Ángela Salazar y Uruguay: lecciones en tiempos de incertidumbre
Colombia hoy lleva al pesimismo: el número de contagios y muertes por coronavirus, la aguda crisis social y económica, el Acuerdo de Paz en peligro, los asesinatos de líderes sociales, los ataques a la independencia judicial, etc. Y sin signos de que la situación vaya a mejorar. Pero incluso en este momento tan incierto y doloroso, el optimismo es posible. Es cuestión de saber a dónde mirar y de quién aprender.
En ese espíritu, expreso una doble admiración y un doble aprendizaje. A un pequeño país que da lecciones frente a la pandemia: Uruguay. Y a una persona cuya vida es ejemplo de dignidad: Ángela Salazar, la integrante de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), dolorosamente fallecida la semana pasada.
Uruguay tiene menos de 1.500 contagios y menos de 40 muertes por coronavirus. Sus tasas de contagio y de muertes por millón de habitantes son bajísimas: 405 y 11, mientras que en Colombia son de 8.600 y 280. Y Uruguay lo ha logrado sin largas cuarentenas obligatorias, como las nuestras, por lo cual su situación económica es mejor.
Aunque es difícil saber qué explica el éxito uruguayo frente a algo tan complejo y reciente como esta pandemia, varios analistas han resaltado al menos siete factores: i) escuchar a la ciencia: el gobierno creó inmediatamente un consejo asesor interdisciplinario de primer nivel, que lo ha acompañado todo el tiempo. ii) Pruebas masivas y rápidas para detectar a tiempo los contagios. iii) Búsqueda de unidad: la pandemia ha sido enfrentada por un gobierno de centroderecha, que reemplazó a una coalición de centroizquierda, pero la lucha contra la pandemia ha sido un objetivo común. iv) Esto ha generado gran confianza en las autoridades: las medidas de distanciamiento físico han sido cumplidas incluso cuando no eran obligatorias. v) Uno de los mejores sistemas de protección social y servicios sanitarios de la región. vi) Apoyos económicos sustantivos a los más vulnerables. vii) Una menor desigualdad y pobreza que el resto de América Latina.
Conocí a Ángela Salazar mucho antes de que fuera comisionada de la CEV, en un curso sobre justicia transicional para líderes sociales, y quedé impresionado con su carisma y sabiduría. Sabía de las violencias y dificultades que Ángela había enfrentado, pues había tenido que desplazarse. Sabía de sus valerosas luchas a favor de los derechos de las mujeres en Urabá, como parte de la Iniciativa de Mujeres por la Paz (IMP). Sabía que por sus difíciles condiciones sociales, como mujer negra, no había podido tener una amplia educación formal y había enfrentado discriminaciones. Y sin embargo, a pesar de todo esos horrores que había conocido y enfrentado, Ángela siempre tenía en clase una actitud serena y sonreía bellamente cuando alguien hacía algún apunte. Cuando hablaba, todos callábamos para escuchar sus anotaciones sabias sobre cómo defender a las víctimas, con vigor pero sin odio, y sin perder nunca la esperanza de un país en paz y más democrático.
Por eso, como a tantos otros, me alegró su elección como comisionada de la CEV, pues sabía que su experiencia y sabiduría aportarían mucho a la labor de la CEV. Y por eso duele tanto su muerte temprana por esta pandemia que no hemos logrado controlar, pues las mujeres, las víctimas y las negritudes pierden un voz serena y firme.
Uruguay nos muestra la importancia de la ciencia, los derechos sociales, la igualdad y los acuerdos democráticos, a pesar de las diferencias, para enfrentar desafíos enormes como esta pandemia. Ángela nos deja su legado de que es posible luchar contra el terror y por la verdad con esperanza y alegría. No deberíamos desaprovechar estas lecciones de esperanza en estos momentos inciertos y de dolor.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
Colombia hoy lleva al pesimismo: el número de contagios y muertes por coronavirus, la aguda crisis social y económica, el Acuerdo de Paz en peligro, los asesinatos de líderes sociales, los ataques a la independencia judicial, etc. Y sin signos de que la situación vaya a mejorar. Pero incluso en este momento tan incierto y doloroso, el optimismo es posible. Es cuestión de saber a dónde mirar y de quién aprender.
En ese espíritu, expreso una doble admiración y un doble aprendizaje. A un pequeño país que da lecciones frente a la pandemia: Uruguay. Y a una persona cuya vida es ejemplo de dignidad: Ángela Salazar, la integrante de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), dolorosamente fallecida la semana pasada.
Uruguay tiene menos de 1.500 contagios y menos de 40 muertes por coronavirus. Sus tasas de contagio y de muertes por millón de habitantes son bajísimas: 405 y 11, mientras que en Colombia son de 8.600 y 280. Y Uruguay lo ha logrado sin largas cuarentenas obligatorias, como las nuestras, por lo cual su situación económica es mejor.
Aunque es difícil saber qué explica el éxito uruguayo frente a algo tan complejo y reciente como esta pandemia, varios analistas han resaltado al menos siete factores: i) escuchar a la ciencia: el gobierno creó inmediatamente un consejo asesor interdisciplinario de primer nivel, que lo ha acompañado todo el tiempo. ii) Pruebas masivas y rápidas para detectar a tiempo los contagios. iii) Búsqueda de unidad: la pandemia ha sido enfrentada por un gobierno de centroderecha, que reemplazó a una coalición de centroizquierda, pero la lucha contra la pandemia ha sido un objetivo común. iv) Esto ha generado gran confianza en las autoridades: las medidas de distanciamiento físico han sido cumplidas incluso cuando no eran obligatorias. v) Uno de los mejores sistemas de protección social y servicios sanitarios de la región. vi) Apoyos económicos sustantivos a los más vulnerables. vii) Una menor desigualdad y pobreza que el resto de América Latina.
Conocí a Ángela Salazar mucho antes de que fuera comisionada de la CEV, en un curso sobre justicia transicional para líderes sociales, y quedé impresionado con su carisma y sabiduría. Sabía de las violencias y dificultades que Ángela había enfrentado, pues había tenido que desplazarse. Sabía de sus valerosas luchas a favor de los derechos de las mujeres en Urabá, como parte de la Iniciativa de Mujeres por la Paz (IMP). Sabía que por sus difíciles condiciones sociales, como mujer negra, no había podido tener una amplia educación formal y había enfrentado discriminaciones. Y sin embargo, a pesar de todo esos horrores que había conocido y enfrentado, Ángela siempre tenía en clase una actitud serena y sonreía bellamente cuando alguien hacía algún apunte. Cuando hablaba, todos callábamos para escuchar sus anotaciones sabias sobre cómo defender a las víctimas, con vigor pero sin odio, y sin perder nunca la esperanza de un país en paz y más democrático.
Por eso, como a tantos otros, me alegró su elección como comisionada de la CEV, pues sabía que su experiencia y sabiduría aportarían mucho a la labor de la CEV. Y por eso duele tanto su muerte temprana por esta pandemia que no hemos logrado controlar, pues las mujeres, las víctimas y las negritudes pierden un voz serena y firme.
Uruguay nos muestra la importancia de la ciencia, los derechos sociales, la igualdad y los acuerdos democráticos, a pesar de las diferencias, para enfrentar desafíos enormes como esta pandemia. Ángela nos deja su legado de que es posible luchar contra el terror y por la verdad con esperanza y alegría. No deberíamos desaprovechar estas lecciones de esperanza en estos momentos inciertos y de dolor.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.