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Un asunto que siempre me interesó mucho es el de los gentilicios, los sustantivos o adjetivos que denotan relación con un lugar geográfico. Acaso se deba a que nací en Huelva, cuyos gentilicios normales debieran ser “huelvano, huelvense, huelveño”. Pero no. De los tres posibles que se derivan del topónimo Huelva, la Academia solo admite “huelveño”. Aunque en España se nos conoce como “onubenses”, ya que a mi ciudad natal, capital de la provincia homónima, los fenicios la llamaron Onuba.
[En rigor, únicamente los nacidos en la capital deberíamos llamarnos “onubenses”, pero la manga ancha de la RALE extiende el gentilicio a todos los habitantes de la provincia, y en verdad no recuerdo haber visto nunca escrito “huelveño” sino en EL diccionario].
“Complutense” es el gentilicio que corresponde a la ciudad natal de Cervantes, Alcalá de Henares, pero en el mundo de habla española se sabe que es el que nombra a la Universidad de Madrid. La historia de esa apropiación por la capital del país es casi tan entretenida como una novela, y pueden leerla buscando en Wikipedia “Universidad Complutense de Madrid”. Lo que trajo como consecuencia que los complutenses se quedaron sin la prestigiosa institución fundada en 1499 por el cardenal Cisneros, trasladada a Madrid en 1845 junto con su gentilicio, y refundada en 1977 con el modesto nombre Universidad de Alcalá. Aunque, eso sí, es en ella donde se entrega anualmente el Premio Cervantes (siendo Álvaro Mutis el único colombiano galardonado con él).
Desde luego que “mantuano” hace referencia –prima facie– a la ciudad italiana de Mantua, pero la Academia recogió también ese gentilicio como el que se dio en Venezuela a quienes pertenecían «al grupo de criollos poderosos de la Colonia», y que perdura hasta la fecha. En este caso, la apropiación de un gentilicio italiano en Venezuela tiene pedigrí toponímico: según la etimología más probable, el país se llama así porque las cabañas sobre palafitos en el lago de Maracaibo le recordaron Venecia al gran Américo Vespucio.
De los gentilicios colombianos “cachaco, rolo, paisa” no les hablo porque eso sería llevar lechuzas a Atenas, como suele decirse en alemán.
Reservé para el final el gentilicio más gráfico que conozco entre los hispánicos. Desde que aprendí a leer seguía semanalmente la temporada taurina en la revista madrileña El Ruedo. En los meses del verano reseñaban allí las corridas en España,
y en el invierno las celebradas en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y México. Y en una de ellas lo descubrí, fue un deslumbramiento la primera vez que vi la reseña de una corrida en Aguas Calientes y que comenzaba así: «En la plaza hidrocálida…»