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El 22-4-1998, día en que se inauguró la 11.ª Feria del Libro de Bogotá, aquel año con Alemania como país invitado de honor, el malogrado Óscar Collazos me hizo para la TV una entrevista peripatética —caminando, pues, por el recinto ferial— y casi al final me preguntó qué libro le recomendaría leer a los visitantes del evento. Sin dudarlo un instante le dije que si había en él una representación de Honduras comprasen en ella un ejemplar de una novela extraordinaria y desconocida fuera de su país: Blanca Olmedo, de Lucila Gamero de Medina.
Yo la conocía desde 1976, cuando la mayor feria del libro del mundo, en Fráncfort, tuvo por primera vez un invitado de honor: “América Latina, un continente por descubrir” fue su lema en aquella ocasión. Y los organizadores tuvieron a gala traer hasta la orilla del despacioso Meno una representación de todos y cada uno de los 22 países latinoamericanos, amén de Estados Unidos con su riquísima literatura chicana. Y como enviado especial de la Radio Deutsche Welle a dicha feria (lo fui desde 1969 hasta mi jubilación, en 1999), yo tuve a gala entrevistar a todas las personas encargadas de dirigir los pabellones nacionales, entre ellos el de Honduras. Y así fue cómo conocí a esa gloriosa desconocida que es Blanca Olmedo.
A mi regreso de Fráncfort la leí en una sentada, no pude (o no supe) desprenderla de mis manos hasta no haberla leído de cabo a rabo. La prosa de Lucila Gamero de Medina tiene cualidades magnéticas, y sobre todo un sentido del ritmo y una manera de dialogar que hacen pensar en Galdós. Y como Galdós, ella desmonta la falsedad de la Iglesia católica y la corrupción de la clase alta sin necesidad de decirlo expressis verbis, sencillamente haciéndoles hablar con sus propias palabras, tanto al sacerdote Sandino como al pérfido Verdolaga, y que el lector los condene por lo que dicen, por destruir unas almas y unas vidas usando esa arma letal que es el idioma que manejan.
Cuando terminé de leerla pensé en aquella dolorida frase de Larra (“escribir en España es llorar”) y me dije que nacer en Honduras, al menos a comienzos del siglo pasado, también lo fue. Blanca Olmedo es el análisis clínico del envenenamiento mental de una sociedad, su denuncia social es abrumadora, pero su prosa es un deleite.
Su autora, Lucila Gamero de Medina, la publicó en 1908, a sus 35 años. Había nacido el 12 de junio de 1873, en la ciudad de Dani, de manera que el próximo lunes se cumplirá el sesquicentenario de su natalicio. Y esa es la razón por la que le dedico esta columna, en homenaje a ella y a su mejor novela. No dejen de leerla, es de a de veras, como dicen en México, un libro excepcional.
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