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¿Quién no le temería a Karl Kraus?

Ricardo Bada
25 de abril de 2014 - 03:16 a. m.
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Sí, ¿quién no le temería a Karl Kraus, una de las plumas más sabias y más venenosas de la literatura universal?

Ese Karl Kraus (n. 28-4-1874, hace 140 años) que recién cumplidos sus 25 fundó en Viena la revista cultural Die Fackel (La Antorcha), dirigiéndola hasta su muerte en 1936 y siendo su único redactor a partir de noviembre de 1911: durante nada menos que un cuarto de siglo.

Ese Karl Kraus que demolería de un suavísimo gancho a la mandíbula la estatua del intocable Hugo von Hoffmannsthal definiendo así sus obras: “Flores artificiales que se mustian de manera natural”. Ese mismo Karl Kraus que también dejó dicho: “Acerca de Hitler no se me ocurre nada”, estatuyendo el mayor ejemplo de desprecio que se recuerda en la historia desde que Jesús respondió a sus jueces con el silencio.

La colección de Die Fackel son 23.000 páginas en un alemán de lujo y a veces tan letal como la mordedura de una cobra. En tres gruesos volúmenes, lo tengo muy a la mano en mi biblioteca, y muchas son las veces en que agarro cualquiera de ellos y lo abro por no importa qué página, para desasnarme y gozar. Pero ahora, además, dispongo de un precioso vademécum que recoge un par de centenares de aforismos suyos, espigados entre esas miles de páginas que escribió, y no resisto la tentación de traducir doce de ellos al correr de la vista engolosinada.

Comencemos por dos de los que dedicó a la mujer, una de sus bestias negras: “Por donde ella pasaba no volvía a crecer la hierba, exceptuando la que hacía pastar a los hombres”. “El deseo femenino al lado del masculino es como una epopeya junto a un epigrama”.

Sobre la literatura y el idioma: “Las sátiras que entiende la censura se prohiben con todo derecho”. “Hay escritores que son capaces de expresar en veinte páginas aquello para lo cual a veces necesito hasta dos líneas”. “No tener ningún pensamiento y poderlo expresar: eso es el periodismo”. “Mi idioma es la puta de todos, a la cual convierto en virgen”.

Hablando del bípedo implume: “Eso de que todos somos seres humanos no es una disculpa, es una presunción”. “El diablo es un optimista si cree que puede hacer al ser humano peor de lo que es”.

Acerca de la res pública: “El nacionalismo es el amor que me vincula con los débiles mentales de mi país, con quienes insultan mis costumbres y con quienes maltratan mi idioma”. “El secreto del agitador es hacerse tan tontos como sus oyentes para que estos crean que son tan listos como él”.

Last but not least, hay veces en que su aforismo se disfraza de haiku: “Afilo mi enemigo a la medida exacta de mi flecha”. Y en otras ocasiones, de simpático epigrama: “Ella se dijo: Acostarme con él, sí... ¡pero nada de intimidades!”.

 

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