Más que como un “zapato”, Carrasquilla el malo (porque, por ejemplo, don Tomás era de otra estirpe y buena gente) quedó como una chancleta de esas que usa el jefe del mal gobierno colombiano. Minhacienda, el mismo que desdibujó los huevos, que ofendió a las gallinas, y, de paso, manifestó una suerte de burla a la desdichada “proletariedad”, a las clases medias (¿qué será eso, en estos tiempos?), puede ser hoy el burócrata más repudiado por todas las capas de la población.
Una lluvia de huevos contra el mencionado funcionario podría reivindicar a huevos y gallinas, que han sido menospreciados. El cuento es que la docena no se consigue en ninguna parte —o tal vez sí, en algún galpón ministerial— a 1.800 pesitos. Y como en la vida real son más costosos y con la reforma descarada, la misma que exige la OCDE, los huevos, así como la carne, la yuca, la papa, los lácteos, mejor dicho, la empobrecida canasta familiar ascenderá a los cielos, o, al contrario, descenderá a los infiernos.
Sobre gallinas y huevos hay varios cuentos. Por ejemplo, uno de Horacio Quiroga, La gallina degollada, sobre una tragedia familiar, en la que cuatro idiotas “despelucan” a su hermanita hasta despescuezarla. Es terrible y doloroso. Y por su calidad, ya es un clásico de la narrativa corta de América Latina. Clarice Lispector tiene uno, de acento filosófico, titulado El huevo y la gallina. “El huevo ya no existe. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho ya no existe”, dice.
Y, bueno, huevos a 1.800 la docena por estos lares, ni riesgos. Quizá en la finquita del ministro, que allá debe tenerlos en promoción ante la “güevonada” que dijo. Pero me he desviado, como ciertas gallinas que, muertas de la ira, quisieran picotear los huevos ministeriales. O, mínimo, ponerlos en exhibición en algún gancho.
Dice en el cuento de la brasileña, que además de gran narradora era una dama muy atractiva: “El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama al huevo. No sabe que existe el huevo”. Y aquí, en este punto, es posible que tampoco el minhacienda, que es como otra peste que azota al país, tampoco sepa que “existe el huevo”. O quizá sus huevos sean ideales o hagan parte de un relato de realismo mágico.
Decía que, incluso con el precio de fantasía que Carrasquilla el malo les puso a los doce huevitos, resultaría una especie de sacrificio comprarlos para hacer un revoltillo en la cabeza del minhacienda. Eran otros tiempos y otros precios cuando una multitud de rumanos congregada en Nueva York recibió con una lluvia de huevazos al dictadorzuelo Nicolae Ceausescu, alias Drácula, y su señora Elena, en 1978. Pudo ser una de las protestas ovales más cacareadas del siglo pasado.
Otro huevazo sonoro, ya por estas tierras de gobiernos perversos y antipopulares, lo recibió el entonces asesor presidencial de Uribe, José Obdulio Gaviria, en Manizales. Le estallaron uno en la “bezaca” debido a que el blanco del proyectil gallináceo “es un personaje que está en contra de los pobres, las marchas y los indígenas”. Decían las buenas lenguas que faltó arrojarle unos tomates para que hubiera una aproximación a un “revoltillo”.
Al mismísimo Uribe una vez una muchachita, de alto valor civil, le entregó durante un foro un huevo: “señor Presidente, usted tiene huevo, la democracia colombiana tiene huevo”, le dijo con firmeza la estudiante al impulsador de la yidispolítica, en tiempos en que ya los llamados “falsos positivos” o crímenes de estado eran un azote nacional y una funesta consecuencia de la “seguridad democrática”.
En todo caso, la reforma tributaria propuesta por un gobierno vampiresco, que chupa la escasa sangre que les queda a los exprimidos y oprimidos, quiere arrasar el flaco bolsillo de los desamparados. IVA para el chocolate y el café, para los servicios públicos, los servicios funerarios, para los productos de la tierra, ¡ah, claro! y para los huevos, en un país donde mucha gente ya ni siquiera puede tener los “tres golpes”; solo una o dos comidas al día.
“Lo peor no es que Carrasquilla no sepa cuánto vale un huevo. Lo que sí sabe es que le va aumentar el precio a los huevos, a la carne, a todos los alimentos… Lo peor es que con la reforma tributaria va a encarecer la única proteína animal del almuerzo de tantos colombianos: un plato de arroz con un huevo frito encima y una aguadepanela aguada”, dijo el senador Jorge Robledo.
La tributaria es una reforma regresiva que hará rodar por los abismos de la miseria a casi todos los colombianos. Queda un consuelo, quizás inútil: que al minhacienda le den pesadillas con gallinas desaforadas que lo alzan en vilo y lo cuelgan de los huevos.
Más que como un “zapato”, Carrasquilla el malo (porque, por ejemplo, don Tomás era de otra estirpe y buena gente) quedó como una chancleta de esas que usa el jefe del mal gobierno colombiano. Minhacienda, el mismo que desdibujó los huevos, que ofendió a las gallinas, y, de paso, manifestó una suerte de burla a la desdichada “proletariedad”, a las clases medias (¿qué será eso, en estos tiempos?), puede ser hoy el burócrata más repudiado por todas las capas de la población.
Una lluvia de huevos contra el mencionado funcionario podría reivindicar a huevos y gallinas, que han sido menospreciados. El cuento es que la docena no se consigue en ninguna parte —o tal vez sí, en algún galpón ministerial— a 1.800 pesitos. Y como en la vida real son más costosos y con la reforma descarada, la misma que exige la OCDE, los huevos, así como la carne, la yuca, la papa, los lácteos, mejor dicho, la empobrecida canasta familiar ascenderá a los cielos, o, al contrario, descenderá a los infiernos.
Sobre gallinas y huevos hay varios cuentos. Por ejemplo, uno de Horacio Quiroga, La gallina degollada, sobre una tragedia familiar, en la que cuatro idiotas “despelucan” a su hermanita hasta despescuezarla. Es terrible y doloroso. Y por su calidad, ya es un clásico de la narrativa corta de América Latina. Clarice Lispector tiene uno, de acento filosófico, titulado El huevo y la gallina. “El huevo ya no existe. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho ya no existe”, dice.
Y, bueno, huevos a 1.800 la docena por estos lares, ni riesgos. Quizá en la finquita del ministro, que allá debe tenerlos en promoción ante la “güevonada” que dijo. Pero me he desviado, como ciertas gallinas que, muertas de la ira, quisieran picotear los huevos ministeriales. O, mínimo, ponerlos en exhibición en algún gancho.
Dice en el cuento de la brasileña, que además de gran narradora era una dama muy atractiva: “El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama al huevo. No sabe que existe el huevo”. Y aquí, en este punto, es posible que tampoco el minhacienda, que es como otra peste que azota al país, tampoco sepa que “existe el huevo”. O quizá sus huevos sean ideales o hagan parte de un relato de realismo mágico.
Decía que, incluso con el precio de fantasía que Carrasquilla el malo les puso a los doce huevitos, resultaría una especie de sacrificio comprarlos para hacer un revoltillo en la cabeza del minhacienda. Eran otros tiempos y otros precios cuando una multitud de rumanos congregada en Nueva York recibió con una lluvia de huevazos al dictadorzuelo Nicolae Ceausescu, alias Drácula, y su señora Elena, en 1978. Pudo ser una de las protestas ovales más cacareadas del siglo pasado.
Otro huevazo sonoro, ya por estas tierras de gobiernos perversos y antipopulares, lo recibió el entonces asesor presidencial de Uribe, José Obdulio Gaviria, en Manizales. Le estallaron uno en la “bezaca” debido a que el blanco del proyectil gallináceo “es un personaje que está en contra de los pobres, las marchas y los indígenas”. Decían las buenas lenguas que faltó arrojarle unos tomates para que hubiera una aproximación a un “revoltillo”.
Al mismísimo Uribe una vez una muchachita, de alto valor civil, le entregó durante un foro un huevo: “señor Presidente, usted tiene huevo, la democracia colombiana tiene huevo”, le dijo con firmeza la estudiante al impulsador de la yidispolítica, en tiempos en que ya los llamados “falsos positivos” o crímenes de estado eran un azote nacional y una funesta consecuencia de la “seguridad democrática”.
En todo caso, la reforma tributaria propuesta por un gobierno vampiresco, que chupa la escasa sangre que les queda a los exprimidos y oprimidos, quiere arrasar el flaco bolsillo de los desamparados. IVA para el chocolate y el café, para los servicios públicos, los servicios funerarios, para los productos de la tierra, ¡ah, claro! y para los huevos, en un país donde mucha gente ya ni siquiera puede tener los “tres golpes”; solo una o dos comidas al día.
“Lo peor no es que Carrasquilla no sepa cuánto vale un huevo. Lo que sí sabe es que le va aumentar el precio a los huevos, a la carne, a todos los alimentos… Lo peor es que con la reforma tributaria va a encarecer la única proteína animal del almuerzo de tantos colombianos: un plato de arroz con un huevo frito encima y una aguadepanela aguada”, dijo el senador Jorge Robledo.
La tributaria es una reforma regresiva que hará rodar por los abismos de la miseria a casi todos los colombianos. Queda un consuelo, quizás inútil: que al minhacienda le den pesadillas con gallinas desaforadas que lo alzan en vilo y lo cuelgan de los huevos.