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Muchos colombianos estamos en duelo por la muerte de Fabiola Lalinde, pues la quisimos y admiramos entrañablemente por su maravillosa personalidad y su incansable lucha por la memoria y la justicia para los miles de desaparecidos en Colombia. Por eso algunos la propusimos hace algunos años como personaje del año.
Fabiola fue la madre de Luis Fernando Lalinde, desaparecido en octubre de 1984. Con el apoyo de su familia y de otros colombianos solidarios, Fabiola buscó a su hijo durante años, con decencia pero con valentía y perseverancia, que permitieron esclarecer que Luis Fernando había sido capturado, torturado, asesinado y enterrado como NN por unidades del Batallón Ayacucho. Esta constancia también logró que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableciera en 1987 la responsabilidad del Estado por este crimen, marcando un importante precedente: fue la primera condena internacional contra Colombia por desaparición forzada.
Con esa tenacidad, Fabiola logró encontrar parte de los restos de su hijo e inhumarlo en noviembre de 1996, después de 12 años de búsqueda. Pero no descansó: siguió su lucha por la memoria y la justicia, no con afán vengativo, sino para mantener vivo a su hijo ya que, como repetía, sólo morimos cuando nos olvidan. Su lucha tuvo además propósitos más amplios pues Fabiola la entendió como una expresión de solidaridad con otras familias que han padecido horrores semejantes y como un esfuerzo por evitar que estas atrocidades se repitan.
Fabiola bautizó su lucha “Operación Sirirí” para hacer referencia a esa pequeña y valiente ave que enfrenta a los gavilanes cuando estos se llevan a sus pichones y a veces logra recuperarlos. Fabiola documentó tan cuidadosamente esta Operación Sirirí que su archivo, que entregó a la Universidad Nacional, fue declarado por la UNESCO en 2015 parte del patrimonio de la humanidad.
Conocí de cerca a Fabiola y a su hija Adriana en circunstancias dolorosas, pues en 1992 las acompañé como abogado en la búsqueda y exhumación de los restos de Luis Fernando. La justicia penal militar tuvo que decretar esta diligencia, debido a la presión internacional frente al caso. No era nada fácil buscar con los militares los restos de una víctima de los militares. Pero incluso en esos momentos dolorosos y complejos Fabiola mostró ese temple y agudo humor que siempre la acompañaron.
En un momento dado, en esas empinadas montañas en que habían enterrado a Luis Fernando, los forenses encontraron unas vértebras, pero sin el cráneo la identificación era casi imposible. Fabiola, quien había arañado la tierra buscando más restos, tuvo una intuición profunda y pidió a los forenses que buscaran montaña arriba, pero estos respondieron que era imposible por la gravedad. Y Fabiola les objetó: “Lo que pasa es que en Colombia las leyes de la impunidad van incluso en contra de las leyes de la gravedad”. Los forenses aceptaron, buscaron en los sitios indicados por Fabiola y encontramos el cráneo.
Desde esa época mantuve con Fabiola y su familia una relación profunda y tengo claro que son personas admirables y especiales, y que su dolor y resistencia son únicos. Pero su lucha también simboliza aquella de muchas otras víctimas y sus familias que han enfrentado dramas semejantes. Al rendir este homenaje personal a Fabiola y a sus hijos Adriana, Jorge y Mauricio, quiero igualmente hacerlo con todas las demás víctimas del drama colombiano, pues su Operación Sirirí, que quedará siempre en nuestra memoria, representa la lucha permanente de la dignidad y la decencia contra el terror y la crueldad. Y recuerda esa muy citada pero poderosa frase de Milan Kundera: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.