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                                                                                                                                País del miedo

                                                                                                                                El miedo ha sido una emoción recurrida por el poder para continuar mandando. Con la propaganda y otros aspavientos, se anuncia por ejemplo que hay que tener cuidado con el comunista, con el rojo, con el que discrepa, con el ateo, con el vago, con el peludo y el barbado. Se estigmatiza. Ha sucedido en diversos procesos de aquí y allá, digamos en el lavado de cerebro que Woodrow Wilson hizo al pueblo estadounidense con el miedo a los alemanes para forzar la declaratoria de guerra. O en las invenciones uribistas sobre una mazamorra vinagre denominada “castrochavismo”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y así como la Inquisición impuso sus miedos a las brujas (mujeres sabias), a los experimentadores, a quienes se sacudieron de las supersticiones, a la ciencia, además de las llamas “purificadoras” para expurgar pecados y encaminar a los transgresores al paraíso (pasando, claro, primero por el purgatorio), hubo otros poderes —menos celestiales— que aprovecharon el matrimonio religión y política. Cabalgaron sobre la ignorancia de las muchedumbres y consolidaron su dominio.

                                                                                                                                Colombia ha sido tierra propicia para la expansión del miedo como un mecanismo controlador. Y así como en algún momento era propicio esparcir por montes y cañadas la aparición del jinete sin cabeza y otros endriagos, sobre todo para poder aumentar propiedades y correr alambradas y mojones, también lo sigue siendo el miedo ya no tan metafísico, sino muy material. El que usa las motosierras, el degollamiento, el jugar fútbol con las cabezas de las víctimas y un vasto repertorio de inagotables atrocidades.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Hay otros miedos, aprovechables desde la perspectiva del poder. Y son los de la pandemia. Más que un interés por la salud pública, por la preservación de la gente, en un país como Colombia, que precisamente no ha privilegiado ni la educación, ni la cultura, ni el bienestar colectivo, son muy visibles los despropósitos oficiales y hasta la burla que se hace de los desprotegidos. Se les amenaza con más impuestos, sin mediar la mejora de las condiciones de vida. Al contrario, cada vez son más los factores de empobrecimiento masivo.

                                                                                                                                La propalación de los miedos (sí, propiciar el miedo al contestatario, al que no traga entero, al que enarbola las banderas de la libertad y la dignidad) es un antiguo engranaje que el poder engrasa y que trasciende el panóptico. No solo vigila y castiga. También puede borrar al contrincante. El ejercicio del poder en Colombia, que se ha lumpenizado, se parece más a una bárbara “casa de pique” que a una expresión de la democracia.

                                                                                                                                Se sabe que ha habido esclavos que aman sus grillos y cadenas. El poder busca con todas sus tropelías y patrañas que el doblegado llegue a degustar con fruición el miedo a la libertad.

                                                                                                                                El miedo ha sido una emoción recurrida por el poder para continuar mandando. Con la propaganda y otros aspavientos, se anuncia por ejemplo que hay que tener cuidado con el comunista, con el rojo, con el que discrepa, con el ateo, con el vago, con el peludo y el barbado. Se estigmatiza. Ha sucedido en diversos procesos de aquí y allá, digamos en el lavado de cerebro que Woodrow Wilson hizo al pueblo estadounidense con el miedo a los alemanes para forzar la declaratoria de guerra. O en las invenciones uribistas sobre una mazamorra vinagre denominada “castrochavismo”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Y así como la Inquisición impuso sus miedos a las brujas (mujeres sabias), a los experimentadores, a quienes se sacudieron de las supersticiones, a la ciencia, además de las llamas “purificadoras” para expurgar pecados y encaminar a los transgresores al paraíso (pasando, claro, primero por el purgatorio), hubo otros poderes —menos celestiales— que aprovecharon el matrimonio religión y política. Cabalgaron sobre la ignorancia de las muchedumbres y consolidaron su dominio.

                                                                                                                                Colombia ha sido tierra propicia para la expansión del miedo como un mecanismo controlador. Y así como en algún momento era propicio esparcir por montes y cañadas la aparición del jinete sin cabeza y otros endriagos, sobre todo para poder aumentar propiedades y correr alambradas y mojones, también lo sigue siendo el miedo ya no tan metafísico, sino muy material. El que usa las motosierras, el degollamiento, el jugar fútbol con las cabezas de las víctimas y un vasto repertorio de inagotables atrocidades.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Hay otros miedos, aprovechables desde la perspectiva del poder. Y son los de la pandemia. Más que un interés por la salud pública, por la preservación de la gente, en un país como Colombia, que precisamente no ha privilegiado ni la educación, ni la cultura, ni el bienestar colectivo, son muy visibles los despropósitos oficiales y hasta la burla que se hace de los desprotegidos. Se les amenaza con más impuestos, sin mediar la mejora de las condiciones de vida. Al contrario, cada vez son más los factores de empobrecimiento masivo.

                                                                                                                                La propalación de los miedos (sí, propiciar el miedo al contestatario, al que no traga entero, al que enarbola las banderas de la libertad y la dignidad) es un antiguo engranaje que el poder engrasa y que trasciende el panóptico. No solo vigila y castiga. También puede borrar al contrincante. El ejercicio del poder en Colombia, que se ha lumpenizado, se parece más a una bárbara “casa de pique” que a una expresión de la democracia.

                                                                                                                                Se sabe que ha habido esclavos que aman sus grillos y cadenas. El poder busca con todas sus tropelías y patrañas que el doblegado llegue a degustar con fruición el miedo a la libertad.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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