Contra el atavismo de la guerra, la audacia de la paz
Como tantos colombianos que le hemos apostado a la paz, rechazo la decisión de Iván Márquez y su disidencia minoritaria de retornar a la guerra, argumentando el incumplimiento del Acuerdo de Paz.
Es cierto que ha habido incumplimientos, pues la implementación del Acuerdo ha tenido tropiezos y limitaciones: la jurisdicción agraria no ha sido siquiera discutida, el fondo de tierras es raquítico, el catastro multipropósito está empantanado, la reforma política y las circunscripciones especiales para víctimas se hundieron, no es claro el futuro de los espacios de reincorporación, más de 130 desmovilizados han sido asesinados...
Sin embargo, a pesar de esas limitaciones, la paz avanza: ciertas instituciones esenciales del Acuerdo, como la JEP, están funcionando, aunque sea con ajustes y dificultades; los PDET, que son una pieza esencial de la reforma rural, fueron aprobados; y, sobre todo, las Farc se desmovilizaron y se transformaron en un partido que actúa en la legalidad y más del 90 % de los reincorporados siguen comprometidos con la paz.
Además, siempre se supo que la implementación del Acuerdo sería muy difícil, incluso si existía un gobierno con voluntad de cumplir lo pactado. Esta implementación es aún más difícil con un gobierno como el de Duque, con una posición ambigua frente al Acuerdo. A veces, sobre todo en escenarios internacionales, Duque expresa un compromiso con la paz, pero en otras ocasiones toma decisiones en contra, como al formular las objeciones a la ley estatutaria de la JEP.
En ese contexto, los incumplimientos estatales del Acuerdo, que son graves, no justifican el retorno a una guerra que producirá dolor y sufrimiento, especialmente a los sectores populares que esa disidencia dice representar, y que además obstaculizará los avances en justicia social, pues el debate político se concentrará otra vez en temas de violencia y seguridad. La verdadera audacia en un contexto así consiste en apostarles a la paz y a una lucha democrática por la implementación del Acuerdo, como lo han hecho la inmensa mayoría de los desmovilizados y millones de colombianos.
Esta disidencia, como las otras que han surgido, debe ser combatida y sus integrantes sancionados, pero su existencia no justifica el abandono del Acuerdo de Paz. Todo lo contrario: debe fortalecerse su implementación plena para cumplirles a la inmensa mayoría de los desmovilizados que están cumpliéndole a la paz. Y para mostrarles a estas disidencias que su retorno a la guerra no tenía justificación.
Es lamentable que Márquez y su disidencia hayan preferido el atavismo de la guerra en vez de asumir los desafíos de esta paz, que es imperfecta como toda paz negociada, pero que es la que puede sacarnos de décadas de conflicto armado. Y por eso es igualmente lamentable que, desde la otra orilla, sectores del uribismo parezcan felices con este anuncio de Márquez, como si les atrajera el retorno de la guerra.
Hace años Estanislao Zuleta, uno de los pensadores más lúcidos que haya dado Colombia, dijo que solo un pueblo “escéptico sobre la fiesta de la guerra” tiene la madurez suficiente para la paz. Su tesis es que la guerra, si bien es atroz, es vivida por algunos como una fiesta, por detestable que esto nos parezca a quienes valoramos la paz, pues la guerra une frente al enemigo, que es visto como el mal absoluto, con lo cual elimina disensiones internas y fortalece identidades colectivas y liderazgos autoritarios. En estas horas difíciles nos corresponde a los colombianos, y en especial al gobierno Duque, mostrar que no cedemos a los atavismos de quienes en los extremos siguen seducidos por la fiesta de la guerra y que preferimos la audacia de la paz.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
Como tantos colombianos que le hemos apostado a la paz, rechazo la decisión de Iván Márquez y su disidencia minoritaria de retornar a la guerra, argumentando el incumplimiento del Acuerdo de Paz.
Es cierto que ha habido incumplimientos, pues la implementación del Acuerdo ha tenido tropiezos y limitaciones: la jurisdicción agraria no ha sido siquiera discutida, el fondo de tierras es raquítico, el catastro multipropósito está empantanado, la reforma política y las circunscripciones especiales para víctimas se hundieron, no es claro el futuro de los espacios de reincorporación, más de 130 desmovilizados han sido asesinados...
Sin embargo, a pesar de esas limitaciones, la paz avanza: ciertas instituciones esenciales del Acuerdo, como la JEP, están funcionando, aunque sea con ajustes y dificultades; los PDET, que son una pieza esencial de la reforma rural, fueron aprobados; y, sobre todo, las Farc se desmovilizaron y se transformaron en un partido que actúa en la legalidad y más del 90 % de los reincorporados siguen comprometidos con la paz.
Además, siempre se supo que la implementación del Acuerdo sería muy difícil, incluso si existía un gobierno con voluntad de cumplir lo pactado. Esta implementación es aún más difícil con un gobierno como el de Duque, con una posición ambigua frente al Acuerdo. A veces, sobre todo en escenarios internacionales, Duque expresa un compromiso con la paz, pero en otras ocasiones toma decisiones en contra, como al formular las objeciones a la ley estatutaria de la JEP.
En ese contexto, los incumplimientos estatales del Acuerdo, que son graves, no justifican el retorno a una guerra que producirá dolor y sufrimiento, especialmente a los sectores populares que esa disidencia dice representar, y que además obstaculizará los avances en justicia social, pues el debate político se concentrará otra vez en temas de violencia y seguridad. La verdadera audacia en un contexto así consiste en apostarles a la paz y a una lucha democrática por la implementación del Acuerdo, como lo han hecho la inmensa mayoría de los desmovilizados y millones de colombianos.
Esta disidencia, como las otras que han surgido, debe ser combatida y sus integrantes sancionados, pero su existencia no justifica el abandono del Acuerdo de Paz. Todo lo contrario: debe fortalecerse su implementación plena para cumplirles a la inmensa mayoría de los desmovilizados que están cumpliéndole a la paz. Y para mostrarles a estas disidencias que su retorno a la guerra no tenía justificación.
Es lamentable que Márquez y su disidencia hayan preferido el atavismo de la guerra en vez de asumir los desafíos de esta paz, que es imperfecta como toda paz negociada, pero que es la que puede sacarnos de décadas de conflicto armado. Y por eso es igualmente lamentable que, desde la otra orilla, sectores del uribismo parezcan felices con este anuncio de Márquez, como si les atrajera el retorno de la guerra.
Hace años Estanislao Zuleta, uno de los pensadores más lúcidos que haya dado Colombia, dijo que solo un pueblo “escéptico sobre la fiesta de la guerra” tiene la madurez suficiente para la paz. Su tesis es que la guerra, si bien es atroz, es vivida por algunos como una fiesta, por detestable que esto nos parezca a quienes valoramos la paz, pues la guerra une frente al enemigo, que es visto como el mal absoluto, con lo cual elimina disensiones internas y fortalece identidades colectivas y liderazgos autoritarios. En estas horas difíciles nos corresponde a los colombianos, y en especial al gobierno Duque, mostrar que no cedemos a los atavismos de quienes en los extremos siguen seducidos por la fiesta de la guerra y que preferimos la audacia de la paz.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.