Yo soy como el picaflor

Bertha von Suttner

Ricardo Bada
15 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
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La baronesa Bertha von Suttner nació en Praga hace 176 años, el 9 de junio de 1843, solo dos días después de que Friedrich Hölderlin, uno de los más grandes poetas alemanes, falleciera en Tubinga. La baronesa, a su vez, murió el 21 de junio de 1914. Pronto se cumplirán 105 años de ello, y le cupo la gran suerte de no padecer la gran guerra del 1914 a 1918, la primera de las dos mundiales que asolaron a Europa y el Pacífico asiático en el siglo pasado.

La primera parte de su vida parece una novela romántica. Al morir su padre, un acaudalado miembro de la nobleza de Bohemia, la viuda dilapidó la fortuna familiar a causa de su pasión por el juego, y Bertha tuvo que emplearse en Viena como institutriz de los hijos del barón Von Suttner. Se enamoró del hijo más joven del barón, Arthur, siete años más joven que ella, y la mamá del joven la despidió, aunque consiguiéndole un puesto como secretaria de Alfred Nobel, en París. Aquella experiencia le valdría años después para convencer a Nobel —aquejado de fuertes remordimientos por su invento de la dinamita— de que legase sus millones a una fundación que premiase cada año las más altas prestaciones en materia de física, química, biología, literatura y pacifismo.

De regreso en Viena, se casó en secreto con Arthur von Suttner, a quien su padre desheredó, de manera que la nueva pareja tuvo que buscarse la vida, y fueron a parar a Tiflis, Georgia, donde ella escribió novelas triviales, traducía y daba clases de idiomas, y él empezó a hacerse un nombre como periodista. También ella, con un seudónimo ambiguo, y sus crónicas de la guerra ruso-turca de 1877 le abrieron las puertas de la prensa vienesa, cimentando su nombre como el de una paladina de la causa de la paz.

El matrimonio regresó a Viena, se reconcilió con la familia Von Suttner, y a partir de aquel momento y hasta su muerte toda la vida de Bertha estuvo consagrada a esa causa. En 1889 alcanzó fama mundial con la publicación de ¡Abajo las armas!, una de las más formidables y elocuentes novelas pacifistas de todos los tiempos. Infatigable, la baronesa Von Suttner viajó por todo el mundo dando conferencias y participando en congresos internacionales a favor de la paz, y sus empeños fueron coronados en 1905 con el Premio Nobel de la Paz, aunque Nobel mismo hubiera querido que fuese la primera en obtenerlo, en 1901.

Murió en Viena en vísperas de la gran guerra, que tanto predijo y temió: la muerte fue bondadosa con ella. De su caudalosa obra recojo una frase que la caracteriza de cuerpo entero: “La religión no justifica la hoguera, el concepto de patria no justifica el asesinato en masa, y la investigación científica no absuelve de la tortura a los animales”.

 

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