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El último día del terrible 2023, a las 10:02 p.m., me llegó un email luctuoso y que me dejó casi sin respiración, como un puñetazo en el plexo solar: una amiga común me informó lacónicamente desde Baja California que ese mismo día, 31 de diciembre de 2023, víctima de la nueva variante del fementido Covid, había fallecido José Luis Rocha en Ciudad de Guatemala, donde vivía en el exilio forzoso impuesto por el innoble dúo Ortega/Murillo, que le denegó el regreso a su querida Nicaragua.
Esta muerte fue como una puñalada trapera. Estuve sollozando casi una hora sin lágrimas, que es la más dolorosa y la más terrible de las maneras de llorar. Luego le escribí a mi amiga mexicana, que fue quien hizo que nos conociéramos José Luis y yo: «Un poeta español exiliado en Nueva York después de la guerra civil, Eloy Vaquero, escribió estos dos versos: “Cuando se encuentra un amigo / es que Dios hace un regalo”. Te lo parafraseo: “Cuando se muere un amigo / se puede blasfemar impunemente”». Pero a mí, que he tenido el privilegio de ser su amigo, lo inesperado y cruel de su muerte hasta me quita las ganas de blasfemar.
Otros dos versos acuden, asimismo a mi memoria, desde el “Llanto por la muerte de Ignacio Sénchez Mejías”, de García Lorca: «Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico en aventura». Y sí, todos quienes hemos conocido y tratado a José Luis Rocha, sabemos que tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un nicaragüense tan claro, tan rico en aventura.
Irreprochable como intelectual y como ser humano, debelador constante y fundado del espantoso connubio que gobierna su país, nos lo arrebató el mortífero virus cuando se hallaba en la plenitud de su vida y de su prosa, que poseía (posee) lo que tanto elogiaba Borges, «la cortesía de la claridad».
Su libro sobre la justicia maya lo consagró como un pensador luminoso y empático.
Cito del mismo, textualmente: «La tradición maya entiende el mal como deshumanización y el proceso jurídico maya como un proceso de rehumanización.
El castigo se ubica entre la confesión y la contricción, porque solo un ser humano puede entender y sentir dolor por el mal que ha hecho. El dolor en el propio cuerpo propicia una transformación: comprender el dolor causado».
Sí, la empatía es quizá el sentimiento más fuerte que percibí en él cuando nos tratamos, en unas tardes inolvidables acá en Colonia y en la casa de Heinrich Böll, donde pasó becado varios meses, cerca de la frontera belga. No se me van del pensamiento Wendy, su esposa, ni su hijo, ni su madre extremeña y su padre nica. Resiento con ellos una pérdida irreparable. Chao, José Luis, «compañero del alma, compañero».