Hace ya un tiempo que Maruja no contestaba mis emails, ella que siempre era una corresponsal puntualísima, y eso me dio mala espina. Sentí que se acercaba el final. Ha tardado, de todos modos. Tuvo la satisfacción de cumplir cien años.
Me encontré con ella dos veces. La primera en mayo de 1998, en el apartamento donde vivía entonces su sobrina Constanza, hija de su tan querido hermano Gilberto. Nuestro mutuo conocimiento no pudo nacer bajo peor estrella, porque al enterarse de que soy andaluz me hizo un ferviente elogio de García Lorca, poeta a quien motejan de “andaluz arquetípico” quienes no se dan cuenta de que en toda la obra de Lorca falta el sentido del humor, que es lo más arquetípico de los andaluces. Siempre pensé que si no lo hubiesen fusilado, hoy sería un respetado miembro de la Real Academia de la Lengua. Pero como Maruja era tan bondadosa, aquel choque frontal sobre Lorca, nada más conocernos, no tuvo mayores consecuencias. Enseguida congeniamos en el resto y creo que ambos salimos del apartamento de Constanza con la convicción de haber ganado una nueva amistad.
El segundo encuentro fue cuando el tercero y último festival de El Malpensante, en el 2008, diez años después. Acudí, aunque retrasado, a su recital, y luego, con ella y su hija Ana Mercedes, estuvimos en la sede del festival conversando, y estando allí con ellas me hicieron una entrevista donde dije que El Malpensante era tan bueno que se permitía el lujo de publicar textos míos para que resaltara más la bondad del resto. La joven reportera quedó muy confundida con esa frase. Seguramente la “editó”, en aras de la corrección social.
Nuestro tercer encuentro fue a distancia, cuando le pedí que en su calidad de miembro de la Academia Colombiana de la Lengua propusiera que eligiesen miembro de ella al gran Luis Fayad. Acogió con entusiasmo la sugerencia y me contestó que ponía manos a la obra. Pero creo que su propuesta no tuvo eco en “la docta casa”, donde al parecer se dan el lujo de ningunear a uno de los más importantes autores vivos del idioma, una afirmación que vale no solo para Colombia. Pero no importa: a Juan Ramón Jiménez le ofrecieron un sillón en “la docta casa” de Madrid, la Monarquía, la República y el franquismo. Las tres veces lo rechazó. Ese es mi andaluz arquetípico y universal. Y Fayad será tanto más universal cuanto menos académico sea. «Lo digo y no me corro» (© by César Vallejo).
No tengo que decir cuánto siento la muerte de Maruja, ni cómo acompaño a Ana Mercedes en su sentimiento. “De lo sabido no se habla”, solía decir mi abuela Remedios, la bella y sabia extremeña a quien tanto conocimiento le debo de la sabiduría popular.
Hace ya un tiempo que Maruja no contestaba mis emails, ella que siempre era una corresponsal puntualísima, y eso me dio mala espina. Sentí que se acercaba el final. Ha tardado, de todos modos. Tuvo la satisfacción de cumplir cien años.
Me encontré con ella dos veces. La primera en mayo de 1998, en el apartamento donde vivía entonces su sobrina Constanza, hija de su tan querido hermano Gilberto. Nuestro mutuo conocimiento no pudo nacer bajo peor estrella, porque al enterarse de que soy andaluz me hizo un ferviente elogio de García Lorca, poeta a quien motejan de “andaluz arquetípico” quienes no se dan cuenta de que en toda la obra de Lorca falta el sentido del humor, que es lo más arquetípico de los andaluces. Siempre pensé que si no lo hubiesen fusilado, hoy sería un respetado miembro de la Real Academia de la Lengua. Pero como Maruja era tan bondadosa, aquel choque frontal sobre Lorca, nada más conocernos, no tuvo mayores consecuencias. Enseguida congeniamos en el resto y creo que ambos salimos del apartamento de Constanza con la convicción de haber ganado una nueva amistad.
El segundo encuentro fue cuando el tercero y último festival de El Malpensante, en el 2008, diez años después. Acudí, aunque retrasado, a su recital, y luego, con ella y su hija Ana Mercedes, estuvimos en la sede del festival conversando, y estando allí con ellas me hicieron una entrevista donde dije que El Malpensante era tan bueno que se permitía el lujo de publicar textos míos para que resaltara más la bondad del resto. La joven reportera quedó muy confundida con esa frase. Seguramente la “editó”, en aras de la corrección social.
Nuestro tercer encuentro fue a distancia, cuando le pedí que en su calidad de miembro de la Academia Colombiana de la Lengua propusiera que eligiesen miembro de ella al gran Luis Fayad. Acogió con entusiasmo la sugerencia y me contestó que ponía manos a la obra. Pero creo que su propuesta no tuvo eco en “la docta casa”, donde al parecer se dan el lujo de ningunear a uno de los más importantes autores vivos del idioma, una afirmación que vale no solo para Colombia. Pero no importa: a Juan Ramón Jiménez le ofrecieron un sillón en “la docta casa” de Madrid, la Monarquía, la República y el franquismo. Las tres veces lo rechazó. Ese es mi andaluz arquetípico y universal. Y Fayad será tanto más universal cuanto menos académico sea. «Lo digo y no me corro» (© by César Vallejo).
No tengo que decir cuánto siento la muerte de Maruja, ni cómo acompaño a Ana Mercedes en su sentimiento. “De lo sabido no se habla”, solía decir mi abuela Remedios, la bella y sabia extremeña a quien tanto conocimiento le debo de la sabiduría popular.