a cabalidad, consecuente con su pensamiento de mujer libérrima, promotora de los derechos de los trabajadores y de los creadores. Una pintora de paisajes y flores, de arcángeles y pájaros, de mujeres del pueblo y obreras.
“En Bello, a sus administradores, nunca les ha interesado el municipio sino para tramitar su vientre y su vanidad. Si a alguno de los políticos se les preguntara por la calidad de la pintura de Lola Vélez y quién fue ella, sé que callarán, no saben su aporte”, dijo el escritor Víctor Bustamante, un guardián del patrimonio, en su denuncia sobre la destrucción de la casa de la pintora.
Lola Vélez ha muerto por segunda vez. Y en esta nueva ocasión ha sido un asesinato del patrimonio cultural cometido por los ignaros gobernantes de una ciudad que ha sufrido los tradicionales embates de la corruptela y las perversas administraciones de vándalos. La historia no los absolverá.