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El pasado 29 de mayo Colombia protestó y apoyó masivamente el cambio social pues los votos sumados de los candidatos de oposición (Petro, Hernández y Fajardo) superaron el 70 %. La gran derrotada fue la opción continuista de Gutiérrez, a pesar del apoyo decidido de Duque y de las grandes maquinarias.
Es bueno y refrescante que Colombia vote masivamente por el cambio porque nuestro país pide a gritos mayor igualdad e inclusión social, como lo mostró el estallido social. Una tramitación institucional de esas demandas sociales, gracias a una alternancia electoral pacífica, fortalecería nuestra débil democracia.
Nuestra responsabilidad ahora como ciudadanos es entonces votar en esta segunda vuelta por la mejor opción de cambio. O por la menos inconveniente, si ni Petro ni Hernández los entusiasman. Por respeto a los lectores, que tienen derecho a conocer desde qué visión comento estos avatares, revelo mi opción.
Votaré por Petro y Francia. No es un apoyo incondicional y pétreo pues no soy ni he sido petrista ya que, como lo he dicho varias veces, su caudillismo me preocupa. Por eso en primera vuelta preferí a Fajardo ya que su programa (no tan distinto al de Petro) incluía los cambios sociales requeridos y consideré que su personalidad, más proclive a los acuerdos, lo hacía mejor opción en estos tiempos polarizados. Derrotado Fajardo, en gran parte por sus errores, creo que Petro representa ahora la mejor opción, al menos por tres razones, distintas pero complementarias.
Primero, sus propuestas de cambio, que no son de extrema izquierda pues respetan la economía de mercado, son significativas ya que permitirían un desarrollo más incluyente, igualitario y ambientalmente sostenible. Son además genuinas pues los componentes esenciales de su programa —como las reformas pensional y tributaria, los derechos de las mujeres o su apoyo a la paz y a la reforma rural integral— son posiciones estructuradas que ha sostenido desde hace tiempo. No son agregados de último momento a un programa vacío para que este adquiera una cierta respetabilidad, que es lo que al parecer podría hacer Hernández, con la triste asesoría profesoral de Fajardo. ¿Pero quién puede creer en esos compromisos de última hora de Hernández si es alguien que a cada momento cambia de opinión en estos temas?
Segundo, porque Hernández no es creíble en el único punto que en realidad alimenta su campaña, que es su tesis de que va a erradicar la corrupción. Todos estamos contra la corrupción, pero en realidad Hernández no ha dicho nada sustantivo sobre cómo va a enfrentarla. Más grave aún, Hernández está juzgado por corrupción por cuanto, siendo alcalde, habría manipulado el millonario proceso de basuras para favorecer a un particular, como lo mostraron el abogado Elmer Montaña y el periodista Daniel Coronell. El caso entra a juicio pues la Fiscalía le formuló acusación por el delito de interés indebido en celebración de contratos, lo cual significa que las evidencias en su contra son sólidas. Conviene recordar que en Colombia, en promedio, la mitad de los casos que llegan a juicio terminan en condena, según un estudio de la Fiscalía. Esto significa que Hernández, que tiene como bandera esencial la lucha contra la corrupción, tiene buenas probabilidades de ser condenado por corrupción.
La tercera razón, que por límites de espacio y por su importancia analizaré en la próxima columna, es que los riesgos de ruptura democrática son inmensamente mayores con Hernández.
Mantengo dudas frente a una posible presidencia de Petro, pero tengo una certeza frente a una de Hernández: es un salto mortal al vacío.
Aclaro que esta columna es personal y no compromete a Dejusticia, que es una institución pluralista y no partidista.
* Profesor de la Universidad Nacional.