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No falta quien se pregunte si, tras 248 años del nacimiento de una nación, en efecto sea Estados Unidos un país de libertades, cuando es el bipartidismo el que ha dominado sus destinos. O si, al contrario, en una doblez que muestra, de un lado, una maquillada cara pseudodemocrática, y del otro, una tenebrosidad para esconder sus peores defectos, ha sido un enorme territorio de élites opresoras.
Allí las terceras opciones no funcionan, porque están atadas a una suerte de “dictadura” bipartidista. No han florecido socialismos, y menos anarquismos, o partidos con otras perspectivas diferentes al sostén del statu quo. Su gran literatura, creo, es la que, en tiempos viejos y nuevos, ha dado cuenta de infamias y otros atropellos contra trabajadores, contra inmigrantes, contra quienes en su ánimo de transformación o de alcanzar reivindicaciones para todos, han sido explotados o, como en el caso de Sacco y Vanzetti, condenados de manera injusta y amañada.
El racismo, las masacres y desterramientos de indígenas, la explotación extrema a trabajadores (y, en particular, en una época de ascensos industriales, a las trabajadoras) han marcado la pauta de una nación que se dice proclive a las libertades cuando, en su ancestralidad y esencia, muestra despóticos afectos por la esclavitud. El país de Mark Twain tuvo etapas de desafueros sin cuento contra los trabajadores, y una muestra histórica fueron las gestas de los Mártires de Chicago, en su enconada contienda por los “tres ochos”.
Digo que han sido, por ejemplo, sus escritores los que más han mostrado el lado oscuro del capitalismo y del imperialismo estadounidense. En una nota rápida como esta se pueden recordar, aparte del “reportero de la historia” John Reed, a Jack London, socialista, de múltiples oficios, que escribió, entre otras obras de tinte revolucionario, El talón de hierro, con advertencias sobre el fascismo estadounidense.
Una de las obras más impresionantes por su denuncia y calidad literaria la escribió, a principios del siglo XX, Upton Sinclair. En La jungla mostró las miserias de los trabajadores mediante uno de ellos, un inmigrante, en las empaquetadoras de carne de Chicago. Obras abundan con las tragedias obreras, de cosecheros, de quienes perdieron la tierra a causa de la voracidad de los bancos y qué tal la tragedia de los trabajadores en los días de la Gran Depresión, de la que, entre otros, dan cuenta Steinbeck y Caldwell.
En un país que en su política exterior ha sido agresor, que ha promovido golpes de estado, puesto títeres, asesinado líderes opositores, invadido pueblos, violado la soberanía de muchas naciones, tanto republicanos como demócratas, pintados a veces como palomas, en otros episodios como halcones, han hecho parte de un tejido de transnacionales, de un capitalismo hirsuto que ha arrasado, con consensos (como el de Washington, por ejemplo) y además con sus controladas agencias de “crédito”, sus patios traseros. Como Colombia, verbi gracia.
El país del macartismo y de las segregaciones ha elegido de nuevo a Donald Trump como presidente. Puede ser que, como en una novela tropical, esa nación, desde la perspectiva del “pueblo”, esté cansada de guerras en el extranjero, y de las inmigraciones y, como señalan algunos analistas, de la “corrección política woke”. Además, con Trump es posible transiciones en la geopolítica, y su mapa tendrá más en cuenta a Rusia y Putin que a la OTAN. Más una mirada rasgada hacia China.
Puede ser que Trump, como Teresa Batista, esté cansado de la guerra y quizá haya otras movidas frente al genocidio que Israel comete contra los palestinos. Todo, según los mercados, las plusvalías, la geopolítica, el rumbo de las transnacionales, el control y sometimiento más a fondo de las neocolonias (como Colombia, por ejemplo). Ha dicho la CNN que “el segundo mandato del presidente electo de EE. UU., Donald Trump, seguramente será disruptivo”.
Y la “disrupción” tiene que ver con el disgusto de involucrarse en más conflictos. Así que puede haber novedades en el caso Ucrania, y habrá una disposición de alianza y acercamientos con Rusia, lo que sin duda causará escalofríos a la Unión Europea. ¿De qué se trata? ¿Quizá de volver, en el imperio por dentro, a que la gringada vuelva a tener una vida menos estresante en su economía, en sus mercados internos?
Tal vez, siguiendo con lo externo, la relación con China, que ya es un gigante despierto, tenga otras connotaciones. Lo que sí está más claro es la conexión de Trump con Putin, como una especie de “romance político”, que va a poner a mear a gotitas a Europa y la OTAN. Con Trump el croquis de intereses gringos es distinto, y habrá que preguntarse si en esas maniobras equilibristas de Washington con Rusia y China, el reverbero subirá de temperatura por otros lados, como Irán, por ejemplo.
Entre tanto, la voz de Langston Hughes, un poeta muerto, sigue resonando: “Soy el blanco pobre de quien se burlan, a quien empujan / soy el negro con las cicatrices de la esclavitud / Soy el indio a quien expulsan de su tierra / …dejad que América sea otra vez América / La tierra que nunca ha sido aún”.