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                                                                                                                                  Molière y la risa absolutista

                                                                                                                                  Solo queda la locura del arte contra el rey, contra el poder, contra los hipócritas y camanduleros que rezan al tiempo que depositan su hacha en el cuello de alguien que pronto se convertirá en descabezado. Solo nos queda, a los que padecemos las opresiones del señor feudal, del príncipe, del presidente, de cualquier dictadorzuelo, la risa como consuelo y como cerbatana para lanzar dardos que, ya sabemos, aunque estén envenenados no darán al traste con el establecimiento, pero sí le provocarán picazón y otras molestias.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  No faltarán en estas conmemoraciones los que recuerden que Molière, con toda su risotada, era un melancólico, además (como lo advirtió Harold Bloom en su mosaico de cien mentes creativas y ejemplares) de un cornudo eminente, que dependía “completamente de la protección de Luis XIV, el Rey Sol, cuyo criterio literario afortunadamente era sobresaliente”. Y su temor de estar siempre mostrando los “cachos” lo hizo notar en varias de sus comedias y farsas, entre ellas La escuela de las mujeres, una de sus más célebres obras.

                                                                                                                                  Estas efemérides, más que todo de alguien que supo de los poderes de la risa, nos acercan al hombre y al artista. Debió tener genio este señor barroco que estudió con jesuitas, se hizo abogado y fue acusado en su tiempo de incestuoso, para crear cerca de trescientos cincuenta personajes. De su vida, pasión y obra se han ocupado tantas gentes, tantos expertos e investigadores, como, por ejemplo, Julio Gómez de la Serna, traductor y autor de un estupendo estudio preliminar a las Obras completas de Molière, editadas por Aguilar.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Molière, de cuya vida y obra se han encargado gentes como Voltaire, Boileau, J.B. Rousseau, y hasta algunos con intenciones malignas, como sucedió a principios del siglo XX con el poeta Pierre Louÿs (declaró con protervas ganas de desprestigiar a su paisano, que Molière no era el autor de sus obras, sino el gran trágico Corneille, etc.), digo que Molière bebió de la poesía popular medieval, supo de la historia de la risa en los carnavales y otras fiestas, y en una parte de su vida se erigió como un bululú o un juglar.

                                                                                                                                  Junto con el músico de origen italiano Jean-Baptiste Lully (creador de la ópera francesa y cortesano de Luis XIV), y el coreógrafo Pierre Beauchamp, Molière es autor de ballets cómicos, como El burgués gentilhombre y El amor médico, entre otros. Es partícipe de una revolución en la danza y el teatro. Así como satirizó a otros estamentos sociales, a los médicos también les dedicó su buena tanda. Tuberculoso, además de hipocondríaco, Molière representó en la última función de su vida a El Enfermo imaginario (comedia en tres actos, de 1673). “Casi todos los hombres mueren por las medicinas recibidas y no por las enfermedades”, dice Argán, protagonista de esta comedia. La leyenda afirma que Molière murió en el escenario.

                                                                                                                                  Solo queda la locura del arte contra el rey, contra el poder, contra los hipócritas y camanduleros que rezan al tiempo que depositan su hacha en el cuello de alguien que pronto se convertirá en descabezado. Solo nos queda, a los que padecemos las opresiones del señor feudal, del príncipe, del presidente, de cualquier dictadorzuelo, la risa como consuelo y como cerbatana para lanzar dardos que, ya sabemos, aunque estén envenenados no darán al traste con el establecimiento, pero sí le provocarán picazón y otras molestias.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  No faltarán en estas conmemoraciones los que recuerden que Molière, con toda su risotada, era un melancólico, además (como lo advirtió Harold Bloom en su mosaico de cien mentes creativas y ejemplares) de un cornudo eminente, que dependía “completamente de la protección de Luis XIV, el Rey Sol, cuyo criterio literario afortunadamente era sobresaliente”. Y su temor de estar siempre mostrando los “cachos” lo hizo notar en varias de sus comedias y farsas, entre ellas La escuela de las mujeres, una de sus más célebres obras.

                                                                                                                                  Estas efemérides, más que todo de alguien que supo de los poderes de la risa, nos acercan al hombre y al artista. Debió tener genio este señor barroco que estudió con jesuitas, se hizo abogado y fue acusado en su tiempo de incestuoso, para crear cerca de trescientos cincuenta personajes. De su vida, pasión y obra se han ocupado tantas gentes, tantos expertos e investigadores, como, por ejemplo, Julio Gómez de la Serna, traductor y autor de un estupendo estudio preliminar a las Obras completas de Molière, editadas por Aguilar.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Molière, de cuya vida y obra se han encargado gentes como Voltaire, Boileau, J.B. Rousseau, y hasta algunos con intenciones malignas, como sucedió a principios del siglo XX con el poeta Pierre Louÿs (declaró con protervas ganas de desprestigiar a su paisano, que Molière no era el autor de sus obras, sino el gran trágico Corneille, etc.), digo que Molière bebió de la poesía popular medieval, supo de la historia de la risa en los carnavales y otras fiestas, y en una parte de su vida se erigió como un bululú o un juglar.

                                                                                                                                  Junto con el músico de origen italiano Jean-Baptiste Lully (creador de la ópera francesa y cortesano de Luis XIV), y el coreógrafo Pierre Beauchamp, Molière es autor de ballets cómicos, como El burgués gentilhombre y El amor médico, entre otros. Es partícipe de una revolución en la danza y el teatro. Así como satirizó a otros estamentos sociales, a los médicos también les dedicó su buena tanda. Tuberculoso, además de hipocondríaco, Molière representó en la última función de su vida a El Enfermo imaginario (comedia en tres actos, de 1673). “Casi todos los hombres mueren por las medicinas recibidas y no por las enfermedades”, dice Argán, protagonista de esta comedia. La leyenda afirma que Molière murió en el escenario.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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