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El primer Brexit en la historia de Inglaterra tuvo lugar en 1531, cuando el rey Enrique VIII declaró la separación de la Iglesia Anglicana.
La decisión inglesa de abandonar la Unión Europea, tomada en base a una escuálida mayoría, va tomando forma, y si el Parlamento británico aprueba el 11.12 el acuerdo negociado por la premier Theresa May, el 29.3.2019 concluirá la membresía del Reino Unido en el único ente político serio creado por los europeos. El Brexit será una realidad, como a veces se vuelven realidad algunas pesadillas.
A uno y otro lado del Canal de la Mancha habrá quienes se alegren y quienes se lamenten. Los que se alegrarán es porque no ven un palmo más allá de sus narices, y si son ingleses, cabales herederos de aquellos que –cuando se alzaba un banco de niebla en el Canal– decían: “El continente ha quedado aislado”. Y volverán a ser felices en su “espléndido aislamiento”.
Seremos bastantes más quienes lamentaremos que el Reino Unido no siga en la Unión Europea. Y en nuestro número se contará la mayoría de los ingleses, quienes entretanto saben de sobra que fueron engañados al votar en favor del Brexit. Este pueblo ya no es más aquél que al terminar la 2.ª guerra mundial, dando muestras de una cordura ejemplar, eligió a Attlee como premier, y no a Churchill, el indiscutible hacedor de la victoria.
Pero esta no es la primera vez que Inglaterra formaliza un Brexit. La primera tuvo lugar en 1531, cuando el rey Enrique VIII, hasta entonces ardiente paladín del catolicismo, declaró la separación de la Iglesia Anglicana del seno de la que gobernaba desde Roma, y él mismo se proclamó jefe de dicha Iglesia; dos decisiones que siguen en pié desde hace casi 500 años.
La historia de ese cisma es harto conocida. Enrique VIII se había casado con la viuda de su hermano, Catalina de Aragón y Castilla, hija menor de los Reyes Católicos y tía, por lo tanto, del emperador CarlosV. Cuando Catalina dio a luz una hija, muy a disgusto de Enrique VIII, que quería un heredero varón, empezaron a torcerse las cosas. Y más se torcieron cuando el rey se enamoró de una ex dama de la corte, Ana Bolena, y pidió al Papa que anulara su matrimonio con Catalina. El Papa se negó, no solo por temor al sobrino de Catalina, sino además de acuerdo con el derecho canónico. Y esa fue la gota que rebasó el vaso de la paciencia de Enrique VIII y provocó su divorcio de Catalina, después de haberse casado en secreto con Ana Bolena.
Lo notable del caso fue que Ana Bolena tampoco le dio un hijo varón a Enrique VIII, a quien a su muerte le sucedieron dos mujeres: María, hija de Catalina, e Isabel, hija de la Bolena. Mirando el caso desde el punto de vista del rey anglicano, su Brexit fue un fracaso total. Pero ya saben lo que dice el lema de la Casa Real inglesa: Honni soit qui mal y pense.