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Sombrero de mago

Los altos riesgos de la polarización

Reinaldo Spitaletta
01 de octubre de 2024 - 11:43 a. m.

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Polarizarse no sería tan grave, ni representaría riesgos hasta de perder amigos y conocidos, cuando no secuelas más catastróficas, si fuéramos, en el caso colombiano, una civilización, en el sentido del respeto mutuo, el ejercicio categórico de la libertad de pensamiento y de otras libertades conquistadas tras juiciosos debates y confrontaciones ideológicas de altura. Y aunque el término civilización es problemático, como que “grandes civilizaciones” han echado por la borda la racionalidad y ejercido el “salvajismo” desaforado, la crueldad, la sevicia, las expoliaciones y la explotación, hay, en gracia de discusión, que asumirlo como un logro de la razón frente a la brutalidad.

Así que si fuéramos civilizados, digo, no habría temores en polarizarnos, en tener posiciones contrarias, de fondo, sin que eso significara una agresión, un intento de borrar al otro y convertirlo en papilla. O enterrarlo en una fosa común. O mandarlo a “pelar”, un desobligante término en uso por los que opinan que “plomo es lo que hay y plomo es lo que viene”, tan usual por estos matorrales.

Porque, de ser civilizados, se podrían tener opiniones contrarias, diametralmente opuestas, sin temores a ser desaparecido, o borrado, o, un término en uso en tiempos de redes sociales: bloqueado, que sería lo de menos. No pertenecemos a la cultura racional del disentimiento ni del desacuerdo sensato, sin necesidad de violencias. Tampoco nuestro cordón umbilical ha estado conectado con la razón, con los argumentos, con la exposición de ideas. Somos más de golpes bajos, de disparos, de atentados y apelación (ah, y en las susodichas redes sí que es cierto) a la vulgaridad.

Se dirá, no sin razón, que la “civilización” creó las bombas atómicas, invadió territorios, arrasó pueblos, cometió genocidios, mandó al matadero a millones de jóvenes, creó campos de exterminio, y se siguió ufanando, después de tantas infamias, de estar en la cúspide de la inteligencia y de la conquista de las más altas “filosofías humanistas”. No ha faltado, como si de un detestable cinismo se tratara, el discurso que acompaña a una agresión exterminadora de estar llevando a los agredidos “la libertad y la democracia”.

Disentir, término que implica que hay que hacerlo con argumentos, es toda una afrenta para los que practican, por ejemplo, el seguidismo, las posiciones lacayunas, el dogmatismo, la ceguera “cósmica”, la obediencia servil a un amo, a alguien que podría ser un “mesías”, porque de esa condición lo gradúan sus peones, disentir, digo, podría ser una condena.

Nuestra historia, inundada de polarizaciones “resueltas” a sangre y fuego, nos ha conducido a ser adoradores de la violencia, de los métodos coercitivos, de las represiones y otras sinrazones. Hemos sido el país de los chulavitas, de los “aplanchadores”, del corte de franela, de los “pájaros”, de los macheteadores, de los que sin ningún sonrojo pueden jugar al fútbol con la cabeza de una víctima, de los grandes bandoleros de monte o de palacio gubernamental. El de los “falsos positivos”, el de las desapariciones, el de la falsa solución de conflictos a punta de sangre y fuego.

Así que polarizarnos con tantos antecedentes nefastos, no deja de ser un riesgo, un peligro. Mínimo sucede que si no estás de acuerdo con el “ídolo” de tu contrincante, este te deja de hablar. Y listo. Lo que sería lo menor que puede suceder. Pasa en política o, mejor dicho, en politiquería que es la modalidad que más abunda en estos suelos, también en fútbol y en cualquier cosa que sea debatible u opinable.

Por estos meses apareció un resultado, si se quiere preocupante, en el denominado “Barómetro de confianza de Edelman”, que señala que la polarización hoy es tan extrema que es casi imposible discutir. “Los políticos promueven el odio y la intolerancia y es difícil superar diferencias”. Y Argentina y Colombia encabezan, según el indicador, la tabla de países intolerantes.

Para este “vicecampeonato” ya tenemos callo, y se manifiesta esta aberración desde hace años. Ha sido casi una tradición, digamos que desde los albores de la república, resolver las contradicciones de manera agresiva. Y ahora que estamos en la conmemoración y celebración del centenario de publicación de La vorágine, de José Eustasio Rivera, no está por demás recordar ese inicio contundente (un comienzo que se saben de memoria casi todos los colombianos) en el que Arturo Cova dice que jugó su corazón al azar y se lo ganó la Violencia.

De tal sazón que es como una inveterada costumbre en el país la confrontación violenta para solventar cualquier diferencia. Y al desaparecer la crítica, la dialéctica del raciocinio, el cultivo de la argumentación, entonces aparecen las descalificaciones, cuando no los disparos y las macheteadas. En efecto, son más los políticos, dígase politiqueros, que cultivan el odio y otros fanatismos entre sus adeptos para ponerlos, como mínimo, a “trinar” barbaridades en redes.

No es posible decir polaricémonos sin hacernos daño. Hay que estar alerta para evitar la puñalada, que no siempre es verbal. Cada vez nos parecemos más a lumpenescos “hinchas” de fútbol que se desgarran a cuchillo en las tribunas.

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usucapion1000(15667)02 de octubre de 2024 - 01:07 a. m.
Desafortunadamente una verdad de peregrullo.
Alberto(3788)01 de octubre de 2024 - 11:48 p. m.
Magnífica, muy acertada.
Flor(3922)01 de octubre de 2024 - 09:22 p. m.
Excelente columna. Gracias señor Spitaletta. Es urgente una materia de Cultura Política en todos los niveles de formación académica para lograr expresar y discutir nuestras diferencias sin herirnos ni matarnos.
Alonso(57439)01 de octubre de 2024 - 08:00 p. m.
Álvaro Uribe V. Juan M. Santos C. Los principales culpables de muchas divisiones familiares. La nueva y horrible polarización empezó el siete de agosto de 2010 . El señor Uribe creyó que seguía siendo el presidente, ahí llegó la "guerrita" de éste par de joyitas, la cual le hizo un gran daño a nuestro país
Celyceron(11609)01 de octubre de 2024 - 07:53 p. m.
Plop!
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