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El 11.2. de este año, Juan David Zuloaga, amigo mío y compañero acá en el columnario, nos explicó con buena pluma y en 453 palabras que Hispanoamérica existe, y acababa con una exhortación a que «se siga consolidando esa comunidad espiritual vastísima que comprende España y las naciones americanas; todo eso que con justicia histórica y con rigor geográfico y sociopolítico denominamos o podemos denominar Hispanoamérica». Y no pienso negarlo pero sí lo cuestiono.
Hace días leí un artículo súper interesante de Itziar Hernández Rodilla, en Vasos Comunicantes, revista de los traductores e intérpretes españoles, un artículo que arranca así: «Leo en Catedrales de Claudia Piñeiro estas palabras: “La forma en que nombramos plantas, flores, frutos, aun usando un mismo idioma, desvela nuestro origen tanto o más que cualquier tonada. De allí somos, de donde florece o da fruto cada palabra”. Un poco después, la autora nos da el elenco siguiente: “En España, buganvilla; en México, Perú, Chile y Guatemala, bugambilla; en el norte de Perú, papelillo; napoleón en Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá; trinitaria en Cuba, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela; veranera en Colombia y El Salvador”; y en Argentina las llaman santarritas. Piñeiro demuestra que hablamos español en varios idiomas».
A mayor abundancia, en octubre 1984 me tocó representar a mi emisora, la Radio Deutsche Welle [la BBC alemana] en un simposio del Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL), en Quito, donde participaban representantes de varias emisoras europeas –España, Francia, Italia, Suecia, Suiza...– y de todos los países latinoamericanos. El último día hubo un coloquio de los representantes europeos, alineados en panel, con nuestros colegas del otro lado del gran charco. Una colega mexicana pidió la palabra y arguyó, a contrapelo de la tradicional cortesía azteca, que los mejores programas que le llegaban de Europa eran los de la Deutsche Welle, pero le molestaba oír en ellos tantas voces argentinas. Le respondí que en nuestra redacción no trabajaba ningún argentino, eran dos uruguayos, y me parecía increible haber estado durante una semana oyendo hablar de los pueblos hermanos y de la fraternidad hispanoamericana, y que todo ello resultara papel mojado porque a los mexicanos les molesta el acento argentino y a los chilenos el peruano y a los colombianos el portorriqueño. A nadie se le ocurrió cuestionar mi argumentación. Así es la cosa, Mafalda.
Y todos los años, cuando llega el 12 de octubre me repito sotto voce como un mantra: «Un fantasma recorre Latinoamérica, el fantasma de la Hispanidad».