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Algo que nunca conté en la crónica de mi encuentro con Borges en Stuttgart y en la casa de Ernst Jünger, allá por octubre de hace 41 años, es que su viaje a Alemania prosiguió por varias ciudades más y vino a terminar en Bonn, cuando todavía era la capital del país, una década antes de que cierta miopía histórica hiciera que trasladaran la capitalidad a una provincia del Este. Y ocurre que una excelente amiga mía, neerlandesa, quiso hacerle una entrevista a Borges.
Barber van de Pol había ganado ya el premio nacional de traducción de los Países Bajos por su versión al neerlandés de El coronel no tiene quien le escriba, y podría haberlo ganado fácilmente dos veces más por sus traducciones de Rayuela y Don Quijote... si no fuese porque el rígido reglamento del premio impide que se conceda más de una vez a la misma persona.
Sabedora de que yo poseía un hilo directo con Borges después de nuestro encuentro en Stuttgart y en la casa de Ernst Jünger, Barber me telefoneó desde Ámsterdam para pedirme que le consiguiera una entrevista con el gran viejo. De inmediato me puse
en contacto con María Kodama, le expliqué quién era Barber, y María agendó la entrevista para cuando arribaran a Bonn. Y así, el día en que Borges & Co. llegaron a la entonces capital, Barber, mi mujer y yo nos pusimos en camino desde Colonia y llegamos al hotel donde se alojaban Borges y Kodama.
Me dirigí al conserje, le mostré mi credencial “ábrete sésamo” de redactor de la Radio Deutsche Welle y le pedí el número de la habitación de Kodama, ya que pensé que tal vez Borges estaría cansado del viaje y reposando un rato. El conserje me dijo cuál era el número (que ya no recuerdo) y que podía llamarla desde la misma recepción. Así lo hice... y para mi sorpresa me respondió Borges, a quien le dije sin ocultar mi sorpresa: “Hola, Borges, soy Ricardo Bada, no sé si me recuerda, de Stuttgart y de la visita a Jünger. Perdóneme si interrumpo su reposo, pero acá en la recepción me han dado este número como el de la habitación de María”. “Sí, sí, mire, pero María y yo hemos cambiado nuestras habitaciones. Ahora le digo a María que baje a encontrarse con ustedes”, y colgó sin despedirse.
María Kodama llegó, en efecto, uno o dos minutos después y nos explicó sonriente que cuando le dijeron a Borges el número de su habitación de inmediato hizo que lo cambiasen a la suya, la de María, porque tal número era el de la mala suerte... en el Japón. La buena educación me prohibió inconscientemente preguntarle cómo es que Borges le delegaba la mala suerte a ella, que era medio japonesa. Además, tuve entonces (y sigue) la impresión de que María no era supersticiosa.