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¿Qué hay de común entre los estudiantes muertos en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 y los estudiantes incinerados en el estado de Guerrero en 2014? Tal vez la sangre.
Y la barbarie de los asesinos. Y una parte de la cruel historia mexicana. Los hijos de la Chingada, los de la revolución, los que se enmascaran con el silencio, los cristeros, los adoradores de los muertos, los que todavía gritan con Rulfo “¡diles que no me maten!”, viven, hoy, en estado de sitio por las bandas del narcotráfico y por las políticas de un gobierno antipopular (no solo el de ahora) que ha entregado la soberanía a las transnacionales.
En la cultura mexicana, la muerte no asusta a la gente, porque “la vida nos ha curado de espantos”, como recuerda Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor”, agregaba el ensayista, poeta y nobel de literatura mexicano.
En la horripilante noche de Tlatelolco, antes de las Olimpiadas, decenas de estudiantes fueron acribillados por las fuerzas represivas del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Y como suele pasar en este tipo de sucesos sangrientos, el Estado ocultó la cifra de muertos, pero periodistas como Elena Poniatowska y John Rodda, revelaron cuántos fueron los asesinados por el régimen (más de 300).
Y precisamente, la autora de Hasta no verte, Jesús mío, fue una de las promotoras de una vasta demostración de estudiantes y otros sectores de la población, cuando iba un mes de la desaparición de 43 alumnos de una escuela normal. Los normalistas fueron asesinados por la policía y grupos de narcotraficantes y paramilitares en el estado de Guerrero.
La periodista, de 82 años, les habló en el Zócalo a más de doscientas mil personas, en un discurso histórico que enardeció los ánimos populares y la petición de no dejar impune este crimen de lesa humanidad. “La Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero, es muy pobre pero es el único lugar donde los que nada tienen pueden recibir una educación superior gratuita. Es la única opción de los campesinos que han escogido ser maestros rurales”, dijo la ganadora del Premio Cervantes.
Ante la multitud, la reportera advirtió que era el tiempo para que los pobres de México se expresaran por encima de los partidos y reclamaran sus derechos. “Ya es hora de que seamos consultados. Ser consultado es un derecho político que demandamos desde hace mucho tiempo los habitantes de los 32 estados de la república”, dijo.
México, un país donde el modelo neoliberal ha producido pobres a granel, tiene a veinte de los tipos más ricos del mundo y, a su vez, un abundante caudal de desamparados. El tratado de libre comercio con Estados Unidos ha ocasionado más miserias. Y los carteles del narcotráfico lo han sumido en una orgía de violencia y otras desolaciones, con miles de muertos y desaparecidos. Y como en una ranchera, en ese país “la vida no vale nada”.
Desde hace rato, en México se estableció la guerra sucia y el terror contra campesinos, indígenas, estudiantes, obreros y desterrados. Y los muertos y perseguidos no son noticia para los medios de comunicación privados, al servicio del establecimiento. Su información (?) cae en la cursilería y lo light, como mostrar a la primera dama y decir que puede ser una especie de Carla Bruni (la del trasero que obnubiló a varios políticos mexicanos cuando Sarkozy y su esposa visitaron el país), y otras tonterías.
A los hijos de la revolución, a los hijos de la Malinche, hoy los cubre la sangre, la que derraman los esbirros del gobierno y las mafias de narcotraficantes. México está destrozado. “Estamos ante una catástrofe nacional… México se desangra…”, dijo Poniatowska. “¿Hasta dónde ha llegado el terror implantado por el gobierno en el seno de la sociedad?”, se preguntó con dolor otra mujer, en medio del estupor por la muerte de los 43 normalistas.
El periodista París Martínez levantó perfiles de los estudiantes normalistas, antes de que se supiera que los habían asesinado. Uno de muestra: “A Abelardo Vásquez Peniten, originario de Atliaca, Guerrero, le gusta el futbol. En un partido hace poco metió muchos goles… Nunca echa desmadre, se da a respetar porque nunca le falta al respeto a nadie ni anda criticando. Además del futbol le encanta estudiar porque agarra un libro y agarra otro y otro, y otro.”
Y vuelve la pregunta: ¿Qué hay de común entre los estudiantes asesinados en Tlatelolco y los normalistas asesinados en Guerrero?