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Donald Trump está haciendo ver a Hitler y al nazismo como una breva en almíbar. En una flagrante violación a los principios de autodeterminación de los pueblos, el derecho a un territorio y a la paz, el presidente estadounidense dijo que su imperio “tomará la Franja de Gaza. Seremos dueños de ella”, y así sin dársele nada, agregó que allí se construirá la Riviera del Medio Oriente. No parece una baladronada, ni una aplicación de la nixoniana “teoría del loco”. Es otra más de las intenciones macabras de realizar, tras el genocidio contra el pueblo palestino, una “limpieza étnica”.
La gente que vive (o sobrevive) en Gaza tendrá que irse, agregó esta reencarnación hitleriana, ante cuya voz, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, dijo que era una “extraordinaria idea”. Es como de no creer, pero así es esta bestia imperialista, que goza con meterse por su inmundo trasero todos los principios del derecho internacional. Además, el magnate-presidente, en una utilitarista posición, dijo que “a toda la gente con la que he hablado le encanta la idea de que Estados Unidos posea este pedazo de tierra”.
Una tierra martirizada desde hace años, por lo menos desde 1948, cuando se inició la Nakba (o catástrofe) del éxodo palestino. Gaza, según la voracidad de Trump, debe convertirse en un “destino turístico”. Hace un año, el yerno del copetón, un tal Jared Kushner, empresario inmobiliario, exasesor de la Casa Blanca, había posado sus ambiciosos ojos en las costas gazatíes que “podrían ser muy valiosas”. Para estos bandidos parece un buen negocio. Lo mismo que para la extrema derecha israelí, encantada con la “limpieza étnica” y el genocidio.
Parece un delirio, pero es real. Tras miles de muertos en Gaza por los bombardeos israelíes, con todo el criminal apoyo estadounidense, los sobrevivientes, según Trump, tendrán que irse a Egipto, Jordania y otros países. En todo caso, de acuerdo con esa pervertida óptica, hay que “limpiar el lugar” y ponerlo a producir al servicio de transnacionales y de los ricos del mundo.
Pero los sobrevivientes, con su dignidad y resistencia, están dispuestos a permanecer en su horadado suelo. “Han utilizado el hambre, los bombardeos, un genocidio para expulsarnos de nuestra tierra y, aun así, no nos hemos ido y nunca lo haremos”, dice Mahmoud Dirawi, de 65 años, que volvió a su patria tras los incesantes bombardeos israelíes. “Trump piensa que puede decirnos dónde vivir, como si fuéramos piezas que se mueven en un tablero”, agrega, según un reporte de la publicación Contexto y Acción.
Trump quiere a Gaza, pero odia a los gazatíes. Aspira, para engrosar su poder y los negocios de sus amigotes, darle punto final al exterminio con un “barrido” general del territorio y la construcción, después, según su pervertida visión, de un paraíso turístico sobre una tierra abonada en los últimos quince meses con la sangre de más de 50 mil muertos palestinos, entre ellos cientos de periodistas.
Quizá el emperador y sus conmilitones de acá y de allá, Netanyahu uno de ellos, no saben del orgullo, de la tenacidad, el patriotismo del pueblo palestino. Desde hace décadas, Israel y Estados Unidos han apelado a todos los métodos de destrucción, pero no han podido doblegar a Palestina. “Nuestras raíces son demasiado profundas para que alguien las borre”, según Hamsa Shala, de 23 años.
El neonazi Donald Trump se ha erigido en el principal enemigo de los pueblos del mundo. Y en este caso, tiene su vista puesta en la martirizada Gaza. Las intenciones del matón gringo, aupador de otro matón como Netanyahu, son colonialistas, expansionistas. “No necesitamos otro plan para Gaza. Necesitamos el fin del asedio, de la ocupación y de la violencia. Y necesitamos que el mundo deje de tratarnos como si fuéramos desechables”, dice el palestino Al-Banna.
Trump está demostrando que, más que un patán, es un bandido con patente de corso para atentar contra la soberanía y la potestad de las naciones, y en este caso particular con una enconada agresividad contra Palestina. A propósito, el recién fallecido expresidente Jimmy Carter, que escribió el libro Palestina: paz, no apartheid, decía: “Mediante su predominio político y militar, Israel mantiene un régimen de segregación, aislamiento y apartheid sobre los ciudadanos musulmanes y cristianos de los territorios ocupados”.
Y así ha sido Israel desde hace tiempos, bajo la batuta gringa, con su nefasto deseo de borrar a Palestina. Ahora, puede contar con las ambiciones imperialistas de Trump y su “Riviera” del Medio Oriente. La “Pax yanqui” del filibustero de Washington le pareció “extraordinaria” a Netanyahu. Claro, ni más faltaba. Entre depredadores se entienden.
La tenaz lucha palestina continúa. Es, como dice una canción, la piedra contra la bala, la carreta contra el tanque. “Y liberaremos nuestra tierra del imperialismo”. El vulgar asaltante Donald Trump también caerá.
