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Hoy hace cien años nació Kurt Vonnegut, uno de los más grandes escritores gringos, y el legítimo heredero de Mark Twain. Prisionero de guerra y superviviente del mortífero bombardeo de Dresde, esa experiencia y la quema de los cadáveres con lanzallamas le marcaron de por vida y le inspiraron su obra cenital, Matadero 5. Pero de toda su narrativa prefiero con mucho Barbazul, un despiadado ajuste de cuentas con el expresionismo abstracto. Quienes como yo lo aborrezcan y abominen de él, se sentirán en la mejor de las compañías leyendo este libro de don Vonnegut.
Cuatro días antes, en 1962, murió la mejor first lady que tuvieron jamás los Estados Unidos (olvídense de Jackie Kennedy): se llamó Eleanor Roosevelt, se alineó a favor de la República y en contra de Franco durante la guerra civil española, y fue un motor sin tregua de las Naciones Unidas a través de su desempeño como presidenta de la Comisión de DDHH de ese organismo. Luchó además de manera incansable por los derechos de la mujer, y a pesar de sus reservas frente al catolicismo (palpables en una sonada polémica con el cardenal Spellman) apoyó la candidatura presidencial de Kennedy.
Por su parte, el día 2 de este mes, hace también 100 años, nació el argentino Antonio di Benedetto, autor de una obra maestra, Zama, que junto con Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo, y El éxodo de Yangana, del ecuatoriano Ángel Felicísimo Rojas, configura una trilogía excepcional de la literatura latinoamericana previa al boom. El gran narrador Juan José Saer consideraba Zama superior a La náusea, de Sartre, y El extranjero, de Camus, y sentenció sin ambages que una prosa como la suya no tenía ni precursores ni epígonos. Es un libro que les recomiendo leer.
Y asimismo el día 2, hace 72 años, murió el impagable Bernard Shaw, maestro sin igual de la paradoja, de quien recuerdo que al compaginar mi edición alemana del periodismo primerizo de García Márquez, detecté una glosa publicada en septiembre 1950, “La primera caída de George Bernard Shaw”, donde GM escribió: «A la edad en que la mayoría de los hombres se dedica a la aburridora tarea de convertirse en polvo, Mr. George Bernard Shaw sale a dar una vuelta por su jardín de Ayot St. Lawrence, todavía con suficiente vitalidad como para resbalar y fracturarse la cadera».
Cuando Shaw falleció el Día de los Muertos a consecuencia de esa caída, GM anotó: «Mr. George Bernard Shaw –¡siempre tan oportuno!– escogió para morirse el dos de noviembre que es, sin duda, el día más apropiado para hacer esa incómoda diligencia». Excelente pluma de glosista, la de GM.