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El martes de esta semana se cumplieron 125 años del nacimiento de George Gershwin, el más grande entre los compositores norteamericanos y a quien se deben obras tan extraordinarias como los poemas sinfónicos “Concierto en Fa”, “Rhapsody in Blue” y “Obertura cubana”, así como Porgy and Bess, que se considera la ópera estadounidense por excelencia.
La primera vez en mi vida que escuché música de Gershwin no fue en la radio, pese a que fui desde muy joven un aficionado apasionadísimo por la música clásica y no me perdía ninguno de los conciertos de esa música que transmitía a diario Radio Nacional de España en Huelva… a la hora de la siesta, cuando la audiencia dormía. No así los aficionados como yo, que sacrificábamos una hora del “yoga ibérico”
(según llamaba Camilo José Cela a la siesta) para no perdernos las obras de Bach, Vivalvi, Scarlatti, Haendel, Haydn, Mozart, Beethoven, Berlioz, Saint–Saëns,
Debussy, Ravel, Stravinsky, Rimski–Korsakov, Glimka, Sibelius… y ± ese era todo el repertorio que se nos ofrecía, aparte de algún que otro español, Falla, Albéniz, Joaquín Rodrigo, y muy poco más. Creo que la primera vez que oí música de Shostakovich –mi compositor predilecto, junto con Ravel y Satie– fue ya estudiando la carrera de Derecho en Sevilla, donde había tres emisoras de radio y la oferta estaba mucho más actualizada que en la provinciana Huelva de entonces.
Y otro tanto me pasó con Gershwin. Pero la primera vez que oí música suya no fue en la radio, ya lo dije, sino en el cine. En Un americano en París. Se estrenó en España en 1952 y, ahora no sé por qué razón, me la perdí cuando la estrenaron en mi ciudad.
Recién la vi un par de años después, teniendo ya 16, 17 o 18 años, en uno de aquellos inolvidables cines de verano, al aire libre, que diariamente pasaban programas dobles.
Fue una emoción indeleble para mí, no en vano se trata de una de las mejores comedias musicales de todos los tiempos, pero más que los sensacionales números de baile y las actuaciones de Leslie Caron, Gene Kelly y Oscar Levant, lo que me hizo casi levitar fue la música de Gershwin. Yo no conocía nada de la música clásica norteamericana y aquel fue mi descubrimiento de América.
Ese sentimiento me ha acompañado hasta hoy, y hace unos diez años pude por fin ver en escena, en Colonia, Porgy and Bess, con una compañía sudafricana de gira por el Viejo Continente. La pureza del aria “Summertime” me arrasó los ojos en lágrimas.
Ravel tenía razón cuando Gershwin le pidió que le diera clases y el gran Ravel, quizás el más inteligentes de los compositores, le respondió: «¿Para que quiere ser un Ravel de segunda, cuando puede ser un Gershwin de primera?»