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                                                                                                                                  Los altos riesgos de la polarización

                                                                                                                                  Polarizarse no sería tan grave, ni representaría riesgos hasta de perder amigos y conocidos, cuando no secuelas más catastróficas, si fuéramos, en el caso colombiano, una civilización, en el sentido del respeto mutuo, el ejercicio categórico de la libertad de pensamiento y de otras libertades conquistadas tras juiciosos debates y confrontaciones ideológicas de altura. Y aunque el término civilización es problemático, como que “grandes civilizaciones” han echado por la borda la racionalidad y ejercido el “salvajismo” desaforado, la crueldad, la sevicia, las expoliaciones y la explotación, hay, en gracia de discusión, que asumirlo como un logro de la razón frente a la brutalidad.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Se dirá, no sin razón, que la “civilización” creó las bombas atómicas, invadió territorios, arrasó pueblos, cometió genocidios, mandó al matadero a millones de jóvenes, creó campos de exterminio, y se siguió ufanando, después de tantas infamias, de estar en la cúspide de la inteligencia y de la conquista de las más altas “filosofías humanistas”. No ha faltado, como si de un detestable cinismo se tratara, el discurso que acompaña a una agresión exterminadora de estar llevando a los agredidos “la libertad y la democracia”.

                                                                                                                                  Disentir, término que implica que hay que hacerlo con argumentos, es toda una afrenta para los que practican, por ejemplo, el seguidismo, las posiciones lacayunas, el dogmatismo, la ceguera “cósmica”, la obediencia servil a un amo, a alguien que podría ser un “mesías”, porque de esa condición lo gradúan sus peones, disentir, digo, podría ser una condena.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Por estos meses apareció un resultado, si se quiere preocupante, en el denominado “Barómetro de confianza de Edelman”, que señala que la polarización hoy es tan extrema que es casi imposible discutir. “Los políticos promueven el odio y la intolerancia y es difícil superar diferencias”. Y Argentina y Colombia encabezan, según el indicador, la tabla de países intolerantes.

                                                                                                                                  Para este “vicecampeonato” ya tenemos callo, y se manifiesta esta aberración desde hace años. Ha sido casi una tradición, digamos que desde los albores de la república, resolver las contradicciones de manera agresiva. Y ahora que estamos en la conmemoración y celebración del centenario de publicación de La vorágine, de José Eustasio Rivera, no está por demás recordar ese inicio contundente (un comienzo que se saben de memoria casi todos los colombianos) en el que Arturo Cova dice que jugó su corazón al azar y se lo ganó la Violencia.

                                                                                                                                  De tal sazón que es como una inveterada costumbre en el país la confrontación violenta para solventar cualquier diferencia. Y al desaparecer la crítica, la dialéctica del raciocinio, el cultivo de la argumentación, entonces aparecen las descalificaciones, cuando no los disparos y las macheteadas. En efecto, son más los políticos, dígase politiqueros, que cultivan el odio y otros fanatismos entre sus adeptos para ponerlos, como mínimo, a “trinar” barbaridades en redes.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  No es posible decir polaricémonos sin hacernos daño. Hay que estar alerta para evitar la puñalada, que no siempre es verbal. Cada vez nos parecemos más a lumpenescos “hinchas” de fútbol que se desgarran a cuchillo en las tribunas.

                                                                                                                                  Polarizarse no sería tan grave, ni representaría riesgos hasta de perder amigos y conocidos, cuando no secuelas más catastróficas, si fuéramos, en el caso colombiano, una civilización, en el sentido del respeto mutuo, el ejercicio categórico de la libertad de pensamiento y de otras libertades conquistadas tras juiciosos debates y confrontaciones ideológicas de altura. Y aunque el término civilización es problemático, como que “grandes civilizaciones” han echado por la borda la racionalidad y ejercido el “salvajismo” desaforado, la crueldad, la sevicia, las expoliaciones y la explotación, hay, en gracia de discusión, que asumirlo como un logro de la razón frente a la brutalidad.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD
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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Se dirá, no sin razón, que la “civilización” creó las bombas atómicas, invadió territorios, arrasó pueblos, cometió genocidios, mandó al matadero a millones de jóvenes, creó campos de exterminio, y se siguió ufanando, después de tantas infamias, de estar en la cúspide de la inteligencia y de la conquista de las más altas “filosofías humanistas”. No ha faltado, como si de un detestable cinismo se tratara, el discurso que acompaña a una agresión exterminadora de estar llevando a los agredidos “la libertad y la democracia”.

                                                                                                                                  Disentir, término que implica que hay que hacerlo con argumentos, es toda una afrenta para los que practican, por ejemplo, el seguidismo, las posiciones lacayunas, el dogmatismo, la ceguera “cósmica”, la obediencia servil a un amo, a alguien que podría ser un “mesías”, porque de esa condición lo gradúan sus peones, disentir, digo, podría ser una condena.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Por estos meses apareció un resultado, si se quiere preocupante, en el denominado “Barómetro de confianza de Edelman”, que señala que la polarización hoy es tan extrema que es casi imposible discutir. “Los políticos promueven el odio y la intolerancia y es difícil superar diferencias”. Y Argentina y Colombia encabezan, según el indicador, la tabla de países intolerantes.

                                                                                                                                  Para este “vicecampeonato” ya tenemos callo, y se manifiesta esta aberración desde hace años. Ha sido casi una tradición, digamos que desde los albores de la república, resolver las contradicciones de manera agresiva. Y ahora que estamos en la conmemoración y celebración del centenario de publicación de La vorágine, de José Eustasio Rivera, no está por demás recordar ese inicio contundente (un comienzo que se saben de memoria casi todos los colombianos) en el que Arturo Cova dice que jugó su corazón al azar y se lo ganó la Violencia.

                                                                                                                                  De tal sazón que es como una inveterada costumbre en el país la confrontación violenta para solventar cualquier diferencia. Y al desaparecer la crítica, la dialéctica del raciocinio, el cultivo de la argumentación, entonces aparecen las descalificaciones, cuando no los disparos y las macheteadas. En efecto, son más los políticos, dígase politiqueros, que cultivan el odio y otros fanatismos entre sus adeptos para ponerlos, como mínimo, a “trinar” barbaridades en redes.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  No es posible decir polaricémonos sin hacernos daño. Hay que estar alerta para evitar la puñalada, que no siempre es verbal. Cada vez nos parecemos más a lumpenescos “hinchas” de fútbol que se desgarran a cuchillo en las tribunas.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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