Cuando Fernando Trueba (sí, el director de la versión cinematográfica de El olvido que seremos) recogió, en 1994 en Hollywood, el Óscar al mejor filme extranjero por su Belle époque, dijo que si creyese en Dios le daría las gracias, pero que como solo creía en Billy Wilder era él a quien se las daba. Billy Wilder tomó la revancha llamándolo por teléfono a Madrid y saludándolo: “Hola, Fernando, soy Dios”.
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Cuando Fernando Trueba (sí, el director de la versión cinematográfica de El olvido que seremos) recogió, en 1994 en Hollywood, el Óscar al mejor filme extranjero por su Belle époque, dijo que si creyese en Dios le daría las gracias, pero que como solo creía en Billy Wilder era él a quien se las daba. Billy Wilder tomó la revancha llamándolo por teléfono a Madrid y saludándolo: “Hola, Fernando, soy Dios”.
Hay tres cosas que debo confesar de entrada. La primera es que me cuento en el número de quienes, con Trueba, creen en BW y no en Dios. La segunda es que cuando asistí, a fines de 1955, en un cine de Sevilla al estreno de Sabrina, salí del cine diciéndome: “Este no es mi Billy Wilder, que me lo han cambiao”. Y la tercera se refiere al texto que va a continuación, norteado por una célebre sentencia de Aristóteles, al afirmar que era amigo de Platón, pero más de la verdad.
He hecho una pesquisa curiosa acerca de las dos Sabrinas, la de Billy Wilder y la de Sydney Pollack. En la de Wilder (1954), Humphrey Bogart tiene 55 años, Audrey Hepburn 25 y John Williams (el padre de Sabrina) 51. Es decir, que Bogie más que le dobla la edad a Hepburn, y hasta el padre de Sabrina es cuatro años más joven que él. En la de Pollack (1995), Harrison Ford tiene 53 años, Julia Ormond 30 y John Wood (el padre de Sabrina) 65, es 12 años mayor que Ford, y la diferencia de edad entre este y la inefable Ormond se reduce de 30 a 23. Aparte de que Bogie parece un hombre enfermo y Ford rebosa salud por todos los poros. La cronología del casting de Pollack gana por muchos puntos.
La Sabrina de BW fue para mí una decepción casi devastadora, porque en ella se aunaban tres nombres de mi parnaso personal: Audrey Hepburn, adorada por mí desde Vacaciones en Roma, Bogie, todavía uno de mis actores predilectos, y el propio Billy Wilder, dios entre mis dioses lares desde la primera peli suya que recuerdo: Double Indemnity, y después The Lost Weekend y Sunset Blvd.; tres pelis vistas en cines de mi Huelva natal, siendo adolescente, y que significaron el comienzo de mi billywilderlatría. La cual se extiende hasta el presente, aunque sufrió una vía de agua con la cuarta suya que vi: precisamente Sabrina, siendo ya todo un señor estudiante de Leyes en el alma mater de Sevilla.
¡Ay, sí, los casi 30 años de diferencia de edad entre la Hepburn y Bogie pesan como una losa sobre la trama! Y sobre todo, fue un fallo garrafal del “casting” elegir a Bogie para interpretar a Linus Larrabee: no existe ninguna química entre él y la Hepburn, porque como galán de comedia romántica en un ambiente sofisticado, de Bogie podría decirse lo que el malicioso Borges dijo de Baroja: “Más aceite da un ladrillo”.