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El fundador del periodismo en Colombia, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria, servidor del virrey Ezpeleta, no tuvo ningunos arranques independentistas, se salvó del fusilamiento de Pablo Morillo por tener en su cuarto un retrato de Fernando VII, fue un inofensivo sujeto que fundó varios periódicos y creó una tertulia de rebuscado nombre, la Eutropélica, para hablar algo de literatura, de política inofensiva y tomar chocolate santafereño.
Don Manuel, dibujante, ebanista y calígrafo (de niño fue acólito), nacido en Bayamo, llegó a Santafé de Bogotá nombrado por su protector Ezpeleta como director de la Biblioteca Real. No gozó de méritos literarios (y tal vez, ni periodísticos) ni en su poesía ni en su prosa. O al menos, no le fue bien en la calificación que de él hizo Francisco Caro (bisabuelo de Miguel Antonio Caro), versificador y escritor costumbrista. Se cuenta que a sus enemigos, o al menos a quienes no le caían bien, los vapuleaba con diatribas en verso, como se aprecia en alguna décima con la que empaló a don Manuel.
Lo calificó de “estrafalario”, de “perrazo con piel de zorro”, de aprendiz de boticario (se cuenta que Manuel del Socorro sí tenía un mérito: su juicio para la conservación y adquisición de obras y manuscritos sobre la viruela, el coto y otras enfermedades tropicales), y lo remató así: “¿Quién te ha metido a poeta?: / no reflexionas, mohíno, / que no ha habido escritor fino / que tenga un palmo de jeta?”. El 9 de febrero de 1791, el cubano fundó El papel periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, primera publicación periódica que hubo en el virreinato de la Nueva Granada y que tuvo 265 entregas.
Tal vez a lo que aspiraba el bayamés era a ser poeta y escritor, pero no le alcanzó el magín para esas lides. No se conocen elogios o críticas favorables a su quehacer en literatura y periodismo. Don José María Vergara y Vergara, el primero que hizo una historia literaria de Colombia, decía del cubano que “no tenía genio, ni inspiración sino laboriosidad, con su mediano ingenio y su alma apacible”. Uno de sus biógrafos, Antonio Cacua Prada, advierte que Manuel del Socorro fue “un agradecido súbdito español”.
Creador de varios periódicos, a don Manuel lo consideraban en la parroquial Santafé de Bogotá un buen tipo que no representaba ningún riesgo para la situación de postración de la Nueva Granada frente a la metrópoli, ni siquiera después de 1810, cuando se presentó el “grito” de Independencia. Los patriotas lo pusieron a redactar La Constitución Feliz, y el hombre siguió viendo en el rey Fernando VII a su monarca. El mismo que, en una pintura, lo libró de Morillo y su sangrienta Reconquista.
El llamado padre del periodismo en Colombia fue un contertulio más de aquellos días de amables conversas de literatura, y seguro también de política, pero de la que le interesaba a España. No eran propiamente clubes revolucionarios, sino más bien corrillos de gentes aburguesadas que hablaban del “buen gusto”, como fue el nombre de una célebre tertulia, la de doña Manuela Sanz de Santamaría, que aprovechaban que la Santa Sede había levantado la excomunión sobre quienes tomaran chocolate, bebida muy excitante y de la cual, en ciertas comunidades de monjas, debían hacer promesa explícita de no consumirlo, porque era un despertador de sensaciones pecaminosas y calenturientas.
A diferencia de aquellas tertulias, como la Eutropélica, el llamado precursor de la independencia, Antonio Nariño, comerciante rico y un “señorito” estudioso, creó lo que, en rigor, era una logia masónica disfrazada de Círculo Literario, llamado El Arcano Sublime de la Filantropía. Hay que recordar que este caballero, traductor de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que estuvo encanado y en el exilio, podría ser más bien el auténtico forjador del periodismo, aquel que heredó de los ilustrados las libertades y las conspiraciones contra absolutismos y poderes omnímodos.
Nariño y sus congéneres frac masones podrían ser, entonces, los pioneros de una nueva corriente expresada en letras y otros discursos, con criterios emancipadores, subversivos y no de entibadores de un régimen colonialista obsoleto. Alguna vez, como lo recuerda el periodista Carlos Bueno en su artículo “Manuel del Socorro Rodríguez: inane, inocuo, prescindible”, Javier Darío Restrepo sostuvo que prefería al santafereño Nariño y no al cubano Rodríguez, como representante y ejemplo de un periodismo libre e independiente.
El periodismo ilustrado, que nació y creció dándole voz a los oprimidos, a los que carecían de voz, tuvo en Nariño, y no en don Manuel del Socorro, las consignas de la libertad y de la lucha contra la opresión colonial, en este caso de España. El 9 de febrero, declarado como Día del Periodista en Colombia, tiene ese desajuste histórico de rendir homenaje a un ser que pasó su existencia adorando virreyes y a reyecitos borbones.
Don Manuel, el perrazo con piel de zorro, pluma servil, murió en 1819, sin luchar por ninguna utopía ni por ningún nuevo mundo.