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Llevo ocupando esta columna desde el 23.5.2008, acabo de rastrear todos mis archivos y debo rendirme a la evidencia: de manera inexplicable para mí, en ningún momento de estos casi trece años les hablé de José Oliver. Y es hora ya de remediarlo.
José Oliver es español de pura cepa, español de corazón. Pero nació de padres malagueños nada menos que en la Selva Negra y hoy cuenta como uno de los mejores poetas alemanes de los últimos tiempos. Hasta del mítico MIT lo invitaron para que fuese a Boston a dar recitales de su poesía. Debe ser porque José vale, ya que a Boston, y sin llamarte Cabot o Lowell, no te invitan tan fácilmente.
[Recuerden la acerada observación de Juan Ramón Jiménez en Diario de un poeta recién casado: «Andan por New York –mala amiga ¿por qué? de Boston, la culta, la Ciudad-Eje– unos versillos que dicen así: “Esta es Boston, /la ciudad del faro y el bacalao, /donde los Cabot sólo hablan con los Lowell /y los Lowell sólo hablan con Dios”. He conocido bien a una Cabot. ¡Cómo deben de aburrirse los Lowell! He leído La fuente de Lowell. ¡Cómo debe de estarse aburriendo Dios!»].
Pero volvamos al caso de Oliver. Él fue a la escuela alemana y su idioma materno no es el de sus padres, sino el único que es de a deveras materno: el de la escuela. Y si bien José habla castellano, cuando se expresa poéticamente su lengua natural es la de Goethe, Hölderlin y Humboldt. Y no la de Cervorges. Me tomo la libertad de aproximar uno de los poemas breves y menos hölderlinianos de Oliver, se titula “De dónde” y dice así: «Crisis de identidad /se nos achaca /a la segunda generación /Crisis de identidad /Cómo puede hablarse /de una crisis /si nunca /tuvimos /una /identidad». Y a propósito de identidad: hasta hacerse famoso, José Francisco Agüera Oliver siempre firmó José F. A. Oliver y tuvo problemas de ese tipo. Al extremo de que una vez lo programaron en un recital de Berlín como Josefa Oliver: «Cuando llegué –me lo contó riendo–, aquello era un mitín de feministas».
Para mí es todo un honor ser amigo de un ganador del Premio Chamisso, el mayor galardón que se concede en Alemania a los extranjeros que escriben en el idioma de la Lasker–Schüler, de Rilke, de Celan. Y ahora, en Colonia, esta ciudad entretanto tan mía, el del 28.º Premio Heinrich Böll, uno de los más importantes en el ámbito alemán y en cuyo palmarés figuran los nombres de Peter Weiss, Hans Magnus Enzensberger, Uwe Johnson, Herta Müller, Elfriede Jelinek y W.G. Sebald, para sólo mencionar a los más conocidos en nuestras latitudes. Harto ilustre y más que merecida es la compañía de José Oliver en esta lista al patrón de cuyo premio siempre llamé Don Enrique.